Economía

Ir o no ir al teatro: el dilema en los tiempos hiperinflacionarios

No es de sorprenderse que por estos días cualquier usuario de Facebook se pregunte si es de gente seria preguntar: ¿te alcanza el sueldo para ir al teatro? Algunos ironizan respuestas, otros colocan caritas que lloran, memes más o menos graciosos y mucha evasión. Como si la realidad les golpeara de frente, es fácil imaginarse el rostro de quien hace el gesto de contar con los dedos de la mano mientras piensa cuándo fue la última vez que asistió a una función teatral en la Caracas de los bachaqueros y el efectivo faltante. (NDLR: Esta nota se publicó originalmente el 2 de marzo de 2018)

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TEXTO: Rosa María Rappa |FOTO: FELIPE ROTJES

“Ir es una cosa, tener que regresarse es otra”, indicaba uno. Otra respondió: “Esa pregunta es indecente, je je je”. Alguien más, a sabiendas que quien pregunta es una periodista y ama los datos, asegura que “de septiembre a diciembre fui a 13 obras y este año no he podido comprar ni un solo boleto y quiero verlas todas”. Hay quien se decanta por las comparaciones y asegura que al teatro todavía se puede asistir, pues “con lo que pagas por ir al cine una sola vez, puedes ver 10 obras de teatro y 18 si son de microteatro”. Las matemáticas nunca fallan, dirían por ahí.
Los espacios dedicados a la actividad teatral caraqueña permanecen activos. Ya eso es, de por sí, más que asombroso. Dice Orlando Arocha, codirector junto a Diana Volpe y Ricardo Nortier de La Caja de Fósforos, que el año pasado mientras duraron los conflictos de calle por las protestas sociales, el público habitual de esta pequeña sala, que funciona en la Concha Acústica de Bello Monte, agradecía que la programación se mantuviera en pie. “Apenas tuvimos unas pocas cancelaciones y fueron porque ni los actores ni el público pudieron llegar al espacio”.
El encuentro con el teatro puede ser un aliviadero entre tantas tensiones y angustias que se producen, no solo por la situación económica que atraviesa Venezuela, sino fundamentalmente por la inestabilidad política y social.
“Verse las caras, encontrarse, reflexionar, desarrolla una catarsis activa entre los espectadores y eso es importante”, dijo el director Arocha, reconociendo a su vez que para ofrecer ese espacio, los productores y gerentes tienen por estos días que armarse de mucha flexibilidad y adaptación en los procesos de gestión teatral.
– Taquillas exiguas –
Si de consumo cultural hablamos, razón tiene quien describe que la opción teatro no es, por mucho, la más ostentosa para el público. Esto, a pesar de que la producción previa que permite los montajes de carteleras diversas de géneros, estilos y duración, sí lo es.
El sostenimiento de una sala teatral y sus servicios, agrega aún más valor a la actividad. En los casos, por ejemplo, de Teatrex El Bosque y Teatro Bar, el porcentaje que representa la venta de entradas en el presupuesto global de los espacios, rondan entre 10 y 20%.
“Con un aforo de 200 butacas, la taquilla nos cubre apenas un 10% de los costos operativos, pero como nos compromete la promoción de las artes escénicas, trabajamos con intercambios y alianzas para ofrecer una opción de esparcimiento al público caraqueño”, indicó Ana Sofía Afanador, gerente general de Teatro Bar.
Este recinto ofrece exposiciones de obras, músicos, dj’s y artistas de manera directa frente al público, así como un cartel semanal con experiencias de standup, karaoke, monólogos, comedias.
“El año 2017 para Teatro Bar fue una apuesta a las artes escénicas, retomando las puestas en escena, con lo que logramos convocar más de cinco mil personas asistentes a las funciones”, describe Afanador. Esto, con un valor de entradas en Bs 15.000, consumos de bebidas y comidas aparte, pues la situación para este año avizora un aumento que tal vez llegue a Bs 60.000 por persona, solo por entrar.
“Luego de atravesar un año tan complicado, a todo nivel en nuestro país, puedo decir que terminamos muy bien 2017. Las obras que tuvimos en cartelera tuvieron una gran recepción de parte del público. Algunas tuvieron entre 60% y 92% de ocupación. Esos son números extraordinarios”, señala Alberta Centeno, gerente general de Teatrex El Bosque.
Para entender el fuerte impacto que tiene la variación de precios en la inflación del país, basta con ver que en enero de 2017 una entrada en Teatrex rondaba los Bs 4.500 y ya en diciembre valía Bs 47.000.
“Arrancamos el año 2018 –señala la gerente teatral- con un espectáculo muy fuerte y el público respondió muy bien a pesar del incremento significativo del valor del boleto y de los productos ofrecidos en nuestro Café Bar. Pero no todos los espectáculos tienen una capacidad de convocatoria tan alta. Los espectáculos menos fuertes se han vendido más lentamente. Es prematuro, con solo mes y medio de operaciones, emitir un juicio más exacto sobre cómo será este año. Siempre prefiero ser optimista y seguir trabajando para ofrecer lo mejor del espectáculo nacional”.
Para Solveig Hoogesteijn, coordinadora general de Trasnocho Cultural, el hecho de que para muchos la cultura no representa una necesidad básica que suplir dentro de la crisis económica, pensar y apostar a la inversa es también una salida válida.
