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Libia: sin luz, sin agua, sin dinero, tras el fracaso de la revolución

Sin agua corriente, faltos de seguridad y dinero en efectivo, y con la capital completamente a oscuras durante los últimos cuatro días, los libios se preguntan dónde están los beneficios de la revolución que hace seis años acabó con el régimen del coronel Muamar al Gadafi.

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Por Mohamed Abdel Kader, desde Tripoli FOTO Manu Brabo, AP

Desde entonces, la electricidad es un lujo en un país de apenas siete millones de habitantes que flota en petróleo y gas, disfruta de uno de los bancos pesqueros más importantes del Mediterráneo y tiene un gran potencial turístico, con espléndidas playas vírgenes y asombrosos monumentos.

Pero también, decenas de milicias que desde entonces luchan por hacerse con el control de esos recursos económicos y que ahora se adhieren a uno de los dos gobiernos que luchan por dominar el país: el de Tobruk (este), dirigido por el mariscal Jalifa Hafter, y el de unidad nacional, que sostiene la ONU en Trípoli.

Una de esas milicias, apoyada por grupos de manifestantes, cortó esta semana el gasoducto que une la localidad de Warshafana, con la capital, y que alimenta las dos grandes estaciones eléctricas de la parte occidental.

El resultado: cortes generalizados de suministro en todo el oeste del país, desde la ciudad de Ras Jedir, fronteriza con Túnez a la propia capital, donde los cortes han superado en los últimos días las 18 horas seguidas.

«La vida aquí es insoportable. No se puede hacer nada, nada funciona en la casa, ni la nevera, ni la televisión, ni internet. Nos da tiempo para cargar los móviles y poco más», explica a Efe uno de los residentes en la capital.

«Antes se vivía mejor ¿Para qué nos ha servido la revolución, para qué la libertad si no podemos tener una vida normal, salir de casa o viajar?», se pregunta.

Ante las quejas, la compañía general de electricidad asumió que no tiene capacidad para mejorar la situación mientras que la milicia y el centenar de familias que mantienen cortado el gasoducto en protesta por la desaparición de algunos de sus miembros no depongan su actitud.

«Hemos perdido 400 megavatios, especialmente tras el cierre del gasoducto de Al Zawiya que produce 1.200», dijo Mohamad Al Takuri, portavoz de la compañía, antes de confirmar que el corte también ha sumido en la oscuridad a gran parte de las ciudades del sur y el este de Trípoli, como Misrata.

«Hay que abrir el gasoducto, es un derecho de todos los libios sin excepción», agregó.

Fayek al Sawih, director de la estación eléctrica de Ain Zara, en Trípoli, advirtió, por su parte, que los apagones sucesivos pueden daños estructurales graves en la red nacional, lo que añadiría el problema de buscar nuevas piezas de recambio.

La gravedad de la situación ha llevado al vicepresidente del Gobierno de unidad que sostiene la ONU, Ahmad Maitig, a abrir la mesa de diálogo a las familias para poder «resolver el problema social con calma».

Sin embargo, el problema es mucho más profundo: casi todas las infraestructuras del país sufrieron daños graves durante el alzamiento de 2001 que no han sido reparados debido a la guerra civil que desde entonces asuela el país.

Algunas, como las centrales eléctricas o la red de extracción y distribución de petróleo, han sido objetivo, de nuevo, de las decenas de milicias y tribus que combaten por el control de su pedazo del territorio.

También la red que surte de agua corriente la capital, saboteada hace unos días por otra milicias.

A ellos se suman la falta de abastecimiento en algunos mercados y la anarquía que vive el sector económico y financiero, con bancos cerrados y un grave problema de liquidez que impide a los libios tener dinero en efectivo.

Un papel moneda que, además, no sirve dependiendo de la parte del país en la que uno se desplace: el gobierno de Trípoli lo imprime en Londres y el de Tobruk lo hace en Rusia, así que solo sirve para las zonas que cada parte domina.

Una situación que se prevé que pueda prolongarse, ya que apenas se atisba la posibilidad de un arreglo temprano que vuelva a coser una nación dividida.

Hafter, un ex miembro de la cúpula militar que aupó al poder a Gadafi convertido años después, tras ser reclutado por la CIA, en uno de sus principales opositores en el exilio, ha advertido de que no cejará hasta regresar a Trípoli.

Misrata, una de las milicias más poderosas aliadas al gobierno de unidad que sostiene la ONU, ha advertido, por su parte, de que frenará cualquier aventura que emprenda el mariscal, al que considera «un criminal de guerra».

Una atmósfera prebélica a la que hay que añadir un último factor de inestabilidad: la importante presencia de grupos yihadistas tanto en el este como el sur de una nación que literalmente vive «en tinieblas».

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