Internacionales

Terrorismo, más allá de la intolerancia

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Casi todas las semanas, en algún lugar del mundo,  grupos de terroristas deciden terminar con las vidas de víctimas inocentes, por razones no solamente injustificables, sino también incomprensibles.

El instituto para la Economía y La Paz señala que a partir del año 2000, las víctimas del terrorismo a nivel mundial pasaron de un promedio de 5000 anual, a más de 10.000 en el 2007, llegando a alcanzar más de 33.000 en el 2014.  Todavía no se tienen cifras limpias del 2015, pero todo indica que la carrera sangrienta no ha retrocedido y ese año cerrará con cifras récord.

El terrorista fundamentalmente busca infundir terror a través de un acto violento que persigue fines políticos o religiosos, aunque su conducta es paradójica, porque justamente es en la religión y la política donde debe reinar la tolerancia.

¿Que hay detrás de la mente de un terrorista? Un fanático.  ¿ y detrás de la de  de un fanático? Un ser intolerante. Todo terrorista es fanático e intolerante, aunque no todo aquel intolerante y fanático es terrorista. Obvio.

Recientemente leí un artículo científico donde se aborda el comportamiento del terrorista desde un punto de vista fisiológico -social. En el articulo se señala que el cerebro del terrorista está estructurado para ese tipo de comportamiento. Su cerebro, propenso a desórdenes neuro-químicos, genera comportamientos que responden inadecuadamente a estímulos sociales en donde la ausencia de valores e ideas, incluso de emociones, y la presencia de creencias infundamentadas, basadas en «verdades» que para él, serán siempre incontestables, son siempre un detonante incontrolable.

El problema no radica tanto en la incontestabilidad de su «verdad», sino en la necesidad imperiosa que tiene de usar la violencia para imponerla acabando incluso con la vida de sus congéneres, si la misma no es compartida con su misma pasión.

Lo preocupante de todo este asunto es que el cerebro del terrorista, pareciera tener en el fondo, la misma configuración del de un fanático yihadista o del de un equipo deportivo que diga por ejemplo, sin matices, mi equipo es, fue y será por siempre el mejor de los mejores, así esté en el último lugar. El primer fanático, por su puesto, es muy peligroso, el segundo podría llegar a serlo si las circunstancias lo impulsan a ello.

Sin embargo, cuando nos decimos también ser muy tolerantes podríamos estar sembrando semillas de intolerancia. El ya fallecido premio Nobel de Literatura, José Saramago, decía en un artículo que:   «la tolerancia es una intolerancia todavía capaz de vigilarse a sí misma, temerosa de verse denunciada ante sus propios ojos, siempre bajo la amenaza de un momento en que las circunstancias la obliguen a quitarse una máscara de las buenas intenciones que otras circunstancias le pegaron a la piel como si aparentemente fuera la propia»

Si con fanatismo queremos evitar que otros sean fanáticos y contenerlos  para defender valores como la libertad y el respeto, etc, también podríamos estar  cayendo en algunos casos, en la misma actitud peligrosa de los intolerantes y fanáticos,  pero si no lo hacemos, seríamos víctimas de los crímenes de éstos. ¿Donde está el punto de equilibrio? Para mí, en el respeto a los Derechos Humanos.

Más allá de toda disquisición filosofica, en donde la violencia se convierta en el único camino para imponer una creencia infundada o una idea obsesiva y excluyente , se estará sembrando el terreno para que el terrorismo desarrolle su carrusel de sangre y dolor.

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