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El único lunar de Mérida

Mérida. Hermosa y turística ciudad, fue la sede escogida por Rafael Dudamel para iniciar su camino al frente de la Selección en las eliminatorias mundialistas. Atrás quedaron Puerto La Cruz, Puerto Ordaz, la intermitente San Cristóbal y hasta una fugaz Barinas, cada una con sus debes y haberes, pero la andina capital de su homónimo estado terminó por responder con superioridad a todas las expectativas como nueva casa de la Vinotinto.

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El merideño es diferente: amable, tímido y afable, brindó a todos los visitantes su hospitalidad para hacer sentir el viaje del aficionado y los periodistas como un paseo más, que tuvo de fondo el pasional choque entre venezolanos y argentinos en una tacita de plata como lo es el Metropolitano de la meseta de Zumba. Pude conocer por primera vez el teleférico de Mérida, una experiencia sin comparación alguna que por momentos me hizo pensar que no todo está perdido en nuestra tierra. Comer y pagar poco por ello es algo que raya hoy en lo insólito y en esa ciudad lo pude hacer. Trotar a 10 grados centígrados por las montañas de La Hechicera no tiene comparación. Un marco inigualable al que sólo le faltaron dos puntos en la cuenta de la Selección para hacer perfecta la velada. Sin embargo, hubo un lunar. Ciertamente hubo otro aspecto que no fue cónsono con el buen trato del merideño.

Escribiré sobre lo que experimenté, no sobre lo que escuché o leí. El trato de un buen número de efectivos de la Guardia Nacional para con los medios de comunicación fue a todas luces desmedido. Se puede entender que los días previos al partido estuvieron signados por la confrontación política que, para el venezolano, no ha dejado de ser pan nuestro de cada día, y que las medidas de seguridad aumentarían con la presencia de un linajudo visitante como la selección de Argentina. Sin embargo, no hay razón para que el maltrato haya querido hacer ver a la prensa como otros delincuentes más, esos que abundan en todo el extenso territorio nacional.

En Mérida, la cobertura de medios superó cualquier presentación anterior de la Selección Nacional. Los representantes acreditados abarcaron desde televisoras internacionales hasta administradores de pequeños blogs. El número de periodistas, comunicadores y algún que otro fanático con credencial obligó a que la fuerza pública ampliara su contingente de efectivos para evitar desórdenes pero se apreció que la preparación no fue la adecuada. El trato fue deplorable.

Argentina exigió condiciones extremas de seguridad. La selección que dirige Edgardo Bauza viajó a Mérida con un número muy limitado de miembros entre delegados, directivos y representantes de prensa. Algún amigo productor que trabaja en ese país me informó que toda la logística de traslado a Venezuela se suspendió a última hora alegando temores a “cualquier revuelta” y la denuncia presidencial del aborto de un golpe de Estado terminó por darle razones para incrementar la duda. Incluso, justo el viernes 2 de septiembre se corría la información que Argentina consideraría no asistir al duelo, cayendo el asunto en manos de ambas cancillerías. La situación obligaba a que el dispositivo de seguridad ampliara lo estricto, pero fue a costa de maltrato con la prensa y el público en general.

El día previo al partido, en las ruedas de prensas ofrecidas por los seleccionadores de ambos equipos, quedó demostrado el exceso. Los numerosos representantes de los medios de comunicación debieron esperar bajo la intemperie de la lluvia la cobertura entre la comparecencia de Dudamel y Bauza y una vez culminada la atención a la prensa, fuimos desalojados de la sala con piquetes antimotines de la Guardia Nacional, que, de forma ilógica y amenazante, impidieron que los periodistas pudieran permanecer en el lugar enviando su material utilizando la señal de Wi-Fi de la sala. La actitud desafiante fue contrarrestada por la cordura de los comunicadores, que con su actitud no dejaron que las fuerzas de choque desarrollaran una batalla en las entrañas del estadio.

Los colegas merideños Jorge Salazar y Jessica Araujo sí sufrieron la violencia: el primero fue arrojado fuera del estadio y la periodista fue amenazada de sufrir el mismo trato cuando llamaron a una mujer de la GNB para que hiciera lo mismo con ella.

El grupo con el que viajé a la cobertura del partido se hospedó en el mismo hotel en el que concentraba Argentina y la desmesura era inentendible. El control estricto del ingreso al edificio era lógico, pero no el maltrato a los huéspedes cada vez que se trasladaban los argentinos. “Te quitas o te quito”, le dijo autoritariamente un GNB a mi compañera de transmisión para dar paso a los agotados miembros de la albiceleste que con cara de pocos amigos arribaban al hotel bien entrada la noche del domingo 4 de septiembre.

No todo ocurrió ese día. Miembros de prensa de la propia FVF se vieron impedidos en desarrollar con normalidad sus actividades. La expresa solicitud de no permitir la presencia de los medios en cualquier entrenamiento de las selecciones en el Metropolitano obligaron a los encargados de entregar las acreditaciones a darlas en una estación de gasolina cercana el estadio. Un irrespeto total.

La situación que se vivió en Mérida se trasladó el sábado pasado al Estadio José Antonio Anzoátegui de Puerto La Cruz. En una situación poco clara, los efectivos de la fuerza pública arremetieron contra los seguidores del Caracas FC con armas de fuego y uso desmedido de la fuerza. Heridos por perdigonazos, cabezas rotas y hasta un directivo del equipo capitalino agredido, fue el saldo de otro episodio bochornoso que pone nuevamente bajo la lupa la actuación de los encargados de controlar la seguridad en los recintos deportivos.

Hace un tiempo, en abril de 2012 específicamente, se acordaron una serie de medidas en el Foro Internacional Jugando Seguro en San Cristóbal para hacer frente a la violencia en los estadios. Ni aquellas conclusiones ni una cacareada Ley contra la Violencia en el Deporte han servido para que se pueda poner coto a una situación que refleja lo que a diario se vive en las calles del país. El orden se impone violentando los derechos de quienes deben ser protegidos. Los episodios ocurren y el tiempo se encarga en desecharlos en el pipote de la basura de la memoria corta. No parece haber un factor lógico que permita convencerse de que lo que ocurre en las calles no pasará dentro de los estadios.

Perdóneme, pero no tengo esperanzas en que esto se solucione pronto.

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