Deportes

Cuando la política y el fanatismo manchan el deporte

La renuncia del volante alemán Mesut Özil a su selección natal no tuvo nada que ver con el fracaso germano en la pasada Copa del Mundo Rusia 2018. Pese a ser uno de los jugadores más criticados de la plantilla de Joachim Löw, el del Arsenal se mantuvo estoico y firme, pues, como un deporte en equipo, entendía que la caída no la determinaba un solo elemento.

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Fotografía: AP

Sin embargo, decidió apartarse por otros motivos.
El pasado mes de mayo, el talentoso mediocampista y su compañero de selección, Ilkay Gündogan, decidieron compartir en Londres junto al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien para ese momento aspiraba a ser reelecto como mandatario, jornada electoral de la que salió victorioso el 24 de junio.
El economista ha sido constante objeto de críticas por manifestar una dinámica política excluyente contra las mujeres, quienes, a su juicio, solo “deben cumplir el papel reservado que tienen de ser madres”.
Entre llamados de atención por la comunidad internacional, el rechazo generalizado salpicó a dos futbolistas que compartieron con el devoto musulmán por sus raíces turcas: los padres de Özil nacieron en ese territorio al igual que los de Gündogan. La actividad, al menos para los atletas, pasó a ser no más que una acción de respeto a sus ancestros.
Pero estrechar una mano, compartir una reunión y aparecer juntos en una foto no determina una postura política; no obstante, el fanático más extremista, y sobre todo, el que vincula ejercicios tan distantes como el deporte y la política, desconoce de límites y en ocasiones mancha lo que ni siquiera guarda relación.
Mientras Löw dio el espaldarazo a sus muchachos, desde la Federación Alemana de Fútbol las ideas se fueron torciendo hasta el punto de meditar si realmente era necesario el encuentro, o al menos hacerlo público, entre los futbolistas con el líder político.
Como si de una enfermedad contagiosa se tratara, muchos vieron en la cita celebrada en la capital inglesa un condicionante para reprochar lamentos que tuvieron inicio, desarrollo y final dentro del terreno de juego.
Así, Alemania vio despedirse por la puerta trasera y con la rabia de quien se supo atacado por falsos justicieros morales a un jugador excepcional y digno campeón del mundo.
La dinámica de la crítica, en este caso, fue más allá, allanó un escenario que debía seguir inmaculado, y lo quebró por las razones menos coherentes, una relación que, entre las sombras del Mundial, contó con más éxito que fracasos, aunque otros se queden con un hecho fuera de la disciplina.]]>

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