Consumo

¿Cómo sobrevive la clase media a la voraz inflación?

Los hábitos de consumo han variado debido al alto costo de bienes y servicios. Integrantes de familias de clase media se privan no solo de paseos y entretenimientos, sino de alimentos que habitualmente adquirían como parte de su ingesta diaria y que han mermado su calidad de vida.

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@jahurtado15

Carla y José Valera han sentido en carne propia los efectos de la crisis económica que atraviesa el país. Profesionales ambos (relacionista pública ella, oficial de carrera él) esta pareja, que por su estilo de vida encaja en el perfil de la clase media, ha tenido que cambiar diametralmente sus patrones de consumo para poder sostener a su pequeña familia de cuatro miembros.

“Hemos tenido que cambiar muchas cosas. Ahora no podemos darnos el lujo de comprar nada que no sea de primera necesidad”, comenta la madre de familia, quien señala que tras los múltiples descuentos de ley el ingreso familiar neto oscila entre 50 y 55 mil bolívares mensuales. “Pero cada vez nos alcanza para menos”.

Para su desventura, la señora Valera tiene razón. De acuerdo con los datos del Centro de Documentación y Análisis Social (Cendas) de la Federación Venezolana de Maestros, al cierre de 2015 una familia promedio requería más de 139.000 bolívares para sufragar el costo de la canasta básica, un alza de 361,5%; porcentaje que a falta de cifras oficiales permite medir el grado del deterioro que ha sufrido el ingreso de los venezolanos.

Tratándose de una familia de cuatro miembros, según el Cendas los Valera necesitarían más de Bs 111.000 al mes para satisfacer sus necesidades básicas. Pero sus ingresos son apenas de la mitad.

Para adaptarse a su nueva realidad, sus compras -incluso de alimentos- se han reducido considerablemente. En los productos fuera de lista figuran la charcutería, el aceite de oliva, aceitunas, cereales dietéticos y frutos secos, jugos pasteurizados y hasta cortes parrilleros. “Antes podíamos hacer una parrilla cada 15 días, hoy es imposible”, dice la señora Valera.

“De vez en cuando podíamos salir a comer una pizza o alguna comida económica. Ahora no es posible. También hemos dejado de ir al cine”, afirma desde Maturín Rafael Caraballo, un educador con postgrado que asegura tener un ingreso familiar por encima del promedio de sus colegas gracias al aporte que hace su esposa María, contadora de profesión y empleada en Pdvsa Oriente.

Cero parrillas, adiós a las cervezas con los vecinos alguno que otro fin de semana. Hasta las empanadas de la esquina para el desayuno dominguero fueron eliminadas. “Hemos dejado de visitar a la familia de mi esposa en Bolívar porque no podemos costear los gastos”, dice Rafael, y agrega que incluso los paseos a centros comerciales quedaron suspendidos.

Con un ingreso promedio de Bs 35.000, los Caraballo se vieron obligados a dividir un espacio de su modesta casa en un sector popular de Maturín. Construyeron tres habitaciones que alquilan a estudiantes universitarios, lo que les representa un ingreso adicional de Bs 20.000 al mes.

“Pero nada alcanza”, dice el educador, quien señala que hasta han dejado de darse pequeños gustos como tomar Toddy o bebidas a base de arroz. “La leche, cuando se consigue, es solo para la niña”, una pequeña de 4 años que ha dejado de asistir a las fiestas de sus amiguitos. El costo de un obsequio se ha vuelto prohibitivo.

– Todo sube, nada baja –

“La mayoría de la gente está dejando de consumir porque sencillamente no les alcanza el sueldo ni para la canasta alimentaria”, acota Oscar Meza, director del Cendas, quien recuerda que si bien alimentos es la categoría que más subió de precio en el último año (443%), las otras categorías aumentaron en igual proporción. “Vestido y calzado subió 418%, pero un gasto aparentemente estable como es educación pública se disparó 406,9%”, recuerda Meza.

De eso saben David y Graciela Chacón. Técnico en refrigeración con empresa propia, los ingresos brutos de David rondan los Bs 20.000 mensuales, monto que hace imposible mantener el antiguo gasto de la familia de tres miembros.

“Tengo como dos años que no puedo comprar un par de zapatos. Tampoco ropa para nosotros, solo para el bebé (Francisco, de dos años). Tampoco vamos al cine y ya ni siquiera podemos comprar películas quemadas porque subieron mucho”, comenta Graciela.

Comunicadora social de profesión, la joven madre se vio forzada a renunciar a su trabajo para dedicarse a ayudar a su esposo en el negocio familiar y cuidar a su hijo, pues el pago mensual de la guardería superaba lo que cobraba como redactora de un diario de circulación nacional.

“Sea cual sea el ingreso que se tenga, la calidad de vida ha desmejorado notablemente porque la inflación se lo come”, afirma el economista Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis, quien señala que el consumo general cayó 6% en 2015, una reducción que considera brutal y habla del abrupto deterioro de la calidad de vida.

Virginia Orta lo confirma. Madre soltera de una adolescente y un bebé en edad preescolar, su sueldo de asistente en un colegio de educación especial apenas alcanza para lo indispensable. De hecho recurre al trueque con vecinos y amigos para poder darle leche a su pequeño, un gusto que los mayores ya no se pueden dar.

Con el apoyo económico de su madre, Orta dice que son muchos los alimentos que ya no se ven por casa, no solo por escasez sino porque no puede pagarlos. “Antes podíamos comer carne varias veces a la semana, ya no”.

– Adiós a otros gastos –
Asdrúbal Oliveros, director de la firma Ecoanalítica, dice que con una caída de 34% del poder de compra del salario promedio, es imposible para nadie poder mantener el nivel de vida que llevaba dos años atrás.

En efecto, los datos aportados por Oliveros señalan que los consumidores han dejado de adquirir uno de cada tres productos, lo que justifica que Carla Valera haya renunciado a la compra por catálogos, una práctica que le permitía hacerse con utensilios de cocina, productos de belleza y de higiene personal.

Graciela Chacón lo corrobora y dice que ha dejado de usar maquillaje y ha suspendido las necesarias reparaciones en el hogar. Incluso han postergado visitas al médico por no poder costear la consulta. También declinaron realizar el paseo que realizarían en carnavales a El Hatillo con los padres de David. “Sacamos la cuenta y serían más de 10.000 bolívares solo para un día. Es un monto que no podíamos gastar”.

Toda esta realidad tendrá, en definitiva, una fuerte repercusión en el aumento de los niveles de pobreza, un aspecto del que tampoco existen datos oficiales pero que según estudios realizados por varias universidades nacionales en 2014 –cuando la crisis actual era apenas una advertencia- se ubicaba en más de 48%, cifra incluso superior a la existente en 1998, previo al inicio de la era chavista.

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