Economía

Malos negocios personales entre el cielo y el infierno

Los pasajes bíblicos nos dan útiles lecciones sobre la economía, el trabajo, el ahorro, la riqueza, la humildad, el capital y ciertas decisiones económicas desastrosas.

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Por estos días en los que parte de los venezolanos guardan la Semana Mayor y ejercitan su fe religiosa, vale recordar cómo la Biblia –ese libro maravilloso donde ocurren cosas asombrosas, como lo definió una vez Gabriel García Márquez- recoge una serie de relatos que de alguna u otra forma nos acercan al día a día de la economía.

Ni siquiera hay que irse tan lejos como en el episodio del Génesis que habla de la creación del mundo y cómo Dios se dedicó a descansar el sábado después de un trabajo tan arduo. A ese día de descanso divino debemos hoy que el sábado trabajado genere otra jornada libre, según la Ley del Trabajo venezolana.

No sabemos si el Creador cobró su pensión por el resto de los días, ni si llegó a invertir en un fondo de jubilaciones, pero era un ser muy laborioso: eso de sacar de la nada un universo entero es la mayor evidencia de que toda escasez y falta de mano de obra puede ser derrotada.

Varios milenios y generaciones de tribus, reyes y familias pasarían en la Biblia hasta que el domingo fuera consagrado a la resurrección del Señor y por lo tanto también fuera fiesta de guardar. En Venezuela, cuando se trabaja en una empresa, además de pago doble, genera otro día para descansar, o más bien para ir a hacer las eternas colas y las peregrinaciones y viacrucis por más de siete comercios, en pos de algún alimento o desodorante regulado, o de algunas medicinas que sirvan de engañifa a la tensión alta.

Al menos queda claro, también en el Génesis como en los estudios de paleontólogos y antropólogos, que el primer sistema económico fue la recolección: Adán y Eva vivían en cueros por ahí, comiendo los frutos de la tierra, lo que caía de las matas, pues, sin ningún esfuerzo. Sólo tuvieron que trabajar y ganarse el pan con el sudor de su frente después de ponerse a bochinchar con el fruto del árbol prohibido.

He aquí que hicieron un muy mal negocio, o una inversión poco rentable, como diría algún asesor avispado: cambiaron toda una vida de virtudes y flojera, de sosiego y paz, por una manzana ofrecida por alguien tan sospechoso como una culebra enrollada en un árbol. A cambio, tuvieron que trabajar muy, muy duro, bajo el sol, sin seguro ni previsión social, enfrentando los impredecibles elementos y además teniendo que resolver los conflictos sindicales levantados entre sus dos hijos, Caín y Abel. Lamentablemente esa situación habría de írsele de las manos, como en cualquier huelga que termina en sangre.

Sin ofensas a la fe y al dogma, hay muchas enseñanzas en la Biblia, un libro que para algunos escritores modernos es un maravilloso ejercicio de literatura fantástica.

Uno de los pasajes más famosos es esa lección de políticas públicas presentada en la historia de José, sus hermanos y el sueño de Faraón (Génesis 35:22). Es evidente que si los políticos venezolanos desde hace años hubieran atendido estas sencillas recomendaciones las cosas podrían haber sido diferentes por aquí.

Como sabemos, este pasaje recoge la moraleja de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas. Básicamente significa que si uno en la vida personal y familiar, o en la historia de las empresas y los países, pasa por un período de bonanza, no debe ponerse agallúo. Más bien debe ahorrar, guardar parte de la riqueza para ser empleada en los malos tiempos que seguro vendrán, en los de vacas flacas, y evitar que las penurias causadas por la escasez y la inflación se abalancen sobre el pueblo.

Gracias a José, ese asesor que hoy sería un cotizado ministro consejero en un gobierno serio, Egipto pudo salvarse de los malos tiempos, mientras sus vecinos se vieron obligados a peregrinar por los silos del faraón en busca de algunos caros sacos de trigo para llevar a sus comarcas de origen, arrasadas por la sequía, las plagas y la pésima administración.

Hay muchos versículos que algún erudito en materia de religiones judeo cristianas podría explicarnos mejor. Pero sin ir muy lejos, es curioso cómo este libro fundamental en la cultura de Occidente habla mucho de la relación del género humano con el dinero, ya sea para atesorarlo, o para prescindir de él en una vida frugal, como algunos patriarcas del Antiguo Testamento, y el propio Jesús de Nazaret, un humilde carpintero de la clase trabajadora.

