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El mal imitador de Lionel Messi

Lionel Messi no debió ser expulsado del encuentro por el tercer lugar de la Copa América. Debió terminar el andar de su país en la cita junto a sus compañeros en la que ha sido, pese al fracaso de no trascender a la final, una de las mejores actuaciones de Argentina en los últimos años.

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Fotografía: AP

Pero la sensibilidad del principal Mario Díaz dictó otro camino y con él una reacción poco agradable.

La salida del astro del Barcelona del torneo fue poco común. Lamentablemente para él y su gente, que la albiceleste pierda no sorprende tanto como verlo salir antes de tiempo de un encuentro; sin embargo, en lugar de ganar el encuentro que nadie quiere disputar, las cámaras tomaron a un mortal cabizbajo y cuyos episodios oscuros con el fútbol de su país están tatuados con fuego en el día a día del fanático.

Messi fue iracundo y, sobre todo, imprudente. Sus señalamientos contra la Conmebol y el arbitraje de la cita aún encuentran defensores; no obstante, llevarlo todo hacia el lado del local acabó con un debate en el que había espacio para condenar acciones que los colegiados habían omitido. Su crítica, presentada con más hiperactividad infundada en la molestia que coherencia, terminó de derrumbarse y convertirlo en villano al asegurar que el torneo tenía un norte fijado con antelación: todos para uno y que Brasil sea campeón.

Así como si se tratara de dos personas idénticas pero con versiones futbolísticas diferentes, el Messi de Argentina es un mal imitador del que juega con el combinado catalán, donde la disciplina encuentra ritmos diferentes y actores que potencian el juego del que es para muchos el mejor futbolista de la historia.

Pero en América todo es diferente.

Los nombres valen en la región sur, y mucho, pero no tanto como el escudo de un país. Este atleta es un tipo que transita por un camino en el que la igualdad se mezcla con el hambre de éxito, trayecto en el que las caras menos conocidas no se encandilan frente al brillo de cinco Balones de Oro. El mérito individual da igual si el colectivo no funciona. Y Messi sabe que Argentina no funciona.

Descalabro tras descalabro, la derrota pasó de visitante a inquilina y con ella las excusas, un manual que alimenta a los analistas a la espera del próximo juego perdido de la albiceleste.

No hay mucho honor en el revés, sobre todo si la tragedia engorda con improperios en los que se intenta tapar el sol con un dedo, responsabilizando a terceros y metiendo en la discusión a otras selecciones. Eso opaca al héroe, en este caso uno conocido a miles de kilómetros de distancia y que desluce en un desfile poco atractivo donde los estilos solo son aplaudidos si el ritmo es incalculablemente veloz.

La sinfonía del Barcelona y su partitura prodigiosa emiten melodías en la que Messi se mueve a placer, caso contrario al de su país natal, cuyo ruido, más que música, ensordece a un hombre que perdió la paz para transformarse en embajador del caos.

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