Economía

Una encuesta informal sobre el CLAP

De 10 vecinos consultados al azar en varias parroquias del municipio Libertador del Distrito Capital, apenas cuatro han recibido “bolsas patriotas”, y solo dos en más de una ocasión en lo que va de 2016. “La última la compramos hace dos meses y la promesa que nos hicieron fue cada 15 días”, indicó una mujer censada en San Bernardino.

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Foto archivo: Ricardo Herdenez

No se coarte conmigo. Sincérese. Sostengo la opinión de que la envidia y el Schadenfreude (palabra alemán intraducible que se refiere a celebrar un bonche por la desgracia ajena) no son censurables, sino sentimientos totalmente humanos y normales en Caracas o en Frankfurt, e inclusive sirven como motor de la historia.

Le voy a contar algo que ocasionará que usted me eche mal de ojo. Porque esa es otra: las crisis atroces como la venezolana, al hacernos más vulnerables, estimulan nuestra creencia en fuerzas sobrenaturales. Envídieme, sin pena: pertenezco a una minoría privilegiada. A pesar de ser notoriamente opositora, mi familia fue beneficiaria de un CLAP, unas siglas en las que la letra clave es la que queda de última. Significa “producción”.

Ahora le voy a contar la segunda parte, para que se alegre de mi desgracia y se reconforte. Compré la bolsa de alimentos del CLAP el viernes 13 de mayo. Incluía una chicha de la marca del Conde del Guácharo, una carne enlatada y una salsa de ajo que ni hemos tocado. Durante tres horas, estuve en una placita viéndole la cara a mis vecinos de edificio a los que generalmente nunca saludo. Tuve que enseñar cuatro veces la fotocopia de la cédula de mi papá y explicar que acudía en representación suya. Luego a mitad de camino de regreso se me rompió la ruedita de plástico del carrito de compras.

Llegamos a julio y no hemos tenido ni la menor noticia de un nuevo operativo de reparto. Ya se nos acabó el arroz y el aceite, que están costando 2.000 bolívares el kilo y 3.500 bolívares el litro en el mercado negro, respectivamente, e inexorablemente la leche en polvo para el café de mi papá seguirá la misma ruta. Los seres humanos somos consumistas y agotamos lo que dejan en nuestras manos. Además, aquel 13 de mayo no llegamos a tiempo para una bolsa paralela de productos higiénicos. Se nos va a acabar también el jabón Las Llaves y el detergente en polvo. Creo que eso es lo que llaman la fatiga de los materiales.

¿Hay que tomarse los CLAP en serio? Nicolás Maduro, Aristóbulo Istúriz y otros voceros destacados del gobierno lo han dejado claro: los CLAP han llegado para quedarse, chille quien chille. Estoy seguro de que, en el fondo, en el oficialismo se sabe que el concepto es inviable a largo plazo, por la descomunal logística que implica pretender llevar alimentos a cada vivienda de Venezuela, o al menos dejarla lo más cerca posible (en realidad lo que suelen pedirte es que te aproximes a algún PDVAL o local similar en los alrededores). Un plan maestro que deja pendejo al traslado en masa a Australia de toda la especie humana metida en pompitas de jabón en la película animada Home: no hay lugar como el hogar.

“Esto es solo por dos meses, luego todo volverá a normalizarse”, le dijeron los líderes comunales (seguramente muy atentos a los plazos que fija el ministro Pérez Abad) a una amiga y madre de dos niñas de Prado de María a la que le toca una situación terrible: vive en una cuadra que está en una especie de zona de nadie en la frontera entre dos consejos comunitarios y por lo tanto no aparece censada para los CLAP.

