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Adiós al Rey de los “papirruquis”

Suélteme el concepto “Vinotinto de Richard Páez”. Mi cerebro de seudo-especialista lo asociará quizás con aquellas cuatro victorias seguidas en las eliminatorias del Mundial de 2002, o con el tridente de volantes zurdos (Arango-Urdaneta-Ricardo David), o con la primera selección de Venezuela que practicó un juego de posesión atrevido, vistoso y elegante.

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No todos nuestros pensamientos o asociaciones funcionan de manera tan analítica. Somos muy de rostros, imágenes y vísceras. De hecho, a mí mismo me resulta inseparable la selección de Richard Páez de la camiseta pegadita de la marca Atlética, mucho más elegante y sobria que cualquiera de los que ha usado Venezuela posteriormente, además de tener el que para mí es el tono exacto de color vinotinto.

Hay aspectos del fútbol que impregnan la memoria colectiva mucho más que las estadísticas de goles o partidos jugados. Y estoy seguro de que, para un grupo muy grande de venezolanos y venezolanas (disculpe el neo-venezolanismo, pero en este caso hace falta), la Vinotinto fue la cuerpa de José Manuel Rey. Su pecho de muñequito de futbolín embutido por la camisita pegadita Atlética.

Rey se acaba de retirar como jugador activo a los 40 años de edad. A pesar de que se desempeñaba como defensa, fue probablemente el único  jugador mediático que ha pisado las canchas del fútbol venezolano. Entiéndase, por mediático, el futbolista que no solo es una estrella comprobada dentro de la cancha, sino además el tipo que quieres tener en tu comercial de TV (que no es precisamente Lionel Messi o Juan Arango). En pocas palabras: un papirruqui. Nuestro David Beckham.

Guardando las distancias, quizás Rey, en su contexto, fue incluso mejor valorado estrictamente como futbolista que Beckham.

Hay y hubo futbolistas venezolanos con vocación mediática. El ex guardameta Rafael Dudamel salió una vez denudo en la portada de la revista Exceso. Juan Pablo Galavís jugó aquí, incluso con equipos con un nombre como Guaros, y de ahí saltó al reality show The Batchelor. En la Vinotinto preseleccionada para la Copa América Chile 2015, Oswaldo “Trucutú” Vizcarrondo tiene sus fans con su rústico encanto, y por supuesto que Gabriel Cichero levanta pasiones.

No sé si es porque estoy parcializado por la convicción de que el gobierno de Nicolás Maduro pasará a la historia por la primera comprobación objetiva y científica de  que todo tiempo pasado fue superior. Pero nadie igualó ni igualará a José Manuel Rey como auténtico futbolista mediático, en cuanto a equilibrio de reputación en la cancha y sobresalto hormonal

A lo mejor a usted no le suena el nombre del defensa holandés Ronald Koeman, pero para mí generación, es uno de los pocos que puedo comparar con Rey en cuanto al pánico infundido por sus disparos de larga distancia.

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Sin embargo, usted pone “José Manuel Rey” en Google Images y seguro verá muchos más cambios divertidos de look que con Koeman o cualquier otro jugador famoso por una poderosa pegada. Quizás no tenía la exuberancia andrógina de Brad Pitt en la película Troya o del David Beckham de la media colita en el Real Madrid (dos prodigios que no casualmente casi coincidieron en el tiempo), pero Rey fue nuestra encarnación del metrosexual.

Cito la canción “Metrosexual”, de la cantante mexicana Amanditita: “Nadie entiende su lado femenino / Es un hombre que se quiere ver divino”.

Valorar a una persona como físicamente atractiva siempre es riesgoso. No solo porque me estoy ganando un “¡Ay, vale!” automático cuando vea el título de este texto. Después de todo, ¿cuál es el criterio para decir que José Manuel Rey es más apuesto que, pongamos, su colega venezolano Bladimir “Pomponio” Morales? Todos somos bonitos para nuestra mamá. De allí al racismo no hay un trecho demasiado largo. Hay venezolanos que sostienen que la única inmigración valiosa fue que la que llegó de Europa a mediados del siglo XX, y que todo lo demás desmejoró la raza. Una afirmación así es etnocentrista y políticamente inaceptable, pero desmentirla no quiere decir que no esté anclada íntimamente dentro de muchos de nosotros.

¿Rey es la Venezuela que no volverá?

El atractivo físico (que pudiera ser definido como verse fantástico hasta con el cráneo rapado) tiene la capacidad, además, de potenciar las fantasías y lucubraciones más desbordadas en los envidiosos que no levantamos ni un suspiro en nadie. ¿Por qué Rey no fue más de lo que ha sido? Después de todo, no se me viene a la mente ninguna cuña memorable suya en la televisión (para mí, la más inolvidable de toda aquella etapa de la Vinotinto era aquella en la que Richard Páez decía: “¡Qué clase de talento! Sigan entrenando”, luego de que su hijo hiciera un control de balón con una lata de Pepsi, o algo por el estilo).

¿Por qué se está retirando a los 40 años con un equipo llamado Club Deportivo Lara, en la misma liga donde juegan Aquiles Ocanto y Arquímedes Figuera? ¿Por qué no ha sido galán de telenovelas? ¿Por qué no está echado al lado de una piscina con una caipiriña mientras a su lado se bañan cuarenta niñas en medio bikini?

Con frecuencia se nos olvida que una persona atractiva puede ser también una persona normal, cuyos pensamientos y motivaciones no están necesariamente en función de su aspecto.

La única vez que pude hablar con José Manuel Rey en persona sobre el tema, cuando se desempeñó como comentarista de Venevisión en el Mundial Alemania 2006, fue bastante discreto y evasivo, como de costumbre. Le pregunté si no pensaba en ser actor, animador, modelo. “Mientras pueda jugar, sólo pensaré como jugador”, me respondió. “Tengo algunas ideas de lo que quiero hacer después, pero el fútbol te quita mucho tiempo como para desempeñarte en otra actividad paralela. Seguro que me gustaría seguir trabajando en la televisión, pero siempre vinculado con el fútbol”.

En el fondo, Rey ha sido eso: un muchacho que, sobre todo, disfrutaba sobre todo jugar fútbol, más allá de que, sin duda, no le desagradara ser mirado, fotografiado o deseado. Con él se desvanece el vértigo viril de una época irrepetible de la Vinotinto y del país. Adiós al único de los papirruquis.

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