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Dejemos que la irracional alegría de la Vinotinto nos invada

Venezuela derrotó 1-o a Uruguay. Independientemente de lo que hicieran México y Jamaica después, lo importante es que Rafael Dudamel y los jugadores le devolvieron la alegría a un país que le había perdido fe a su selección. 

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Las imágenes que nos llegaban por las redes sociales y los videos que descargábamos desde el Whatsapp nos hablaban de un diputado con la nariz fracturada y de unos comercios y camiones saqueados. La noche nos invitaba a acostarnos deprimidos. La crisis actual ha sacado lo peor de nosotros y por más que lo intentamos, no encontramos algún punto de unión; alguna canción que nos provoque tararearla juntos o una alegría cuya celebración no dependa del color de la camisa del protagonista. Así fue hasta que llegó la Vinotinto.

Suele suceder con la selección de Venezuela: cuando las expectativas son pocas, pasan cosas extraordinarias. Así fue cuando Richard Páez tomó un equipo disfuncional, a pesar de los primeros pasos de renovación que dio José Omar Pastoriza. Así fue cuando César Farías llegó a una Copa América de la que sería protagonista y así fue con Rafael Dudamel, luego de una crisis generada entre la FVF y la dirección técnica de Noel Sanvicente. Los caminos del fútbol son misteriosos.

Es complicado para quienes estudiamos el balompié explicar por qué hay equipos que le funcionan a un técnico y a otros no. No se trata de esquemas o nombres. Si uno observa el 11 que abrió ante Jamaica y el que jugó contra Uruguay, puede entender que no es cuestión de gustos. Los apellidos se repiten de Farías a Dudamel. Lo que en efecto cambia es la mentalidad y el acople. Por supuesto, hay individualidades que florecen con el paso del tiempo. Peñaranda, por ejemplo. Pero queda claro que repetir a los Vizcarrondo, Rosales, Guerra, Seijas o Rondón no es un capricho.

Una de las frases más usadas de Pep Guardiola, tal vez el técnico más manoseado en cuanto a cistas se refiere, dice: «Perdonaré que no acierten, pero no que no se esfuercen». Reviso mi cuaderno de anotaciones y tengo como protagonistas a un montón de jugadores de la selección nacional. En mi podio estaría Peñaranda. Ese hermoso eslalon en el segundo tiempo, que debería haber terminado en gol, nunca lo había visto en la historia del fútbol venezolano. Se trata de un despliegue físico en el que hay trazos del mejor Ronaldo (el brasileño) y la capacidad técnica de llevar la pelota al pie como Messi. Le faltó la definición de Romario. Imagine la dificultad al sumar los protagonistas citados.

Y el gol de Venezuela reúne dos movimientos de cracks. Por un lado la visión del «Lobo Guerra» y por otra la «mateada», como si se tratara de voleibol, de Salomón Rondón. Detengámonos en el primero. Si usted vio la Copa Libertadores debe saber que no es la primera vez que Alejandro intenta una finalización así. De tal manera que debemos agradecerle al Atlético Nacional esa explosión de uno de los mediocampistas que más ha tardado en madurar. Su calvice es una herida de guerra. Además, «El Gladiador» responde como el «9» que está allí para eso: meterla.

Uno de mis cantantes favoritos, Kevin Johansen, cuenta que escribió uno de sus mejores temas luego de una historia de desencuentros con una chica. El típico «cuando quise ella no quería, cuando ella quería yo no». Así reza:

If you want to give a kiss, just give a kiss 
If you want to fall in love, just fall in love 
If you want to never know, just never know 
If you want to throw a fit, just throw a fit 
If you want to give a show, just give a show 
But do it now, timing is the answer.. 
Do it now, timing is the answer to success 
Timing is the answer to success..,

Timing is the answer to succes… La canción siempre me recuerda que si dejas pasar el boleto terminarás preguntándote «y si…». Venezuela estuvo a muy poquito de hacerlo. Cuando Cavani falló inexplicablemente su tiro, con la portería tan abierta como piernas de jirafa, repasé las escenas en las que la Vinotinto se quedaba a puertas de un logro histórico. No en balde es apenas la primera vez que consigue dos victorias al hilo en la Copa América. La estadística, ya lo deben saber, es de Mr. Chip.

Vuelvo sobre la idea de mi cuaderno de anotación. Tengo notas desde el primer minuto hasta casi el final, cuando tiré el lapicero y tapé mis ojos porque no quería ver el tiro de esquina a favor de Uruguay. Me convertí en un fanático más, como el compañero que le da la espalda a los penaltis para atraer a la suerte. Sí, muy poco profesional tal decisión. Perdónenme, pero no tenía otra manera para describir mi nerviosismo y el deseo de que se rompiera el maleficio contra una selección que nos ha amargado nuestra humilde existencia. Afortunadamente no hubo ni rayos ni centellas.

No los voy a atosigar con análisis tácticos complejos ni tampoco apuntaré actuaciones individuales – aunque debo aceptar que quería volver al útero materno al momento de la lesión de Rosales-. Celebren que la selección de Venezuela nos ha dado una alegría. El triunfo no nos ayuda a conseguir pan en las panaderías, tampoco evita preguntárnos qué será de nuestro futuro en un país con tanta desidia gubernamental. Sí, sin embargo, nos recuerda que cuando menos lo esperamos, una lucecita titila para gritarnos que no perdamos la esperanza.

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