Espectáculos

The Shape of Water: Los monstruos que nos salvarán

Guillermo del Toro es un director que no oculta en ningún momento sus intenciones con sus películas. Con la cantidad de premios que ha ganado con The Shape of Water, y las entrevistas y conversaciones que se han sostenido con el director sobre la película, podemos ver más de cerca en qué se sostienen sus mayores intereses

Publicidad

Los monstruos y el cine.

Desde que comencé a ver la copia de la película, desde el primer segundo, no podía sacarme de la cabeza esa frase suya durante su discurso en los Globos de Oro, cuando se subía a recibir el premio como mejor director. Para quien ha seguido la filmografía del mexicano, sabe que su afán y amor por el terror y por los monstruos existe desde siempre. En The Shape of Water, del Toro se atreve a dar un paso más en la historia sobre los monstruos, o la monstruosidad, más que cualquier otra cosa. Primero, en la humanidad, y segundo, en la ciencia.

La amigable voz de Richard Jenkins no los dice desde el principio, y parafrasearlo sería como decir “érase una vez un par de personas que se amaban, y un monstruo lo arruinó todo”. Al descubrir por primera vez al personaje Strickland, intepretado por Michael Shannon, ya podemos saber quién es el monstruo. Esta vez, el monstruo se disfraza con la piel política y de la aparente “justicia”, además de la ciencia y la burocracia y el aparente héroe americano, con la esposa perfecta, en la casa perfecta, con los hijos perfectos y el auto perfecto. Toda esta máscara empieza a caerse poco  a poco. Incluso sus dedos, mordidos por el aparente “monstruo”, se separan de su cuerpo. Ya no reconocen al monstruo, ya es demasiado.

La humanidad, si es que se puede partir desde este concepto cuando se le mira a personajes como Strickland, o a los personajes rusos (aparte del siempre bueno Michael Stuhlbarg), no está preparada, y tampoco su entendimiento de lo que no conocen y les asusta, para descubrir maravillas que puedan cambiar el rumbo de la vida, como es un monstruo acuático que es un cuasi-dios.  

Pero mencionados el personaje de Jenkins, el monstruo del agua y el aparente héroe americano, queda por fuera esa hermosa presencia que da Sally Hawkins al film. Una mujer muda, que se comunica con sus gestos, con sus sonrisas, con sus ojos y, de último, a través del lenguaje de señas. La idea del monstruo, del renegado, entonces, abarca todo el sentido del film.

Los humanos que se convierten en monstruos es un clásico motif dentro del cine. Sin embargo, la conversión de humano a monstruo, como un proceso físico y emocional, sin el sentido propio del horror que esto trae (The Fly de David Cronenberg, por poner un ejemplo), es, por menos, difícil de encontrar. Guillermo lo encuentra en Hawkins. El grandioso arco de transformación, de una mujer rutinaria, a una mujer “monstruo”, esto último siendo el significante de la consecución del amor, del verdadero propósito y la eterna felicidad junto al Monstruo, es lo más interesante del film, además, de cómo el mundo que estamos viendo siente al propio cine como un elemento de escape y fantasía y libertad.

Hay momentos cinéfilos de grandiosa belleza dentro de The Shape of Water. Sobre todo cuando los personajes de Jenkins y Hawkins ven una película en la pequeña pantalla de su televisor. O cuando el Monstruo escapa del baño, y Hawkins lo encuentra parado frente a la enorme pantalla del teatro.

Sin embargo, quizás el más cautivador, es ese momento de ensoñación en donde ella baila con el Monstruo. El blanco y negro, la música, y los movimientos. El deseo de poder hablar y expresar lo que no puede a través de las palabras. Lo curioso que este momento en blanco y negro, con una estética magnífica que traslada a uno al cine mudo, pero en donde los personajes si pueden hablar, en contraposición con este mundo que se siente tan mágico como realista, por los colores, por la criatura, por la historia de amor, y por la mujer que no puede hablar.

Al final, The Shape of Water no es tanto sobre el monstruo y la mujer que se enamoran. Va sobre personajes que son anomalías, que viven en el borde, y cómo estos, de una u otra forma, se involucran en una búsqueda por eso que los complemente, que los empuje hacia sus verdaderos propósitos. La posibilidad de fallar, pero aún así  de vivir, para parafrasear al director. 

Publicidad
Publicidad