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La renuncia de Messi: El saldo de una factura muy costosa

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«Me duele no ser campeón con Argentina. Ya está, lo intenté mucho es increíble pero no se da. Se terminó para mí la selección. Son cuatro finales las que me toca perder, las que nos toca perder, tres seguidas. La verdad que es una lástima, pero tiene que ser así. No se da, lo intentamos, lo buscamos, pero ya está»

Lionel Messi ha dicho adiós a la Selección de Argentina. Un cúmulo de razones ha propiciado que el mejor jugador del mundo deponga armas, con apenas 29 años de edad y en un momento individual excepcional. Se cansó el más grande. No va más.

El fútbol argentino comienza a pagar las facturas generadas por su nada comedido criterio de ensalzar a sus protagonistas. La obsesión por formar ídolos ha trastocado la simple competencia deportiva y hoy se vive como una tragedia nacional que su hijo pródigo, ese que siempre fue comparado con su hermano en el tiempo (Diego Armando Maradona) abdique ante la presión mediática que supone ser el responsable de darle un título a un país. Una bomba que crece y crece en la cabeza de un humano muy particular, que lo único que quiere es jugar.

Sin embargo, más allá de ser la causa directa de su decisión la caída por séptima vez de Argentina en una final desde hace 23 años, el hervidero que motiva su alejamiento coincide con el peor momento institucional y estructural del fútbol de ese país en la historia. Un jugador acostumbrado a ganarlo todo en su club, vive un tormento cada vez que tiene que defender a su patria. Su muy peculiar personalidad no le permite sostener más esa condición.

Messi ha cambiado. Mucho. No solo ahora exhibe extravagantes tatuajes y un look de cantante pop. Ahora se queja por las redes sociales, lidera el descontento de un grupo y toma decisiones que no son populares, inducidas por el torbellino de las cosas que no le agradan. Ha demostrado que cuando el camino que transita es escabroso, prefiere apartarse y continuar en el de concreto.

Triunfa con esta decisión quien lo critica, quien lo cree responsable de los fracasos. Asume Messi que al errar el penal ante Chile su cuota de culpa es mayor y más personal. Argentina en el fútbol se acostumbró a tener un Cristo redentor en la cancha que los lleve por la senda celestial y él considera que como tal, no lo logró. Esa creencia distorsionada de los ídolos humanos fue asumida por el propio jugador del Barcelona y desde ese punto de vista, él considera que fracasó, aun cuando por edad y competencias, las oportunidades de revancha siguen latentes.

Esa posibilidad abierta de tener por delante un mundial (el de Rusia) para romper el maleficio de las finales perdidas y el rechazo de Messi de intentarlo le puede dibujar en el rostro la sensación de cobardía, de bajar los brazos sin luchar por alcanzarlo. El mejor del planeta prefiere seguir siendo feliz en España y no preocuparse por cumplir con el reto que le han puesto sus paisanos feligreses. Eso es fracaso y también temor al fracaso. No quiere Lionel decirle a su gente que de él exclusivamente no dependen los éxitos deportivos de un país, porque él asumió el rol mesiánico y no lo pudo lograr.

En una sociedad que tanto le exige a un futbolista, que hace prácticamente asunto de Estado la importancia que un hombre les regale el sueño de celebrar algo (y ayer no importaba si era jugando bien o mal, traicionando o no las ideas futbolísticas), decidir no seguir es también una sentencia admirable. El valor de voltearle la cara a quienes tanto le exigen, a quienes ningunean su sacrificio, el no dar más largas a una relación frustrante, no es un acto de evitar responsabilidades, es acabar ya con las expectativas desmedidas que se tienen con su desempeño. Argentina queda huérfana de un representante a quien darle la batuta para el éxito y también pierde un saco que servía para reventar a palos cada vez que las cosas no se daban. Messi no quiere seguir siendo esa doble figura.

Ahora cuando el fragor obsesivo de lograr un título ha quedado en una nueva y dolorosa frustración, la renuncia de Messi y otros jerarcas del seleccionado (Javier Mascherano y Sergio Agüero estarían próximos a oficializar la misma decisión) se suma al riesgo de desafiliación al que se somete al Asociación del Fútbol Argentino, en medio de una convulsión generada en su proceso eleccionario y la intervención no reconocida por el Estado argentino de la FIFA en la selección de las autoridades del máximo regente del fútbol de aquel país. En ese marco y con amenazas de armados de campeonatos profesionales paralelos y una roída conformación de responsables de las categorías menores del seleccionado, el gigante del sur tiembla desde su gran pasión: el fútbol. El castillo de naipes se derrumba y el astro del Barcelona se aisló de esa realidad.

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