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Vinotinto: De la sabiduría a la locura

«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación»

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Lo escribía el inglés Charles Dickens en su libro Historia de Dos Ciudades en los albores de la revolución francesa. Dos realidades distintas se apreciaban y vivían en un mismo contexto de tiempo y espacio (Europa), situación aplicable a cualquier argumento real de la actualidad, como nuestra querida Selección Nacional de Fútbol.

El mejor de los tiempos

La Copa América Centenario se disputó en el mejor momento posible, de acuerdo a los intereses del seleccionado Vinotinto. En medio de una catastrófica eliminatoria mundialista y con un grupo violentamente partido en sus relaciones con cuerpo técnico y dirigencia, la llegada de Rafael Dudamel fue el primer acierto en la lógica de las decisiones. Un ex futbolista idolatrado por muchos, incluso por quienes ahora son sus dirigidos, con su verbo reconciliador y sobrado liderazgo, recompuso (en tiempo récord) la actitud y el funcionamiento de un combinado que navegaba a la deriva en juego y en moral. Sabiduría oportuna.

En la cancha, la competencia permitió apreciar que al grupo no se le había olvidado jugar. La mejor generación de futbolistas en la historia demostró que la unión y el estímulo son factores fundamentales para obtener resultados positivos. Cada quien hizo lo que mejor sabía hacer y el colectivo se benefició de ello. Aquel grupo que deambulaba en el premundial se había despojado de cualquier atisbo de inseguridad y mostró una solidez inusual en tan poco tiempo de transformación.

La efectividad de cara al arco contrario y el saber remar hacia adelante al tener un marcador en contra, son aspectos que se deben mejorar, pero son más los picos altos del desempeño que se deben resaltar. Pedirle a la selección que superara su cuota máxima (semifinales) era lógico en medio de la efervescencia del éxito y el discurso de sus miembros apuntaba hacia eso, pero el cable a tierra lo pusieron Messi y sus amigos, quienes nos recordaron que los objetivos se deben cumplir progresivamente. No se llega al sábado sin antes pasar por el viernes.

Todo ha sido ganancia. Recuperar la competitividad en plena competencia es la certificación de que en apenas dos meses y medio la labor ha sido más que positiva. Un grupo de jugadores que se desmotivó por conflictos con su cuerpo técnico y dirigentes mutó de inmediato a un colectivo motivado por las nubes y con algunos de ellos, incluso, estrechando la mano del presidente de la Federación, el mismo al que 15 pidieron su salida para condicionar su llamado a vestirse de Vinotinto.

Todo cambió de inmediato, todo fue drásticamente bien. El millón quinientos mil dólares ingresado por la clasificación a Cuartos de Final es otro bálsamo para las arcas federativas y, quizá, para premiar adecuadamente el buen desempeño de grupo en Estados Unidos.

Pronto, en poco más de un mes, se retoma el camino eliminatorio. La presión de clasificar al Mundial no será la que más exija, porque los números difícilmente den, pero el mantener la ilusión recuperada en la Copa América Centenario será el mayor motivo para salir a demostrar que no fue flor de un día lo alcanzado en el país de las barras y las estrellas. Quien conoce a Dudamel sabe que ésta buena presentación no lo conforma y ahora buscará seguir escalando los peldaños del crecimiento.

El peor de los tiempos

Donde hay un avance para la sociedad o un logro tecnológico importante que cambie la vida del ciudadano, aparece una sombra indesprendible, un lado oscuro. La existencia de las redes sociales ha facilitado la conexión entre las personas y hecho más efectivo y rápida la divulgación de la información, pero su utilización acerca los protagonistas de la noticia a la gente que la consume con los riesgos que eso conlleva.

La inconformidad del público que vive de una pasión fervorosa (y en ocasiones peligrosa) llamada Vinotinto, extrema la realidad de una representación deportiva que aún no se consolida con importancia en su ámbito competitivo. Un fanatismo con desenfreno que incluso viene estimulado por el irresponsable manejo comunicacional de personas con alcance mediático importante, aprovecha la accesibilidad de las redes para atacar y generar matrices de odio que se acercan a lo punible.

La ejecución del penal efectuada por Luis Manuel Seijas se ha tomado como un patíbulo para picar en dos la cabeza del futbolista venezolano.

Sin entrar en una subjetiva discusión de considerar al grueso de los fanáticos de la selección como desconocedores de si el zurdo había picado un penalti anteriormente con éxito en una instancia decisiva de una competencia internacional, el debate pasó a la acusación pública extrema. Los ataques contra su persona son el peso que debe asumir Seijas de haber tomado semejante riesgo, pero lo que no se tolera es la amenaza contra su integridad y la de su familia. Una locura.

En el peor de los tiempos, en un país agravado por una crisis de ciudadanía y de moral, no hay respeto por nada. Poco importa lo que ha logrado Seijas: siendo venezolano, fue valorado como el mejor mediocampista zurdo de América en 2015. Santa Fe y sus fieles seguidores le rindieron un tributo inigualable el día que jugó su último partido vestido de cardenal y en el Inter de Porto Alegre, su nuevo equipo, fue recibido como la máxima estrella del club.

El hecho de que eso lo haya logrado un futbolista venezolano no tiene peso alguno al momento de dispararle dardos venenosos con letras altisonantes. Falló en la decisión que tomó, es todo. No vendió la patria a un imperio.

Alguna vez escribí que en el fútbol venezolano no existen los jugadores altamente respetados y admirados, los llamados “ídolos”, algo que abunda en países futbolizados. En nuestro eterno fallo existencial de querer encontrar culpables para todo, Luis Manuel Seijas, un futbolista con todos los recaudos para ser considerado ídolo, ha sido el chivo expiatorio de una eliminación sufrida en buena lid. Nos falta crecer en fútbol, nos falta crecer como aficionados.

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