La primera Guardianes de la Galaxia (2014) fue un batacazo en la taquilla (tercera más vista del año en Estados Unidos) y una consentida de la crítica, y en Venezuela alcanzó un más que honroso octavo puesto, tomando en cuenta que sus personajes (y sus intérpretes) eran unos desconocidos coleados entre la Maléfica de Blancanieves, los X-Men, el Capitán América, el loro de Río, Spider-Man o los Transformers.
Su universo tiene algunas similitudes con Star Wars (un vecindario multirracial de planetas disímiles en los que extraviarse) pero con los clásicos superhéroes disfuncionales de Marvel que, en este caso, son como un material de desecho espacial: un humano secuestrado de la Tierra para ser explotado como choro (Quill), un mapache malhumorado producto de un fallido experimento genético (Rocket), una criminal copeyana (Gamora) que nunca se ríe y que se vestía mucho más sexy en el cómic original, una inmensa bola de… músculos al que le mataron a la mujer y a la hija (Drax, el Destructor) y un árbol con pies (Groot) que sólo es capaz de articular una frase pronunciada con varias inflexiones del vozarrón de Vin Diesel.
Gamora en el cómic original
Otra diferencia cruel con Star Wars es que en Guardians of the Galaxy siempre se recuerda que el contacto directo con el espacio exterior mata, como en la vida real.
También hay mucho más humor negro y canciones retro: Peter Quill (Chris Pratt), el terrícola cuya mamá murió de cáncer quizás como resultado de procrear con una especie de divinidad extraterrestre, tiene como tesoros más valiosos un viejo walkman y un par de cassettes con clásicos del pop como “Brandy” (Looking Glass), los aleluyas de “My Sweet Lord” (George Harrison), “Come a Little Bit Closer” (Jay and the Americans) y “The Chain” de Fletwood Mac, por solo citar el soundtrack de la segunda entrega.
Con Guardians of the Galaxy Volumen 2, la continuación del director James Gunn que se acaba de estrenar en Venezuela, el pronóstico es más incierto. La misma fecha de estreno (comienzos de mayo) sugiere que ni siquiera los ejecutivos de la distribuidora Walt Disney le tienen demasiada confianza.
Lo mejor: el árbol Groot, destruido en la primera Guardians of the Galaxy cuando usó sus ramas para envolver a sus amigos y salvar sus vidas en un aterrizaje forzoso en el planeta pequeñoburgués Xandar, ahora vuelve como una especie de mata de caraotas bebé.
Baby Groot es capaz de reventar él solo la taquilla: no se había visto algo tan cuchi en la gran pantalla desde el Mort de Madagascar o el Gato con Botas.
Además de las escenas de baile, Baby Groot tiene otra secuencia de sadismo cósmico en la que es objeto de bullying: unos malvados piratas espaciales lo obligan a ponerse un trajecito a la medida, lo bañan en cerveza y hasta le dan unas cuantas patadas. Se comportan como unos guardias nacionales.
Punto a favor: un personaje nuevo y desconcertante, Mantis. Una especie de cachifa extraterrestre con antenitas de vinil y espíritu servicial, dotada del súperpoder de la empatía. Es decir, es capaz de adivinar las emociones de otras criaturas cuando hace contacto físico con ellas.
El vestuario de Mantis pudo haber sido un poco más creativo y sensual, aunque la interpretación de Pom Klementieff (una canadiense de ancestros coreanos y rusos) le convierte en un personaje digno de la célebre dimensión paralela de seres subnormales del videoclip de “Black Hole Sun”.
Se sugiere que en una tercera parte habrá un jujú entre Mantis y Drax (Dave Bautista), un personaje cuyo humor franco, viril y escatológico se desarrolla bastante más en esta segunda entrega (otro punto a favor).
Y definitivamente, el ambivalente mercenario azul Yondu Udonta (Michael Rooker), un guiño al western que silba para conducir una saeta mortífera, es quizás el mejor personaje de la saga de Guardians of the Galaxy. Protagoniza la escena antológica del Volumen 2 junto al aborto de mapache al ritmo de “Come a Little Bit Closer”. Y digamos que la película le rinde un homenaje a su altura.
En contra: el argumento es un lío. La primera parte ofrecía la premisa cómo los renegados espaciales juntaban sus tristezas para hacer equipo. En la secuela quizás ya no se respira ese mismo espíritu de camaradería. Los villanos son menos atractivos que Ronan, el kree azul de la primera parte que no hubiera desentonado demasiado al lado de Darth Vader. Hay un pueblo de gente dorada, los Soberanos, cuyo culto a la pureza genética parece aludir a la eugenesia nazi.
El gran Kurt Russell (66 años por el buche) hace una parodia de sí mismo que, como antes que nada es un gran chiste sobre el egocentrismo, nunca transmite verdadero miedo. También hay apariciones nostálgicas más breves de Sylvester Stallone y David Hasselhoff.
La batalla definitiva es excesivamente aparatosa y la duración de la película se va un poco de palos (una ñapa de 16 minutos luego de las dos horas).
El pase de corriente entre Chris Pratt y Zoe Saldana tendrá que esperar al Volumen 3, que sonará ya en formato MP3.
Veredicto: Volumen 2 no causará el mismo impacto que la primera. Probablemente será relegada por los estrenos de la temporada de vacaciones (léase Wonder Woman, Spider-Man, Piratas del Caribe, La Momia, etcétera), pero igual hay que verla por Baby Groot, Mantis y el tributo al centro de un nuevo culto intergaláctico: Yondu Udota.
El miedo en nuestra época se ha convertido en una caja de resonancia a obsesiones, preguntas y dolores colectivos. Pero en particular, en una búsqueda insistente e incesante acerca de un motivo para dar explicación a lo que no podemos comprender. De monstruos a necesidades insatisfechas, nada falta en el terror contemporáneo
El documental del barquisimetano Rafael Medina Adalfio se podrá ver en el Auditorio Carlos Raúl Villanueva de la Facultad de Arquitectura. Posteriormente se realizará un conversatorio