Hasta ahora, las palabras más medianamente sensatas se le han escuchado a Freddy Bernal: “Hay que ser responsables y explicar que los CLAP no estarán en todo el país ni cubrirán a 100% de la población. Este programa es fundamentalmente para las clases populares y clase media baja. No asumimos que la guerra económica será permanente. El venezolano no vivirá de una bolsa de comida que periódicamente y con condiciones especiales le venda el Estado. Vamos a hacer que esto vuelva a la normalidad”. Explíqueme qué hacemos los demás que estamos jodidos mientras todo se normaliza y se dolariza, Freddy. Pero tranquilo: usted es sensato. En comparación, claro.

Por cierto, la situación de las panaderías se normalizó ya. Las colas son normales.

Hice una encuesta que no tiene nada de científica entre 10 vecinos del municipio Libertador que pudieran calificarse entre lo que alguna vez fue clase media, seleccionados entre parroquias diferentes (San José, Santa Rosalía, La Candelaria, La Pastora, Altagracia, El Valle, La Vega, El Recreo) y obtuve los siguientes resultados: solo 4 han sido compradores de bolsas de los CLAP (40%). Porque se trata de eso: compradores. Los CLAP no regalan.

Solo dos vecinos han recibido más de una bolsa en lo que va de 2016.

Algunos de los testimonios de los que sí han comprado “bolsa patriota”:

  • “Mi madre fue beneficiaria. El CLAP de mi zona priorizó a las familias con niños y personas de las tercera edad. La población que abarca el Consejo Comunal es muy amplia, con aproximadamente 900 familias, y la cantidad de bolsas a distribuir son 300. Mi mamá está censada como cabeza de una familia. En lo que va de 2016 sólo se recibió la bolsa una sola vez. Hubo que ir a recogerla en un punto cercano a casa. La adquirió hace aproximadamente un mes. El costo fue de 650 bolívares. No satisfizo las necesidades de la familia. Una de las quejas es que son los pocos productos que trae y otra es que, al sumar los precios marcados en el empaque, el costo del combo llega al doble del precio de venta. El pretexto que se da para el sobreprecio es que va incluido el transporte y el costo de las bolsas para empacar. Multiplica ese precio por la cantidad de familias de todos los consejos comunales que participaron en ese operativo” (Bertha M., de Santa Rosalía).
  • “Sí recibimos la bolsa, pero no con lo necesario y pasa mas de un mes para recibirla. Hasta ahora solo nos ha tocado una vez y fuimos a buscarla a un centro de acopio. Solo alcanzó para tres días por cada grupo familiar. Tenemos un hogar en el que vivimos cuatro familias juntas. Y solo nos tocó una bolsa para todos” (Eufemia T., El Valle)
  • “Recibimos la bolsa antes de llamarse CLAP en cuatro oportunidades. Dos veces el año pasado y dos este año. No quedamos satisfechos en ninguna de las oportunidades porque no vienen todos los artículos necesarios ni las cantidades adecuadas para cubrir las necesidades. En nuestro caso particular somos cinco y no alcanza ni para los 15 días prometidos, por el tiempo de espera entre una y otra bolsa. La última la recibimos hace dos meses ayer, y repito, la promesa fue cada 15 días. Cada vez menos artículos  y para meterle relleno te colocan ítems como una carne de almuerzo Plumrose, muy cara y sube el precio por casi 800 bolívares” (María Alejandra M., San Bernardino).
  • “En el PDVAL de mi zona fui a buscar bolsa de comida en dos ocasiones, pero no del CLAP como tal. En mayo pagué 880 bolívares y en junio 1.770 bolívares. No tiene todos los productos que necesita mi familia durante un mes” (Yelitze R., Altagracia)

Dentro de todo, una noticia positiva: hay al menos un CLAP, el de Santa Rosalía, que priorizó a niños y ancianos, es decir, más o menos lo que recomiendan los expertos en catástrofes que generalmente son provocadas por terremotos, huracanes o inundaciones, no por gerentes. ¡Bravo! Los adultos podemos aguantar hambre, pero eso sí, no nos pidan poner en marcha los 14 motores de la economía, activar la “P” de producción ni tener fuerza para aplaudir. En vez de CLAP, nos sale clepsidra: darle vuelta al reloj de agua.

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