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La crisis de los casi 30: el síndrome del viejo prematuro

Perdí la conciencia por un rato. Todo se vino a negro de un momento a otro. El silencio no me daba pistas de dónde estaba. Nada de ruido. Nada de luz. Todo era un limbo de oscuridad hasta que la carcajada de una menor de edad me despertó. “Jajajaja ¿Todo bien?”, me preguntó la pasante mientras chasqueaba sus dedos frente a mi rostro porque me había quedado dormido frente a la computadora. Oficialmente era un viejo de 28 años ¡y había testigos de eso!

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Un coro de risas retumbó en las paredes de la oficina mientras yo me restregaba los ojos para terminar de volver al mundo real. Nunca antes el sueño me había vencido de tal manera, y menos ante un público tan efusivo. Traté de digerir la escena mientras recordaba las veces en las que mi hermana y yo nos burlábamos de mi papá cuando cabeceaba frente al televisor de la sala. Karma, le dicen.

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