Rusia ya no era un destino posible. Por eso, la tarea de Rafael Dudamel, cuando tomó el relevo, era reestablecer los vínculos de los fanáticos con su selección y el ánimo y confianza de sus propios dirigidos. La Copa América sirvió para que esas dos tareas se cumplieran con nota eximida. Pero las eliminatorias son otra cosa. En ella se mide la capacidad para resolver en pocos días el crucigrama que significa cada partido. Esto es así porque no puedes tener a los jugadores concentrados por largo tiempo como en un torneo corto. La dinámica que puedes producir en el ánimo, luego de un buen resultado, es proporcional al tiempo de convivencia. Cuando hay parones, como en este caso, el reseteo juega en contra.
Con la Vinotinto lo anterior es más difícil por infinidad de variables. No produce la cantidad de jugadores que sus vecinos, por ejemplo, y a los buenos les cuesta llegar a equipos top. Veamos, por ejemplo, la diferencia que establece un hombre como James, que apenas si ve minutos en el Real Madrid y lo que le cuesta sobresalir a Salomón Rondón, incluso desde procesos anteriores. Nada de esto es nuevo. Ya lo he escrito con más precisión en columnas anteriores. Tampoco soy el único que lo ha dicho. Vale la pena, en todo caso, recordarlo al momento de comprender por qué se dice que hasta Mourinho o Bielsa fracasarían si dirigieran al combinado criollo.
En lo particular, esperaba ver algunas asociaciones, ciertos movimientos de cara al largo camino que deberá recorrer Dudamel con este equipo que hoy aparece en el fondo de la tabla. Lamentablemente, las conclusiones siguen siendo muy parecidas a las que sacábamos tras los resultados de Noel Sanvicente. La diferencia es que Colombia no aprovechó las miles de oportunidades que tuvo, incluido un regalo de Oswaldo Vizcarrondo. Sin Dani Hernández, ese 2-0 se hubiera multiplicado por tres.
Venezuela terminó fundida y Adalberto Peñaranda fue el primer soldado en caer. El calor en Barranquilla es inclemente y el delantero del Udinese fue víctima de una selección partida, que defendía como podía, pegado a su arco. Sin el apoyo de él, los laterales hubieran sufrido mucho más. Para el espectador común es difícil comprender el inmenso desgaste de recorridos cortos y largos para apoyar y, una vez recuperada la pelota, posicionarse en su fase natural, la de ataque. Después de Hernández, fue el jugador que más comprendió lo que necesitaba el equipo y quien más se involucró en todos los procesos, a veces más con corazón que con piernas.
Sí, Juanpi Añor dio a cuentas gotas lo que se sabe puede dar, incluido un remate a balón parado que David Ospina supo resolver. Eso no es sorpresa. Podríamos quedarnos en el eterno lamento venezolano «si ese balón hubiera entrado», al igual que con el remate de Josef Martínez. No obstante, los porteros están allí para eso. Que lo diga Hernández, quien detuvo dos penaltis, uno de ellos a un goleador probado en España e Italia: Carlos Bacca y al propio James.
Tácticamente tampoco el partido da para mucho. Como dijimos arriba, superados con facilidad, gracias a la influencia en bloque de los laterales y mediocentros colombianos, Venezuela hizo lo que acostumbra: pegarse al arco. Hay reacciones sicológicas naturales. Como cuando niños, tras un golpe, llamamos a nuestra madre. Es irresponsable culpar a Dudamel de ello. No es un mago. No tiene la solución en un sombrero. Pueden discutirse los cambios y cierta falta de reacción, pero las expulsiones de Wilker Ángel y Rolf Feltscher no daban mayor margen de maniobra.
La solución es el trabajo y esperar que los muchachos, incluido Yeferson Soteldo, maduren y crezcan libres de lesiones en este tortuoso y largo camino. Por lo pronto, sucedió lo obvio. Como en la calidad de vida, como en los Juegos Olímpicos, Copa Libertadores, Sudamericana… como en casi todas las facetas, el hermano país se ha despegado. El resultado también se explica desde el deterioro de una selección que economicamente necesita la ayuda del Gobierno para viajar en vuelo charter y llegar puntuales a la preparación.