España

Venezolanos en España sobreviven entre la necesidad y la solidaridad

Los venezolanos en España están entre los más afectados por la crisis económica provocada por la pandemia. Algunos perdieron sus empleos de repente y ahora dependen de Cáritas. Otros lograron reabrir sus negocios y reacomodarlos a las nuevas exigencias. También son de los que ayudan, como el pastor Yovani Murcia

venezolanos en la españa del coronavirus
EFE |Rafael Cañas / EFE
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La crisis ha golpeado duro a los venezolanos en la España del coronavirus. Al igual que a otros latinoamericanos, el desempleo repentino los ha ahogado en pobreza y requieren de ayuda para sobrevivir.

Atrapados a menudo en empleos temporales o informales, los venezolanos se han visto afectados de forma desmedida por el huracán que se ha llevado por delante, hasta ahora, casi 950.000 empleos.

Muchos venezolanos, sobre todo en las grandes ciudades, han visto la solución a la supervivencia en comedores sociales o diversos esquemas de reparto o compra subsidiada de alimentos. Ellos contaron sus testimonios a EFE.

De una joyería en Barinas a depender de Cáritas

Los venezolanos Vianeida y Miguel Josué son clientes del economato de Cáritas en el distrito madrileño de Tetuán, una zona popular muy golpeada por la crisis.

En este establecimiento se paga únicamente la quinta parte del precio normal de alimentos y otros productos de primera necesidad, dentro de un límite mensual establecido en función del número de integrantes de la familia.

«Es una ayuda excelente», reconoce Vianeida. Esta compra no la pueden hacer «en un supermercado normal».

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En el economato de Cáritas las cosas cuestan la quinta parte de lo normal. Foto EFE

Con una familia de cinco personas y solo una trabajando, deben pagar el alquiler mensual de 550 euros en el popular barrio de Estrecho, además de electricidad, agua y teléfono.

«Se nos está haciendo duro» pagar la renta, dice la mujer, que teme perder el apartamento. «Si no cancelamos nos mandan a desocupar», confiesa.

Vianeida trabajaba cuidando a dos ancianos antes de la pandemia pero perdió su empleo por el temor de sus patronos a contraer la enfermedad.

«Ellos tienen mucho miedo, están aislados en las casas», explica.

Su hijo Miguel Josué trabajaba como repartidor de comida, pero también perdió su ocupación. Su marido no llegó a encontrar trabajo y colabora en la parroquia.

Esta familia tenía un establecimiento de joyería y reparación de relojes en Barinas, casualmente la ciudad donde nació Hugo Chávez, ubicada al centro de Venezuela. «La crisis nos obligó a cerrar», explica.

Ahora, estos venezolanos en España esperan ansiosos a que la situación mejore para trabajar y valerse por sí mismos.

Un pastor que ayuda

Lo grave de la situación no es exclusivo de Madrid o de las grandes ciudades. En la población de Guadalajara, un templo evangélico con feligresía latina también se organizó para ayudar a personas que se han visto súbitamente sumidas en la necesidad, sean fieles o no.

El pastor Yovani Murcia, venezolano, coordina este grupo de ayuda a feligreses en situación de necesidad, que luego se abrió a personas de fuera de la congregación. Hasta ahora auxilian a 15 familias.

«Muchos dependen de sus trabajos de cuidado de personas mayores, de logística», explica. Como consecuencia «de la brevedad de sus contratos», muchos cayeron en el desempleo repentinamente y no pueden pagar el alquiler o enviar remesas a sus familias.

Lo que más demandan estas personas son productos alimenticios, aunque también «ayuda para suministros y alquiler».

Uno de los feligreses a los que ayudan es el colombiano Wilson Danilo Bernal. Fue despedido el 14 de marzo, el mismo día que se aprobó el estado de alarma en España. Repartía pedidos de comida rápida en una empresa.

Bernal explica que, sin su salario, no puede «responder por el alquiler del piso», ni hacerse cargo de los pagos de un auto financiado ni enviar dinero a su familia.

«Soy el único que trabajo y en Colombia mis padres tienen una edad muy avanzada», lamenta.

Aunque su necesidad actual es «principalmente económica», también acude a la obra social para conseguir productos de primera necesidad. Destaca el apoyo de toda la congregación: «Nos ayudamos de la mejor forma que podemos».

Peluquero con esperanzas en Canarias

Pero no todo son situaciones de agobio y escasez. También hay esperanza entre los venezolanos en España que empiezan a salir adelante.

Luis Núñez, un peluquero venezolano con seis años en España ,pudo reabrir su negocio en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, tras casi dos meses cerrado y superar una situación «complicada».

