Venezuela

"Hice 11 horas de cola al sol, pero logré vacunarme"

Desde las 7 am y hasta las 6 pm, Alfredo y su mamá, de 80 años, hicieron fila el domingo para lograr vacunarse contra el coronavirus. Rumores falsos, pocas medidas de bioseguridad, camionetas con privilegios y desorden aderezaron la larga jornada

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coronavirus en venezuela
Fotos Rayner Peña / EFE

El domingo a las 7 de la mañana, Alfredo llegó con su mamá de 80 años al hotel Alba Caracas. El día anterior habían decidido «hacer la cola» a ver si, con suerte, lograban vacunarse contra la covid-19.

Frente al portón de ese hotel del centro de Caracas que en el gobierno de Hugo Chávez se le quitó al Hilton, y que ya no funciona como hotel tradicional, había dos colas. Una corta, para los pocos convocados a través del Sistema Patria, y otra que se perdía de vista. Esa es la que le tocaba a Alfredo y a su mamá, que no tienen el carnet político pero sí 80 años a cuestas, y el derecho a vacunarse hace rato.

Esa cola, la del «sistema paria» podría decirse, pues los ciudadanos que no estén en ese sistema son excluidos de los beneficios sociales del gobierno de Nicolás Maduro, sobrepasaba los alrededores del hotel y terminaba en otra avenida, la Bolívar, al lado de unos edificios de Misión Vivienda. Desde la punta de la cola, que siempre siguió creciendo, no podía ni verse el Alba Caracas.

«Para mí, lo importante era lograr que mi mamá se vacunara», dice Alfredo, de 45 años y sin enfermedades prevalentes. Decidieron hacer la cola.

No sabía, pero comenzaba una larga espera de 11 horas hasta sentir el ansiado pinchazo.

La falsa ilusión

«Como a las 9 empezamos a avanzar», dice Alfredo. Pero era falsa ilusión. «A las 2 nos dimos cuenta que no estaban vacunando a nadie de esa cola. Los que estaban de primeros seguían de primeros, parados. Avanzábamos porque la gente se hartaba y se iba».

Pero la mamá de Alfredo rechazaba la idea de abandonar. Se sentía «bien» y descansaba donde podía.

En la cola había muchas personas mayores solas, que fueron con la ilusión de poder vacunarse. Una mujer ayudaba a mover a varios, dándoles la mano y el brazo a unos y a otros. En ningún momento se desinfectó las manos. «Nadie se ocupó de eso».

Precavido, Alfredo había llevado un par de sándwiches y agua. «Pero allí había personas mayores que no tenían ni un cambur», dice.

Alfredo iba y venía desde el sitio donde estaban hasta el hotel, recorría la cola, observaba lo que ocurría. Y se dio cuenta que todo el tiempo «entraban camionetotas por el portón». Esas «camionetotas» se suelen ver también en la cola de la gasolina, por ejemplo. Son comunes en Venezuela y se relacionan con personas cercanas al gobierno. Alfredo cree que esa era gente saltándose la cola de la vacuna.

Siempre le preguntaba a su mamá cómo se sentía y la respuesta era la misma: «Sigamos aquí».

A las 3, el río de gente sí comenzó a moverse de verdad. Ocho horas después de que Alfredo y su mamá llegaron, empezaron a vacunar a las personas de esa cola. Entraban en pequeños grupos, como de 5 personas por vez. Algo más de una hora después, los grupos eran más grandes, de unas 20 personas.

«Una señora que estaba detrás de nosotros nos pidió que le guardáramos el puesto un rato, que ella había dejado el carro en la calle, cerca de donde comenzaba la cola y quería acercarlo. No pudo: le habían robado la batería. Pero ¿a quién se le ocurre dejar el carro en la calle?», cuenta Alfredo.

Cerca del objetivo

A las 5 de la tarde, cuando ya Alfredo y su mamá estaban a unos 50 metros del portón, vieron salir a un grupo de enfermeras que comenzaron a contar a las personas. «Estaban haciendo un corte», dice. Detrás de ellos entraron unas 100 personas más. Al resto de la cola la despacharon.

Durante toda la cola, los rumores y la desinformación reinaron. «Hasta pasó una persona con una hoja para que nos anotáramos en un grupo que se vacunaría en el (hospital) Pérez Carreño, pero nosotros no caímos en eso», dice.

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Cuando estaban muy cerca de entrar, surgió otro rumor: «se acabó la china». En Venezuela, a los mayores de 60 años les ponen la Sputnik V, que es la vacuna rusa, y a los menores (o sea, a Alfredo), la Sinopharm de China. «A mí de verdad no me importó. Porque, si lograba vacunar a mi mamá, el objetivo estaría cumplido», dice.

Afortunadamente, ese rumor era falso. A las 6 pm, después de 11 horas de fila en la calle, Alfredo y su mamá lograron recibir la primera dosis de vacuna contra la covid-19.

Adentro, Alfredo se fijó que las vacunas permanecían «dentro de unas cavitas que tenían allí». Le preocupaba, y aún le preocupa, el respeto a la cadena de frío que deben tener todos los productos. El resto del protocolo se cumplió como es debido. También les entregaron una tarjeta de vacunación y la fecha de la segunda dosis, prevista para mediados de junio.

«A mí solo me dolió el brazo pero mi mamá llegó a la casa y cayó rendida. Pero, más que el impacto de la vacuna, creo que fue el cansancio de la larguísima cola. Ahora estamos un poco preocupados por la segunda dosis, si se cumplirá y si habrá que hacer, otra vez, esa cola kilométrica», dice.

Al menos, la primera parte de la meta ya fue lograda.

Venezuela es el país de Latinoamérica con la menor tasa de vacunación anticovid, apenas 0,8 vacunados por cada 100 habitantes. El primer lote, recibido en marzo, se destinó sobre todo a funcionarios del gobierno y a políticos oficialistas. Para el 30 de mayo, solo 3% de los jubilados había recibido la primera dosis. Y en esta jornada de vacunación, que Maduro insiste en llamar «masiva», y a pesar de la escasez de dosis, se vacuna a quienes hagan esa larguísima cola, tengan la edad que tengan. Los ancianos y enfermos que no pueden, siguen a merced del virus mortal.

Nota: las fotos y el video corresponden a la jornada de vacunación del día sábado, en el mismo lugar, Alba Caracas.

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