Volviendo atrás, en Deuteronomio 23:20 hay un controversial pasaje que habla del préstamo del dinero y la usura:

“Podrás cobrar interés a un extranjero, pero a tu hermano no le cobrarás interés a fin de que el SEÑOR tu Dios te bendiga en todo lo que emprendas en la tierra que vas a entrar para poseerla”.

Aquí hay un problema, porque todos los bancos y prestamistas serían pecadores. También hay una paradoja, porque en esta Venezuela moderna de tan alta inflación, si una persona le presta a alguien sin intereses la explotación sería inversa, es decir, sería el prestamista el atropellado y el deudor el aprovechador. Eso, a los ojos de cualquier dios bienintencionado tampoco sería justo.

Si usted en Venezuela le presta a alguien sin intereses es porque tiene en efecto un desprendimiento digno de la santidad. Porque cuando ese cuñado, amigo, o abuelita le devuelva la plata usted ni de lejos podrá comprar ni la mitad de lo que compraba el año pasado con la misma suma.

Otras interpretaciones eruditas indican que lo que está prohibido más bien es la usura, es decir, el cobro excesivo y confiscatorio de intereses por el dinero facilitado, aprovecharse pues del prójimo que atraviesa por un aprieto, como hacen muchos prestamistas del barrio o de algunas oficinas públicas y privadas.

Otro episodios bíblicos tienen que ver con los recaudadores de impuestos, temas pertinentes por estos días en los que el Seniat nos llama a cumplir nuestros deberes y obligaciones y bajarnos del camello, digo de la mula, con el ISLR.

Entonces, como ahora, los recaudadores de impuestos eran mal vistos porque el dinero que le sacaban a los contribuyentes –al pueblo pues- no se revertía en mejoras en las calles empedradas, ni en nuevos pozos de agua en el desierto. Solo servían para que gente como Zaqueo vistiera ropas elegantes y los reyes vivieran en palacios de fábula.

“Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, respondió Jesús cuando le pusieron un peine preguntándole si se debía pagar tributos al gobierno.

Algunos defensores del Seniat insisten en que esta es una prueba de que los compromisos tributarios están consagrados hasta por las Sagradas Escrituras.

La réplica indica que en realidad Jesús se refería a que el reino de Dios está por encima de todos estos materialismos y él no iba a dejarse agarrar –acusado de subversivo- por los soldados y los fariseos diciendo que no se deben pagar los tributos cuando la propia moneda tenía la cara del César. Usted puede pensar en esto cuando esté llenando la planilla del ISLR (el plazo vence el 31 de marzo y no hay prórroga sino multas).

Volviendo a lo de los peores negocios bíblicos, recordemos que Judas Iscariote se conformó solamente con 30 miserables denarios (debió ser algo así como 30 euros) por entregar a Jesús a los soldados del Imperio mesmo, romano.

La verdad, el Mesías valía mucho más. Cualquier secuestrador de Tocorón hubiera sabido sacarle más provecho a la víctima. Por eso hay quien duda de la verdadera viveza del traidor… O quien piensa que en todo caso era solo una propina lo que le pagaron, pues Jesús era tan conocido por todo el pequeño mundo de entonces que no hacía falta identificarlo con ningún beso en el cachete para dar la contraseña de la captura.

Como propina al menos el pago fue alguito. Pero todavía un muy mal negocio, pues por esa miserable suma el apóstol oveja negra perdió el reino de los cielos con toda su eternidad indestructible. A cambio fue a parar al infierno, donde según la doctrina debe estar todavía y hasta más allá del final de los tiempos.

Sólo aparece y desaparece cada domingo de resurrección, en la invocación de un monigote de trapo que es quemado en lugar de políticos venezolanos.

Puestos a un rendimiento anual de 30%, que tendría que pagar Venezuela si sale a pedir financiamiento internacional, esas 30 monedas de plata de Judas tendrían esta Semana Santa un rendimiento simple hasta alcanzar la suma de 17.847 denarios. Claro, no estamos hablando de interés compuesto, ni considerando la inflación acumulada en 1983 años. Pero la ganancia sería tan alta -y a la vez tan insignificante para tamaña apuesta- porque invertir en papeles venezolanos es, para los mercados, más riesgoso que salir de noche por la Franja de Gaza, o por las carreteras de El Picure.

Muy poca recompensa la de Judas. Por eso siempre hay que recordar una de las normas de las decisiones económicas: la relación costo beneficio. Cuánto tengo que poner sobre la mesa y cuánto espero recibir a cambio y en cuánto tiempo, por mi capital, por mi trabajo, por mi talento o las traiciones… Siempre se aprende algo, incluso en las derrotas y en las quiebras financieras y morales.

Lo primero, es que toda decisión, por muy pequeña que parezca, tendrá sus consecuencias.

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