Economía

El capitalismo solo no salva a Venezuela

¿Cómo llega un país pionero de la civilización y vida moderna como Gran Bretaña a decidir abandonar la Unión Europea? La respuesta está en la economía.

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Por Marco Aurelio Rodríguez Foto: Dagne Cobo Buschbeck

Tras la crisis financiera de 2007, la mayoría de los países de Europa Occidental aplicó una extraña receta clásica ante la adversidad: como no pueden emprender políticas monetarias y fiscales expansivas sin generar inflación, no hacen otra cosa sino dejar que los mercados busquen el equilibrio de la economía.

Esta receta de la no intervención del gobierno en la economía, ha sido ampliamente aplicada con resultados desastrosos. Muchos países del bloque euro siguieron este camino a regañadientes, por lo que no les quedó otra opción que seguir la estricta disciplina fiscal y monetaria alemana o enfrentar una desordenada salida del euro.

Lo que se observó fue recesión, estancamiento, desempleo y presiones deflacionarias. Hoy están saliendo tímidamente a flote con la expansión monetaria propiciada por Mario Dragui, pero les falta el componente fiscal, de expansión del gasto público, para retomar el camino del crecimiento.

El caso del Reino Unido es uno de autolaceración, pues ellos tenían una posición privilegiada en la comunidad, donde participaban de las políticas comerciales y financieras beneficiosas de la unión, sin sacrificar la independencia de su moneda.

Sin embargo, curiosamente decidieron optar por políticas de austeridad sin haber estado obligados a ello, produciendo los mismos malos resultados.

Curioso que Keynes, el padre de la macroeconomía, fuera inglés. Su principal aporte es un gran regalo para el conocimiento de la humanidad: el libre mercado equilibra la economía con demasiada lentitud cuando hay desempleo; y la solución es que el Estado gaste para reactivar la demanda y poner dinero en manos de la gente. Así se ahorra mucho tiempo y sufrimiento innecesarios.

Sin embargo los británicos decidieron no seguir tal recomendación. Pero la gente se molesta cuando tiene mucho tiempo pasando trabajo y empieza a inclinarse por opciones más radicales. Así este malestar económico se transforma en un problema político. Encontraron un culpable externo y obviaron reconocer que ha sido la ineptitud de su gobierno la que ha agravado sus problemas.

El aprendizaje para los venezolanos es que cuando cambiemos el tortuoso camino que nos han obligado a transitar, no debemos pensar que la liberalización de la economía por sí sola va a resolver nuestros problemas.

El Estado debe jugar un rol muy activo en la recuperación del país, invirtiendo enérgicamente recursos en bienes y servicios públicos muy deteriorados.

El caso de Venezuela es uno de exceso de intervención ineficiente por un lado, con controles de precios y expropiaciones ilógicas; pero con ausencia absoluta del Estado por otro, siendo la seguridad ciudadana el ejemplo más visible.

La receta clásica liberal de pedir un préstamo multilateral para subsistir y adherirse a una estricta disciplina fiscal que garantice esos pagos, es peligrosa. Esto ya pasó en la Agenda Venezuela del presidente Rafael Caldera, quien a pesar de emprender un «buen camino» no se logró suficiente crecimiento económico; principalmente por una tasa de cambio sobrevalorada y por la ausencia de la expansión fiscal.

Ese crecimiento insuficiente no permitió aplacar el descontento social, produciendo sentimientos radicales en la población que ayudaron a Hugo Chávez a llegar al poder.

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