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Lionel Messi: Balada de un pistolero solitario

Más que el título para una película de bajo presupuesto y de posible origen mexicano, el encabezamiento que precede a estas líneas busca convertirse en una lanza a favor de la comprensión de la única verdad absoluta que tiene el fútbol: es un deporte colectivo en el que una sola piedra no hace montaña.

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(Mario Ruiz/EFE)

Hace un par de semanas, y con la intención de encontrar razones que justificaran lo absurdo, me sumergí en los diálogos de la serie Hannibal, a ver si daba con alguna pista que me ayudara a comprender su cancelación una vez finalizada la actual temporada. No encontré ninguna, pero sí me topé con una expresión que me ha hecho reflexionar sobre Lionel Messi:

“¿Crees que puedas cambiarme de la misma manera que yo te cambié?”

Inmediatamente pensé en Messi y Barcelona, pero también en Messi y Argentina, y cómo esa dualidad a la que hago referencia debe comerle los nervios al 10.

El magnífico capitán argentino, que seguramente lo seguirá siendo salvo que escuchen al impresentable director del diario Olé y a su séquito de ignorantes carnetizados (no se entiende que ese medio junte a semejante mamarracho con tipos de la altura de Diego Latorre, Roberto Perfumo o Walter Vargas, verdaderos maestros del análisis), es señalado por no “cargar a su equipo” en las dos finales perdidas en el último año, como si en este deporte la sola intervención suya, sin la colaboración de sus compañeros, determinara el resultado de un partido o de un torneo.

Por ello, antes de sumarme al pelotón de fusilamiento, comandado por los militantes de la histeria y la banalidad, vuelvo a la frase que antes citaba y me pregunto: ¿cuánto cambia Messi a Argentina y cuánto cambia Argentina a Messi?

Uno podría extenderse y revisar cada proceso en el que el 10 del Barcelona ha formado parte, ya que desde su debut hasta la derrota en Santiago, Lionel ha sido dirigido por entrenadores tan particulares y distintos como José Pékerman, Alfio Basile, Diego Maradona, Sergio Batista, Alejandro Sabella y Gerardo Martino. Por lo tanto, hay que identificar rápidamente que el hilo conductor entre cada una de estas etapas es que el rosarino no ha brillado en el equipo nacional como en su club, y, aunque suene atrevido, seguramente no lo hará jamás, independientemente de que gane algún trofeo y logre silenciar a los enemigos del análisis.

Es importante repasar un aspecto de mucho peso: la dirección técnica. Gerardo Martino es un entrenador con buena prensa. No quiere decir esto que el seleccionador argentino carezca de herramientas, pero no parece existir una explicación coherente que justifique sus decisiones en partidos de alto riesgo. Hace poco más de un año y tras una dura derrota ante el Atlético de Madrid por la Champions League, el entrenador declaró lo siguiente:

“No nos interesaba mucho que Leo tuviera tanta participación en el juego”.

A ver si se entiende bien: el conductor confesó en aquella oportunidad que su estrategia pasaba por alejar al 10 del juego, casi para aburrirlo y aislarlo de sus compañeros. ¡Menuda genialidad!

Messi viene protagonizando hace ya tres años y un poco más, como bien lo ha venido describiendo el periodista y escritor Marti Perarnau, un proceso evolutivo que lo ha acercado más a posiciones de centrocampista, sin que esto vaya en demérito de sus estadísticas goleadoras. El adiestrador del Barcelona en la temporada 2013-2014, el mismo que hoy conduce la selección argentina, no creyó prudente rodearlo de futbolistas que entendieran el lenguaje de semejante jugador, sino que apostó por dejarlo solo, a la deriva, casi como un elemento de distorsión. Martino prefirió que el futbolista se adaptara a una estrategia y no que ésta naciera de los intérpretes.

¿Por qué traigo a colación un episodio anterior? Porque en la Copa América sucedió algo similar.

El seleccionador tiene un verbo muy cuidado; cada aparición suya es digna de ser escuchada por la fineza de sus expresiones y la claridad con que defiende sus postulados futbolísticos. Pero en los últimos tiempos ha fallado en esa transición que convierte las ideas en hechos concretos, y Messi, más que su equipo, termina siendo el principal afectado.

En la Copa América Chile 2015, Lionel jugó todos los minutos de todos los partidos sin que su presencia mejorara notablemente a su equipo. No me refiero a goles ni otras estadísticas que combaten el viejo arte de la reflexión, sino a que el equipo, cuando necesitaba del 10, lo dejaba solo, como a la espera de que una genialidad suya resolviera lo que el colectivo era incapaz de solucionar. Y cuando la pelota llegaba a sus pies, eran pocos, muy pocos los voluntarios que encontraba, justamente porque quienes visten la misma camiseta esperaban de él lo que la ignorancia propone: que fuese más que el equipo.

Ante semejante disparate, Martino, como cabeza de grupo, está en la obligación de ensayar soluciones y alternativas en las que Messi no sea pregunta y respuesta, sino que sus virtudes formen parte de un catálogo en el que no sea el único artista. Pero da la sensación de que lejos de comprender el escenario actual, el entrenador está por la labor de encerrarse en sus ideas, no en vano declaró, tras la derrota ante Chile:

“Estas derrotas no me hacen dejar de ser un tipo frío y analítico. Sigo reconociendo los méritos de los rivales, pero en los 120 minutos debió haber ganado Argentina”.

Quiero volver a una atrevida afirmación que hice en líneas anteriores: Messi no será nunca con la albiceleste lo que es con el Barcelona. Debo aclarar que con esto no pretendo asegurar que seguirá estando en un peldaño inferior cuando juegue para su selección, sino que más bien trato de avisarle a los que se pierden antes de llegar al desierto que el ser humano –y el futbolista es ante todo eso- es un sistema abierto. Ello quiere decir que interactúa con otros agentes, por lo tanto está conectado correccionalmente con factores externos a él; es condicionado por el contexto y condiciona al contexto. Será mejor o peor, pero en cada escenario, Messi será otro Messi.

Siendo el fútbol una actividad compleja en la que dos conceptos aparentemente antagónicos como lo son orden y desorden van de la mano y se necesitan para subsistir, no es posible encontrar una única solución al tema Messi en la selección argentina, pero si se revisa a fondo cómo lo han rodeado los entrenadores y las funciones que le han asignado, podremos encontrar algunas respuestas que, a pesar de estar allí, aún no son exploradas.

Otro ítem a considerar puede ser el repaso de lo que Edgar Morín identifica como momentos de crisis:

“Momentos de decisión en los que la máquina se vuelve no trivial: actúa de manera que no podemos predecir”.

Si ante las dudas aumenta la posibilidad de encomendarse a Lío cómo única solución, el cuerpo técnico de su selección debe trabajar en pos de que esa opción sea desterrada a favor del trabajo colectivo, única respuesta a los problemas en los deportes de conjunto.

Sin mayores conclusiones, más allá de la invitación a que prevalezca la reflexión por encima de los gritos y la banalidad, la pregunta en cuanto al rendimiento de Messi no es si su actuación se equipara a la que muestra en su club; el tema a explorar es por qué, cuándo y cómo evitar esa metamorfosis capaz de convertir al mayor devorador de récords en un triste y solitario pistolero.

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