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Este alarde de mediocridad

Tuve la pésima suerte (y el estoicismo) de calarme la cadena presidencial para recibir a los atletas que participaron en la Olimpiada de Río. Una vez más me toca ser testigo de cómo el subdesarrollo busca anclarse en lo más profundo de nuestra sociedad.

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FOTOGRAFÍA: AVN

Primero, el locutor… ¡ay, Dios, dame paciencia! Le dio las gracias a Maduro, al Ministro del Deporte, al presidente del IND, al representante del Comité Olímpico Venezolano y a Cilia Flores ¿Por qué tienen que darle las gracias a Maduro, al Ministro del Deporte, al representante del COV, del IND y hasta a Cilia Flores? Los pocos que hicieron algo bueno lo hicieron por su propio esfuerzo.

Y si es por apoyo, es deber del gobierno apoyar a los atletas. No es una buena acción ni algo por lo que hay que dar las gracias, o aplaudir. Aquí el deber ser se convierte en una forma de ganar adeptos políticamente, más por las malas que por las buenas. Ya habíamos visto con pena ajena a César ‘Nanu’ Díaz obligando a Yulimar Rojas a darle las gracias a Maduro. Y ella, a pesar de su juventud, lo puso en su puesto: “si el presidente Maduro me está viendo, lo saludo”. Y punto, nada de gracias por su medalla porque su medalla se la ganó ella con su esfuerzo.

Lo siguiente fue el anuncio de que estos Juegos Olímpicos fueron los mejores de toda nuestra participación. Por supuesto, gracias a la revolución bolivariana.

Si lo mejor que podemos hacer es obtener el puesto 65, estamos peor de lo que pensaba. Y mucho peor que lo celebremos. Colombia, por ejemplo, luego de los juegos de Atlanta, donde no obtuvo medallas, se fajó a formar campeones. Esta vez obtuvo un honroso puesto 23, por encima de Suiza. Ocho medallas, tres de oro, dos de plata y tres de bronce. ¿Por qué nosotros no podemos?… No podemos porque creemos que con ir es suficiente. ¿No nos han repetido ad nauseam que “lo importante es competir y no ganar”?

En este ensalzamiento de la mediocridad, nos parece que nos la comimos habiendo obtenido tres ¡tres! medallas. El pobrecitismo en su máxima expresión. “Pobrecitos, hay que aplaudirles el esfuerzo”. ¿Cuál esfuerzo? ¡Si lo que es obvio es que con honrosas excepciones, no hicieron esfuerzo! Ahí está Limardo, que se durmió en sus laureles. ¿Cuál es el incentivo entonces? Seguirán matándose para entrar en el equipo que participe en las Olimpiadas, pero no para ganar, sino para ir.

Finalmente, el discurso de Maduro. La misma mamarrachada de siempre. El orgullo por nuestra selección. La patria de Bolívar y Chávez que se levanta por encima de las dificultades. Las expectativas cumplidas. Ésta es la generación de oro que vencerá a los imperios… Ahora es el turno de América Latina.

Mención aparte merece el patético papel del Morochito Rodríguez, invitado especial, aparentemente para que dijera que en la IV no apoyaban al deporte y por eso sólo él obtuvo una medalla. “Felicidades a toda la juventud venezolana que ha dejado nuestro tricolor en los más alto”… ¿Tres medallas es lo más alto que pueden elevar nuestro tricolor? Como si ahora hubieran ganado muchas más… Sólo fueron tres y arman esa alharaca. “Nuestro deporte a nivel mundial esta de tú a tú con los mejores atletas olímpicos”… ¿de verdad Maduro creerá eso? Con ese mismo razonamiento gradúan en las misiones, aunque los graduados no sepan nada. La perpetuación de la medianía.

Y por supuesto, las promesas. Bonos en dólares y hasta viviendas. Recursos para Tokio 2020. Vamos a ver si se los dan. Ahora que tiene encima el revocatorio, Maduro prometerá lo probable, lo posible y lo imposible.

Lo único que me alegró de este circo fueron las declaraciones de los medallistas. Ofrecieron su esfuerzo y sus medallas y agradecieron el apoyo de “treinta millones de venezolanos”. Ellos saben muy bien lo que cuesta ganarse una medalla en unas olimpiadas, para que vengan a decirles que tienen que agradecerle a Maduro y compañía.

En fin, nada nuevo bajo el sol, pero tenía que desahogarme. Yo que estoy convencida de que la excelencia es alcanzable, me siento atragantada ante este alarde de mediocridad.

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