“Estamos seguros que para poder sobrevivir con cierto equilibrio a los descalabros que nos deprimen y golpean debemos alimentar el espíritu, dotarnos de fortalezas para enfrentar las dificultades con creatividad y temple. Por ello no hemos renunciado a llevar al público lo mejor que logramos programar entre las producciones teatrales que se producen en el país”.
– Con una pequeña ayuda de los amigos –
¿Se puede mantener una programación permanente, con taquilla solvente, sin desangrarse financieramente en el intento? Un no rotundo es la respuesta de Ana Sofía Afanador, gerente de Teatro Bar, quien revierte el problema a través de los auspicios de marcas de bebidas, el mercadeo personalizado, la figura del padrinazgo de eventos y los intercambios institucionales.
“Tenemos una política de ajuste permanente de costos, no solo para la actividad artística sino también para la comercial”, señala.
Alberta Centeno, de Teatrex El Bosque, cree sin embargo que es posible lograrlo si se toma en cuenta que no todos los espectáculos van a funcionar igual.
“Como productora puedo decir que montar un espectáculo, como estamos acostumbrados, es muy difícil en los días que estamos viviendo. Hay que inventar nuevas formas y tratar de reducir los niveles de inversión, sin socavar los de exigencia y calidad, para que la recuperación de los costos no se haga tan cuesta arriba. Reciclar, reinventarse, insistir. Si se puede”, describe Centeno.
En La Caja de Fósforo, cuenta Diana Volpe, se consideran expertos del reciclaje: escenografías completas son reutilizadas de un montaje a otro, como alternativa en el abaratamiento de los costos de producción que, no obstante, no les permite luego remontar una obra estrenada anteriormente pues sus elementos escénicos ya no están disponibles o están siendo usados en la obra que tienen en cartelera.
También destacan el trabajo conjunto con embajadas como la de Estados Unidos o la Oficina de la Unión Europea, que les ha permitido realizar festivales de autores extranjeros y teatro contemporáneo.
Sus temporadas duran entre cinco y seis semanas, con un costo de entrada que en 2017 se mantuvo en Bs 3.500 y en 2018 Bs 15.000. El espacio que utilizan es cedido por la Alcaldía de Baruta y el equipamiento de luces y sonido lo lograron con el aporte de algunos amigos.
“Buscamos no depender de la taquilla y siempre sobreponer la visión artística sobre la rentista, donde predomine el teatro que toque temáticas sobre situaciones de desarrollo de la sociedad». ¿Alianzas para lograrlo? Las que puedan establecer con la empresa privada, las embajadas y sobre todo la mística del trabajo de los artistas, que muchas veces cobran a destajo”, detalla la directora.
Cree Solveig Hoogesteijn que el mantener una programación permanente pasa por el esfuerzo del equipo de trabajo, el cual califica a veces de sobrehumano.
“A quien le interesa hacer teatro para hacer dinero no encuentra en Trasnocho Cultural el lugar indicado, pues somos ambiciosos en la calidad de las obras, porque nuestro público tiene un excelente nivel educativo como para aceptar fácilmente teatro de vaudeville y porque intentamos mantener precios solidarios, conscientes del descalabro económico que golpea los bolsillos del venezolano”, indica.
Al igual que en La Caja de Fósforos, las alianzas que desde Trasnocho Cultural se han logrado con las diferentes embajadas les ha permitido el pago de los derechos de autor de la dramaturgia representada y en algunos casos la programación de montajes foráneos, acciones que por restricciones de divisas no pueden asumir los gestores fácilmente dentro de sus proyectos culturales.
En el Alberto de Paz y Mateos, bajo la adscripción del Instituto Nacional de Artes Escénicas y Musicales (Iaem) y dirigido por Charles Arias, recientemente se han asumido trabajos de remodelación en su infraestructura que tiene más de 50 años de existencia.
Nunca habían tenido presupuesto descentralizado y en 2018 lo tendrán, con lo que esperan completar el proyecto de restauración de su sala principal, de los salones de danza y avanzar en la consolidación de programas formativos en las áreas de dramaturgia, dirección teatral y actuación que vienen desarrollando con el apoyo de figuras como José Gabriel úuñez, Armando Gota, Xiomara Moreno y Antonio Cuevas.
“Depuramos la administración de los espacios, pues teníamos 70% de ocupación con agrupaciones que no aportaban nada al teatro. Como la crisis nos toca a todos, ofrecemos cánones de arrendamiento por debajo del mercado y los calculamos por unidades tributarias.
Además de la Escuela Nacional de Danza, convivimos con grupos privados independientes y entre todos hacemos un condominio en el que nos repartimos los gastos básicos. Y el que no puede pagar, al menos aporta un cuñete de pintura u otros materiales útiles. Lo importante es asumir el mantenimiento entre todos”, aclara Arias.
Las ayudas, alianzas y creatividades parecen marcar las salidas. Luego el público decide, en dilema hamletiano, intentar la catarsis que el teatro ofrece o esperar, como Penélope, a que se destejen las contradicciones políticas y la inflación finalmente baje.
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