Testimonios

El hijo de Kennia está bien en Tocorón (entre comillas)

Kennedy Tejera, 24 años, abogado y miembro de la ONG Foro Penal está en la cárcel desde el 2 de agosto cuando intentó prestar asistencia legal a detenidos en las protestas tras las elecciones presidenciales. Su madre, Kennia, ha podido verlo solo en dos ocasiones, este es su relato I Por Mary León Rodríguez

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El mensaje de WhatsApp, reenviado muchas veces, llegó al teléfono de Kennia Jiménez en la mañana del jueves 17 de octubre: “Saludos se admite la acusación fiscal, se declara sin lugar las excepciones, se acuerdan las pruebas promovidas a favor del imputado, se acuerda el pase a juicio, se mantiene la privativa”.

Kennia sintió que le faltaba el aire, que se asfixiaba, que las piernas le iban a fallar, que se desmayaría. A pesar de que hasta ahora todas las audiencias preliminares de otros detenidos han concluido con pase a juicio, y de que el propio defensor público le había aconsejado desprenderse de esperanzas, ella, una mujer creyente, mantenía la fe de que su hijo Kennedy Tejeda quedara en libertad.

Kennedy, 24 años, recién graduado de abogado y miembro de la organización no gubernamental Foro Penal, está encarcelado desde el pasado 2 de agosto.

Ese viernes por la mañana acudió al comando rural de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) de Montalbán, Carabobo, a prestar asistencia legal a personas apresadas por protestar contra el anuncio del cuestionado triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones del 28 de julio. Y él también quedó preso.

El 4 de agosto, en el Palacio de Justicia de Valencia, y sin permitirle defensa privada, le dictaron medida privativa de libertad. Al día siguiente fue que se supo: lo imputaban por terrorismo y quedaba a la orden de tribunales radicados en Caracas.

Desde entonces estuvo recluido en la sede del Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (Conas) de Valencia hasta el 3 de septiembre por la noche, cuando su mamá recibió, a través de un mensaje enviado por la madre de otro joven detenido, la mala noticia de que a Kennedy lo estaban trasladando a la cárcel de Tocorón, en Aragua.

Kennia iba todos los días al temido penal aragüeño, ubicado a 130 kilómetros y tres escalas de transporte público de Montalbán.

Y todos esos días, durante tres semanas, volvía al pueblo sin haber visto a su hijo, sin ninguna información sobre su estado.

“Uno regresa a casa más triste de lo que sale, sin saber qué va a pasar con él. Somos varias madres que vivimos lejos, pasando por este desgaste mental, físico, económico y pare de contar. Cada día que pasa aumenta la angustia y la impotencia. Lo más horrible es no saber nada de ellos”, cuenta ella.

Pudo ver a Kennedy por primera vez en Tocorón el martes 8 de octubre, poco más de un mes después del traslado. El aviso de la visita, permitida únicamente a mujeres, se lo envió el Ministerio Público por WhatsApp.

Fueron apenas cinco minutos, aunque le habían dicho que tenía derecho a diez.

Tuvo que pasar cinco revisiones, desde la entrada a la penitenciaria hasta el cubículo cruzado por un vidrio a través del cual logró ver a su hijo y hablar con él mediante “esos mismos teléfonos que se ven en las películas”.

Dos custodios, uno del lado de Kennedy, otro del lado de Kennia, vigilaron el encuentro; aunque ella no está segura de si realmente prestaron atención a la apremiada conversación.

Vio a su muchacho muy desmejorado físicamente, notoriamente mal alimentado. Él se esforzaba en ocultar la tos, pero tosía. Ella se esforzaba por contener el llanto, pero sentía “como un derrumbe en la garganta”. Al término de la visita, Kennia fue a una farmacia cercana, compró un frasco de jarabe y rogó a los encargados del penal que se lo entregaran a Kennedy.

La segunda visita fue el viernes 18 de octubre, un día después de conocerse el dictamen del pase a juicio.

Alrededor de Kennia, su familia ha desplegado una logística para, mientras puedan, encargarse del traslado desde Montalbán hasta Tocorón: un primo la lleva en su carro hasta Valencia y desde allí un tío la lleva al penal: “Me da mucha tristeza ver que otros familiares, de mucho más lejos que yo, no tienen ningún tipo de apoyo o posibilidad. Están mucho peor”.

Esta vez sí fueron diez minutos. Ni más ni menos. Kennedy se ve mejor, con más ánimo, informa ella, casi alegre, acotando con mucho énfasis: “gracias a Dios”.

Él le contó sobre la audiencia del día anterior. Ella le preguntó si, como a otros detenidos, lo presionaron para que se declarase culpable y Kennedy contestó: «no».

Le preguntó si ha recibido maltratos físicos o de otro tipo, y él volvió a contestar: no. Aunque en esta parte acompañó la respuesta con el gesto de sus dos manos haciendo el “entre comillas”.

Kennedy se declaró inocente. “Me acusan de pertenecer a una red internacional para desestabilizar al país, imagínate…”, le explicó a su mamá el viernes 18.

Le contó además que reza a diario con sus compañeros de celda y que está muy preocupado porque uno de ellos, Yonathan, procedente de San Cristóbal, aún no ha recibido visita.

-¿Y te dieron el jarabe que te dejé la vez pasada?

-Sí, hace dos días.

Kennia se asume consciente de que la libertad de su hijo, y la de los otros miles de enjuiciados atribuibles al 28J, depende de una orden política. Ninguna duda le cabe ya, dice, de que el proceso judicial es solo una puesta en escena, una muy mala en la que siquiera hay la simulación del derecho a la defensa. No por ello -advierte- dejará de luchar: esta misma semana va a Caracas, a reunión con el equipo de Foro Penal, a ver qué más se puede hacer.

Entretanto, espera con ansias el mensaje de WhatsApp para la próxima visita. -Mary León Rodríguez

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