Deportes

Fútbol: entre la complejidad, lo colectivo y lo banal

Hace un par de días veía una foto de Juan Pablo Añor y Adalberto Peñaranda con la leyenda "Venezuela tiene futuro". El periodismo, ensimismado en esa incomprensible necesidad de hacerse notar, ha mal educado al público de tal manera que este ignora las lecciones del pasado para vivir en una especie de eterno retorno.

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(DAGNE COBO BUSCHBECK)

La aparición de jóvenes y talentosos jugadores ilusiona al público porque le hace soñar con un futuro mejor que el tiempo que vivimos. Pero la prensa, y los analistas que en ella trabajan, están en la obligación de recordar que estas individualidades tendrán poca influencia si no actúan y se desarrollan bajo los conceptos colectivos de este juego. ¿Acaso Stalin Rivas, Gabriel Miranda o Luis Mendoza eran inferiores a esta nueva generación? No; la diferencia entre aquellos y estos es justamente que en el país, aún a paso de tortuga, se empieza a comprender que es el grupo y sus dinámicas aquello que permitirá y multiplicará el brillo de los intentos particulares.

Profundicemos un poco sobre este concepto.

Peñaranda es un futbolista letal cuando toma la pelota y se enfila hacia el arco rival. Sus actuaciones en la Copa América Centenario, así como un par de jugadas suyas ante Argentina, confirman esa definición. ¿Qué debe hacer el equipo? Buscarlo en situaciones y momentos en los que esa capacidad pueda manifestarse justamente en favor del colectivo. ¿Qué debe hacer el entrenador? Diseñar un plan en el que se pueda llevar a cabo esa estrategia. ¿Qué debe hacer el futbolista? Aparte de colaborar con sus compañeros, debe moverse y actuar de manera que le ofrezca a su equipo la posibilidad de encontrarlo en escenarios favorables. Si su versión imita lo visto ante Colombia en Barranquilla, su presencia en el campo no será productiva, y sus posibilidades de influir en el juego serán mínimas, por no decir inexistentes.

Como se puede inferir, ni el jugador debe quedarse esperando que lo busquen ni el equipo puede jugar sólo para él. Cuando el futbolista de El Vigía recibe la pelota, tiene que identificar rápidamente cual opción es mejor para el avance del grupo: darle pausa a la maniobra, lanzarse en slalom, promover un mano a mano que genere superioridades o jugar con el compañero más cercano, por ejemplo. Pasa lo mismo con Añor y con cualquier otro jugador, siempre se debe actuar por y para el colectivo.

¿Por qué se obvia algo tan elemental como que el fútbol es un juego colectivo? Permítame sospechar que es la comodidad la causante de esto que en estas líneas se cuestiona.

No es casual que los especialistas poco se afinquen en explicar eso de la estrategia, y por ello han vendido el pescado podrido de que lo estratégico pasa por el módulo táctico (1-4-4-2, 1-4-3-3, 1-3-5-2 y demás numeraciones), cuando la estrategia básicamente «se reduce a marcar a los atacantes, desmarcar al rematador y entregarle el balón a éste«. No importa si se comienza el duelo con cuatro defensores porque el control o descontrol del encuentro obligará a adaptarse; lo realmente valioso es cómo, por qué y para qué se mueve ese equipo, es decir, de qué manera ponen en acción un plan para dominar al contrario.

Esto que acá menciono no es sencillo de identificar si no se pone la atención en el juego, algo que resulta complicado en tiempos de redes sociales y egos necesitados, pero no por difícil debe considerarse perdida la batalla.

Hace unos cuantos años atrás, el Dr. Ricardo Olivós Arroyo llegaba a la conclusión de que «la costumbre zonal de fijar a cada jugador a una zona del campo va desapareciendo lentamente«, una enseñanza que pocos parecen apreciar. Así como hay quienes venden las numeraciones telefónicas que describen módulos tácticos como verdades incontestables, también se hace lo propio con la estrategia, casi resumiéndola a los trabajos de pelota parada, y asignando el éxito de esta a la intervención de un entrenador, obviando la condición humana de los futbolistas y todo lo que influye y modifica sus comportamientos.

Es necesario publicitar al juego como algo previsible y banal, no sea que el público descubra que lo único previsible y banal son los enunciados de quienes se autopostulan como expertos en este deporte que no es más que el cúmulo de emergencias, entendidas estas como “accidentes o sucesos que ocurren de manera imprevista”.

Oswaldo Zubeldía, entrenador del multicampeón Estudiantes de La Plata, escribió que «Táctica, en el fútbol, es el arte de disponer y de emplear los jugadores de un equipo sobre el terreno. O para decirlo de otro modo: el arte de coordinar la acción de once jugadores. Estrategia es la planificación y la dirección de una táctica«. Esa táctica, según un trabajo de los profesores Israel Costa, Julio Garganta, Juan Greco e Isabel Mesquita, tiene, como principios generales los siguientes:

1º No permitir la inferioridad numérica

2º Evitar la igualdad numérica

3º Tratar de crear una superioridad numérica

Como concluirá el lector, pocas veces se hace referencia a ellos en algún análisis, esto  porque se desecha el estudio en favor de rellenar espacios con frases hechas y lugares comunes. No en vano hay quienes aún sostienen que a esta actividad debe comprendérsele a partir de aquellos módulos tácticos y no desde los roles y los espacios, como si fuese lo mismo que el puesto de lateral derecho de la selección criolla lo ocupen Alexander González o Roberto Rosales.

Mientras la pereza y la superficialidad ganen espacios se hará aún más fuerte aquello de que joyas como la de Juan Pablo Añor ante Argentina se repetirán sólo porque el futbolista es talentoso, sin importar que es la actividad colectiva, y su influencia sobre cada uno de quienes la protagonizan, el punto de partida para que semejante maravilla no quede en el recuerdo sino que se repita con frecuencia. Para ello hacen falta futbolistas inteligentes por encima de solistas incomprendidos, así como análisis concienzudos que cumplan con su obligación educativa.

“El compromiso individual hacia el esfuerzo del colectivo. Eso es lo que hace que funcione un equipo, una compañía, una sociedad, una civilización”. Vince Lombardi

Durante las horas previas al duelo entre Venezuela y Argentina, un televidente me recomendó simplificar el mensaje y hacerlo potable para todos aquellos que encendieran la TV, la radio o leyeran medios especializados. Su pedido, más que molestarme, motivó estas líneas. Sumidos en pronósticos y otras superficialidades, el periodismo olvidó que Añor forma parte de un colectivo y de un proceso en el que tanto él como el grupo cambian y cambiarán permanentemente. Si el público desecha la complejidad es porque los encargados de enseñarla y explicarla han fallado en esa misión.

No hay que igualarnos hacia abajo; la lucha debe apoyarse en el principio de la evolución que nos señala que “la sucesión de cambios adaptativos muestra una tendencia hacia la complejidad y la adaptación”. El éxito pasa por promover una mayor y profunda comprensión de este juego, con el objetivo de que el aficionado no viva a la espera de un milagro, sino que disfrute de las conexiones e interrelaciones de sus futbolistas. De lo contrario nos mantendremos ajenos a lo que realmente sucede en un campo de fútbol, al mismo tiempo que le obsequiaremos mayores cuotas de protagonismo a los mendigos de la atención, los seguidores y los viáticos.

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