Espectáculos

Black Panther: más Mandela y menos Malcom X

Black Panther saca las garras afiladas del exploitation afro de los setenta y ochenta, pero dejándose pulir las uñas por el manicure del Mickey más Queer Eye For Straight Guy. 

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Texto: Sergio Monsalve | Foto: Marvel Studios vía AP

Los torsos desnudos, hasta cierto límite permitido, confirman la expansión mainstream de la pornocultura, rimando con las letras y las poses empoderadas del combo de Rihanna and D.J. Khaled. We the best music.

Claro, el destape nunca llega al clímax del erotismo voluptuoso de los videos de Migos.

Debo reconocer varias cuestiones dentro de mi gusto por el gansta rap y los sucedáneos de la posmodernidad amada por Jordan Peterson (quien seguramente adorará la propuesta de Ryan Coogler).

El héroe, además de ser el Simba del live action, clama por ascender al trono de un Lion King, tributario del colorinche de los musicales de Broadway en fase de secuela de “Creed”. Acierta Luis Bond en comparar el beta político del guion con las obras maestras de Shakespeare.

El video de Julio Coco del Jabalí se podría montar tranquilamente con las imágenes de la película, porque las luchas intestinas de la pieza son idénticas a las de MUD y el PSUV, salvando las distancias. Especie de documental, a lo National Geographic, de las guerras fratricidas y los desangres de un continente dividido entre el engorilamiento de los Ward lords y los andares de un buen salvaje.

Si usted sufre depresión por falta de capítulos de Juego de Tronos, le recomiendo consolarse viendo “Black Panther”, entendiéndola como una versión en Wakanda, para toda la familia y sin el sadismo de una Cersei borracha de venganza. No obstante, la cuota de batallas supera a la de cualquier emisión del seriado de HBO.

Perdonen los fanáticos. Disculpen los libertarianos enfadados con cualquier asomo de concentración étnica por metro cuadrado de puesta en escena. El realizador de la pieza, Ryan Coogler, es un LeBron James en la cancha de la súper producción y hace palidecer las pobres resoluciones formales de sus pares blancos en la actualidad.

Con dos títulos mayores a cuestas, filma un tercero con la vehemencia del primer Zack Snyder, ahora extraviado en la liga de la justicia. Rueda peleas a puño limpio, emulando los estándares de “Toro Salvaje”, “Fat City”, “Million Dólar Baby”, “Gladiador”, “El Luchador” y “Rocky”.

La ejecución alcanza una altura mítica próxima a la del documental consagratorio de Alí, “When We Were Kings”. Los personajes nos importan. La duración permite el desarrollo de los conflictos. La apuesta por los villanos de carne y hueso tritura la pretensión de reducir el mal a un chip de programa de CGI.

“Black Panther” sucede en un espacio paralelo al del mundo real, donde la ciencia ficción recrea las texturas de James Bond, revisitado a la manera after pop del Spike Lee de “Hazlo Correcto”. Un cúmulo de referencias administrado con sofisticación y limpieza.

Si el heredero es demasiado recto y mandeliano en la vida, los dos opositores de la función bordean impresiones de ironía y desencanto ante el fin de la épica narrada. El reparto, en suma, bloquea el atajo fácil de leer la película por una vía clásica y ortodoxa. Existen, al menos, dos tesis bien representadas en el desenlace. Ambas posiciones reflejan el antagonismo del período postobama, en el sentido de abrigar una visión de adaptarse a la situación de la época, versus la de confrontar al enemigo común.

Le contesto al prejuicioso de costumbre. No es un caballo de Troya del marxismo cultural de la meca. En cambio, “Black Panther” combate la vía radical del progresismo guevarista (y chavista) de las Panteras Negras. Es decir, al enfoque de Malcom X le responde con el pacifismo de un Martin Luther King de diseño chic y corazón de filántropo de Hollywood.

La metrosexualidad de la película calza a la perfección con el lente exotista de Lenny Reifenteisn, cuando viajó a Sudan para retratar a los miembros de la tribu Nuba, en una serie de postales apolíneas e idealizadas. Buscaba así reivindicarse de sus años horribles de desprestigio y condena, tras colaborar con los Nazis. Según los críticos, solo refrendó sus teorías eugenésicas en otro contexto, pintando de negro sus fantasías de la raza aria y perfecta.

Pasado el tiempo, “Black Panther” evoca aquel ensayo iconográfico de la autora de “Triunfo de Voluntad”, al decantarse por la representación de una galería de hombres y mujeres fuertes.

Un par de secuencias develan el influjo corporativo de los mismos creadores de “Coco”. La casa Disney logra construir uno de sus parques temáticos virtuales, a la escala de un gran espectáculo popular. En el camino, sobran un par de discursos en modo Oprah. Al final del día, me quedo con el ritmo de una lograda metáfora del estado de la pesadilla de Darwin.  Nuevo remix de Africa Bambata. Nuestro Planet Rock sampleado al gusto de Jay Z y Kendrick Lamar. De los fenómenos del 2018.

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