«Afortunadamente teníamos algunos ahorritos y pudimos aguantar», reconoce.

Para reabrir tuvo que invertir en materiales y equipos exigidos que aseguran la higiene y la asepsia del negocio.

«Hay peluqueros que conozco que no tenían el dinero para hacer esa inversión y no han podido abrir», recalca.

En su caso, tuvo que gastar «alrededor de 2.000 euros», debido sobre todo al aumento de precio del material desechable y a tener que usar mascarillas y artículos desinfectantes.

signos de mejoría de madrid
Un obrero coloca mamparas en una peluquería de Madrid Foto: EFE / Archivo

Luis reabrió, igual que muchas peluquerías del país, el pasado día 4 y con cita previa.

Tuvo un «trabajo brutal» la primera semana por la acumulación de gente que necesitaba cortes de pelo tras casi dos meses en casa, pero ya ha visto bajar la clientela.

Su esposa, también venezolana, hace manicura y pedicura en el mismo establecimiento, pero puede trabajar muy pocas horas porque tienen en casa a sus tres hijas y las escuelas están cerradas hasta septiembre. Como tantos extranjeros, estos venezolanos en España no tienen familiares que puedan ayudarlos a cuidar a los niños.

Aunque pudo reabrir, Luis no ve «normalización del negocio», ya que «una vez todos pelados, esto ya va a bajar».

La economía de las Islas Canarias depende del turismo y nadie sabe «cuándo va a arrancar ese sector», lo que dejará a buena parte de la población en situación «precaria».

Colas en una calle vacía

Mientras tanto, en el economato de Cáritas al que van Vianeida y Miguel Josué, los clientes actúan como en un supermercado cualquiera, examinando y eligiendo productos.

El establecimiento no tiene publicidad ni altavoces que vocean promociones.

Cuando llenan sus carros, normalmente hasta los topes porque es una compra semanal, acuden a una de las dos cajas, donde se identifican como miembros del programa de Cáritas, pagan la cuenta y salen.

Para facilitar el trabajo en un local pequeño y mantener el distanciamiento social, solo puede entrar un cliente cuando sale otro, lo que inevitablemente genera colas en la calle.

Son sobre todo mujeres, a veces con capuchas, mascarillas y gafas de sol para ocultar los rostros. Aguardan su turno con paciencia y recelan de la cámara.

La fila contrasta con la importante calle Bravo Murillo, justo en la esquina, tradicionalmente bulliciosa y ajetreada, y ahora semidesierta a pesar de ser mediodía, por el confinamiento que se mantiene en Madrid.

Aún así, la línea no es muy larga, comparada con las de otros lugares de la capital española, como los cientos de personas que se congregan los domingos en una plaza del barrio de Aluche, donde una asociación de vecinos también organiza una entrega de alimentos al no tener un local.

En Lavapiés, todos los días, cerca de la una, se forma una larga cola en la puerta trasera del Teatro del Barrio, donde se hacen repartos gratuitos de comida caliente. Entre ellos hay venezolanos en España que se han visto golpeados por la crisis del coronavirus que, se calcula, ha empeorado la economía de casi la mitad de los habitantes.

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Una voluntaria espera a que empiece el turno de comidas calientes en el Teatro del Barrio, en Lavapiés. Foto: EFE/Macarena Soto

Excesiva demanda

De vuelta al interior del economato de Cáritas, el director del establecimiento, Dimas Noguera, explica a Efe que el proyecto busca pasar de la simple entrega de alimentos a que los clientes puedan «comprar de una forma diferente y más digna».

Junto a un despacho en el que su mesa convive con paquetes de pañales y salsas de tomate, reconoce que la necesidad ha crecido mucho por culpa estos últimos dos meses.

«La demanda es muy superior a las posibilidades», explica, antes de recordar que esto no es un supermercado, sino «un proyecto social», pues las familias acuden desde ocho parroquias de la zona, dentro de un proyecto de acompañamiento.

El programa normalmente tiene a 230 familias y con «un esfuerzo» se ha ampliado a 250, pero es «un proyecto limitado», remarca.

En los peores momentos «tuvimos escasez de productos básicos como harina, arroz, azúcar leche o papel higiénico». Resolvieron buscando otros proveedores, añade.

Esa escasez fue puntual y el economato está ahora muy surtido. Lo que no faltan estos días en Madrid, y en el resto de España, son personas empobrecidas y proyectos para apoyarles, al menos en lo más básico.

Los venezolanos en España luchan contra el desempleo repentino pero también ayudan y sacan adelante su negocio.

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