Luis Miguel en Caracas: 32 canciones y ahora te puedes marchar
El show del cantante mexicano Luis Miguel en el Estadio Monumental Simón Bolívar se convirtió en el experimento para lo que viene: una seguidilla de conciertos en La Rinconada
El show del cantante mexicano Luis Miguel en el Estadio Monumental Simón Bolívar se convirtió en el experimento para lo que viene: una seguidilla de conciertos en La Rinconada
Algunas influencers, locutoras y actrices dijeron que todo fue una maravilla. Pero no hay que creerles. Ni una palabra. El concierto de Luis Miguel en el Estadio Monumental Simón Bolívar de La Rinconada ha levantado una gigantesca ola de comentarios en las redes sociales. Así que mejor dele una ojeada a X (antes Twitter) para que se dé cuenta de que hay opiniones distintas. Y contrastantes.
Por ejemplo: la de Jorge Roig, el ex presidente de Fedecámaras, quien echó chispas porque hizo más de tres horas de cola y ahí mismo abrió hilo para denunciar que los guardias y los policías fueron cómplices de que muchos “vivos” pagaron 20 dólares para colearse frente a todos. Y no fue el único que denunció esto.
O la de Luis Oliveros, el economista, quien estaba molesto porque también hizo una cola kilométrica y antes de entrar al estadio definió con una palabra en X la logística en el concierto: “Desastre”.
Mientras unos lanzaron dardos contra la empresa productora de espectáculos Invershow, otros la justificaron por aquello de que se trataba del primer concierto en el Monumental Simón Bolívar y que lo de ayer no fue más que un experimento para lo que viene: una seguidilla de espectáculos que sigue en los próximos días con los colombianos Maluma y Karol G. Visto así, quienes asistimos al show nos convertimos en cobayos de laboratorio. Y algunos pagaron mucho dinero para asumir el papel…
Algo es cierto: el show comenzó a la hora fijada. A las 9:22 de la noche el cantante ascendió al escenario. Literal. Porque, tal como ha hecho en los 78 conciertos previos de su nueva gira Luis Miguel Tour 2023-2014, un mecanismo tipo elevador lo transporta al primer piso de la tarima… y entonces aparece frente al público. Siempre de perfil, por cierto.
Porque todo, absolutamente todo, está estudiado a partir de ese momento. Camisa blanca. Pantalón, chaqueta, corbata y zapatos negros. Y un pañuelito blanco que se asoma en el bolsillo del traje. Debe tener decenas iguales porque es el mismo atuendo en cada lugar donde ha aterrizado.
Y exactamente la misma rutina: Luis Miguel baja rapidito por las escaleras, saluda primero a sus músicos, hace una pequeña reverencia al público, y comienza a disparar una tras otra sus canciones. Durante una hora y cuarenta minutos. Casi sin pausa. Treinta y dos temas en total. De Juan Carlos Calderón, durante décadas uno de sus compositores predilectos. De Juan Luis Guerra. De Armando Manzanero.
Y sin saludar al público, que desde el principio lo que hace es pegar gritos eufóricos y corear algunos estribillos, sólo que en algún momento se da cuenta irremediablemente de que ”El Sol”, su Sol, no le ha dirigido ni un solo “te quiero” al oído. O por lo menos algo más general, pues. Un “hola, Venezuela”.
Mucho pedir. Porque la verdad es que desde que comenzó la gira el 23 de agosto en Buenos Aires ha ido directo al grano. Sin preámbulos. Que él es así, antipático. Y divo. Que a él no lo contrataron para que diera besitos y dijera cositas en la oreja. Pero que así y todo “lo queremos”, han escrito y justificado hoy ya muchas personasen la redes.
¿Será por eso que los haters juran que Luis Miguel nunca sale de su apartamento en Bal Harbour y siempre envía a sus shows a uno de sus –supuestos- cuatro dobles? De todo se dice en las redes.
El asunto es que la lista de canciones también es idéntica a la de todos los lugares que ha visitado. Primero Será que no me amas, luego Amor, Suave, Culpable o no y Dame, de finales de los ochenta, de los noventa y de comienzos de dos mil. Después: Por debajo de la mesa, Fría como el viento, La incondicional, Ahora te puedes marchar y Palabra de honor.
Porque está claro que el concierto de Luis Miguel se sostiene sobre todo sobre la nostalgia. Se sostiene también sobre los recuerdos de quienes escuchan La incondicional, se miran en el espejo y dicen “eso es conmigo”. Sobre una serie de televisión que actualizó su dramática historia personal y musical para las nuevas generaciones. Pero sobre todo -hablemos claro- sobre una banda de músicos fantásticos que ya quisiera Frank Sinatra si no hubiera muerto en 1998.
Una banda encabezada por el productor mexicano Ignacio “Kiko” Cibrián, y formada por músicos de distintas partes del mundo (trompetistas, guitarristas, bajistas, coristas, percusionista y un mariachi). Aquí en Venezuela se unieron además algunos integrantes de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Músicos que siguen al pie de la letra las señas constantes de Luis Miguel y lo ayudan vocalmente en todo momento.
Porque “El Sol” ya no parece brillar como antes. Ya sea porque está próximo a cumplir 54 años. Por los excesos del pasado, como ha quedado claro en la serie -producida para Netflix y aprobada por él mismo, que nadie se engañe-. O porque en agosto de 2023 tuvo que hacer en Santiago de Chile una breve pausa en su gira por causa de un estado febril que generó especulaciones acerca de si había sufrido o no de coronavirus. De modo que su capacidad vocal, por la cual era considerado un crooner latino, ya no es la de antes.
Y entonces son pocas las canciones que interpreta desde el principio hasta el fin, así que el concierto se convierte inevitablemente en un gran popurrí.
Y más aún: son escasas las veces que interpreta todas las estrofas de un tema. Porque cuando no lo ayudan sus músicos y sus coristas, Luis Miguel le acerca el micrófono al público, que termina entonando por ejemplo casi completos los tres boleros incluidos en el repertorio: Somos novios, No sé tú y Nosotros. O el set de rancheras, que incluyó La fiesta del mariachi, La bikina y La media vuelta.
Y si a ello le sumamos que el sonido fue sumamente irregular en el Estadio Monumental, lo que se escuchó sobre todo fue a un coro de 35 mil personas. Y no. No suena ni de lejos como We are the world.Ojo que la mayoría da cuenta de que en la pista del estadio -que por cierto fue muy bien cubierta para no dañar el césped- se escuchaba mejor, pero en las gradas definitivamente no fue así.
Igual, de que logra su cometido, lo logra. Es verdad que Luis Miguel ya no se toca el cabello a cada instante. Pero cada vez que mueve su cintura, abre sus brazos o saca a relucir su extraordinario vibrato (que lo tiene), desata pasiones.
Es lo que hace ya al final con La chica del bikini azul y Cuando calienta el sol, con las que deja al público caliente. Literal. Y metafóricamente. Porque todos se ponen de pie para bailar. Y porque después no hay nada más. Solo la despedida. Sin bises ni derecho a réplica. Y lo que queda es salir corriendo para que el “desastre” no los agarre como en la entrada.