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El mal día de la Vinotinto

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La vida es así. Cuando más necesitas de tus amigos, esposa e hijos, te dan la espalda. No es que no te quieran. Es que un día malo, una discusión de mesa, la tiene cualquiera. A Venezuela, eso sí, le pasa en los peores momentos. Digamos que, en el fútbol, la Vinotinto es Memín Penguin.

Dani Hernández, Seijas, Figuera… toda esa base que nos permitía escribir párrafos de alabanzas se diluyeron como una bolsa del Clap en el mes. ¿A quién culpamos? ¿A Rafael Dudamel que nos inmiscuyó en esta alegría? No.

Parece que se nos olvida que el nuevo técnico heredó un equipo caótico. Nadie tenía fe en esta selección y hoy le reclamamos como si fuera Brasil (no está en esa instancia). Y de repente, finalizó invicto. Es como quedarte sin fichas y apostar al 36 negro y pegarla. Las oportunidades de que se dé tu apuesta son mínimas. En este panorama Dudamel, de 15 números del Kino, pegó 13.

Y no lo hizo con un cambio radical. Tomó casi el mismo grupo que dejó Noel Sanvicente. Era natural entonces que, con muy poco tiempo, lo mejor y lo peor apareciera en vivo y directo. ¿Hay tantos goles de diferencia entre Argentina y Venezuela? La respuesta es obvia. Que esas diferencias se pudieron acortar si la vinotinto escogía el camino de Perú, es obvio. Entorpecer, romper, siempre es más fácil que crear. Y ahí mismo me quito el sombrero ante el nuevo estratega. Escogió el camino más difícil: darle espacio a su talento.

Un resultado supera el resumen de estas líneas. El país debe madurar. Ver más fútbol. El éxito no se digiere y la derrota se explota. La Copa América Centenario demuestra que no importan los nombres: Farías, Chita, Dudamel, todos heredan virtudes y falencias. Los jugadores las exponen en cada partido. Depende de la Federación Venezolana de Fútbol virar completamente su estructura para dejar de celebrar cada resultado como un hecho épico.

Una posdata: Cuando vemos a un jugador cobrar «a lo Panenka», nos preguntamos por qué un venezolano no lo puede hacer. Seijas ya lo ha hecho. Y ha sido exitoso. Criticarlo por ello demuestra nuestro oportunismo, esa idiosincrasia de alabar lo foráneo.

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