No son los 40 años que Moisés pasó en el desierto, pero para un grupo de nueve venezolanos convertidos al judaísmo su tortuoso viaje a una vida mejor en la tierra prometida terminó por fin en Israel el jueves.
Tras aterrizar en Israel, se pararon en la terminal de llegadas para rezar antes de ser trasladados a un taxi para acudir a un centro de inmersión para inmigrantes.
Viajaron amparados por la Ley de Retorno, que da a los judíos de todo el mundo el derecho de establecerse en Israel.
Su viaje estuvo a punto de cancelarse el año pasado cuando, tras siete meses de correspondencia con autoridades en Israel, se les denegó la entrada por temor a que no estuviesen lo suficientemente implicados con la comunidad judía venezolana y a que buscaran aprovecharse de las políticas de inmigración israelíes para huir de los problemas en la nación sudamericana.
Pero esa decisión se revirtió en enero. Como parte de un acuerdo entre legisladores progresistas israelíes y autoridades ultraortodoxas, el grupo se convirtió — por segunda vez — con un ritual de inmersión celebrado el domingo pasado en una sinagoga en Colombia. Después recibieron sus visados y partieron a Israel.
«Encuentre los deseos de tu corazón, encuentre curación, encuentre paz con todos sus hermanos en Israel — los que conoce y viajan con usted y los que faltan por conocer», dijo el rabino Juan Mejía mientras apoyaba su frente contra la de Jackson Marrone, bendiciéndolo para tener un viaje seguro. Gritos de «mazel tov» resonaron bajo los altos techos del templo.
La larga disputa por los «nueve de Venezuela» refleja el intenso debate en la dividida sociedad israelí sobre quién es judío y cómo una religión que no hace proselitismo como el cristianismo o el islam aborda el creciente número de conversos, especialmente en Latinoamérica, que encontraron la fe lejos de vías habituales como el matrimonio.
Esto también pasó factura a los nueve de Venezuela.
Franklin Pérez vivió durante años una vida de acuerdo con los preceptos judíos. Viste kipá, puso nombres hebreos a sus hijos y viajó tres horas por carretera hasta Caracas para comprar carne kosher, cuando podía encontrarla.
Su acercamiento al judaísmo comenzó cuando se mudó a la ciudad venezolana de Maracay en 2004 tras perder su empleo como profesor de filosofía por cambios en la universidad en la que enseñaba. Se acercó a un grupo de judíos mesiánicos, que combinan cristianismo y tradiciones judías. La curiosidad de Pérez ya se había despertado durante su infancia por una bisabuela judía dentro de una familia católica romana, y lideró al grupo en el estudio de textos religiosos.
Con el paso del tiempo, el núcleo duro del grupo viró hacia el judaísmo. En 2011 encontraron a Mejía, un rabino conservador que habla español y reside en Oklahoma, aunque regresa varias veces al año a su Colombia natal. Él los guió en sus seis horas de estudio semanales a través de internet, y después de un año, viajó para estudiar con ellos durante una semana en Santa Marta, Colombia. Regresaron en 2014 y, bajo la supervisión de un tribunal formado por tres rabinos, se sumergieron en las cálidas aguas del Caribe para completar su conversión.
«Esto no es algo nuevo, esto no es una moda», aseguró Mejía. «Esta gente no se decidió ayer. ‘Oh, Venezuela se hunde, encontremos un sitio al que ir’. Todo lo judío que tienen, que construyeron, que les da un sentido de pertenencia y orgullo no es solo encomiable sino digno de imitar».
Pero para algunos rabinos ortodoxos en Israel, los venezolanos no son lo suficientemente kosher.
Los líderes de la cerrada comunidad judía de Caracas también tenían dudas sobre sus motivos porque nunca habían estado en contacto con el grupo, que fue recibido en la decadente comunidad de judíos ortodoxos en la ciudad cercana de Valencia, que los necesitaba para alcanzar el mínimo de 10 hombres requerido para poder rezar públicamente en una sinagoga.
Según un funcionario israelí familiarizado con el caso, había pruebas que sugerían que algunos de los solicitantes se convirtieron al judaísmo para aprovecharse de los beneficios sociales israelíes, incluyendo el seguro médico. El responsable accedió a comentar el caso solo bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado a discutir el estatus personal de los miembros del grupo.
Pero tras una agitada sesión en un comité parlamentario en Israel, durante la cual legisladores progresistas se enfrentaron a responsables del ultraortodoxo Ministerio del Interior, funcionarios de inmigración dijeron que los nueve podían mudarse a Israel si repetían su conversión y se unían a una «comunidad religiosa establecida» una vez en el país.
Pérez admite libremente que de no ser por el colapso venezolano nunca habría intentado irse. Se llevó a su familia en un país extranjero, con solo 350 dólares en el bolsillo y siete maletas con sus pertenencias, todo lo que les quedaba tras la debacle económica que dejó una inflación en triples dígitos y una grave escasez de alimentos y medicinas.
Otro miembro del grupo, Nadine García, no pudo encontrar la quimioterapia para su tratamiento contra el cáncer. Y en casa de los suegros de Pérez, donde vivía la familia, los ladrones que entraron a robar recientemente se llevaron arroz y queso de la nevera.
Jewish Agency, una organización sin ánimo de lucro que trabaja con el gobierno israelí en temas migratorios, pagó sus boletos de avión y su alojamiento.
«No me imagino regresando, ni para visitar», manifestó Pérez, agregando que echará de menos el frondoso paisaje venezolano mientras están en un centro de inmersión para inmigrantes en el desierto de Negev, que será la residencia temporal de su familia mientras perfeccionan el hebreo. «El problema no es económico, es social, moral y ético. Para que se recompongan los valores de los venezolanos van a pasar por lo menos 50 años».
Miembros de la envejecida comunidad judía de Venezuela llevan años huyendo a lugares como Miami y Panamá. Desde su apogeo, con 20.000 miembros hace dos décadas, sus números se han reducido hasta alrededor de 8.000.
Además de la mala situación económica del país, muchos judíos se quejan de un virulento antisemitismo desde que el fallecido presidente Hugo Chávez cortó relaciones diplomáticas con Israel en 2009. Alrededor de 50 se reunieron recientemente en un centro comunitario en Caracas para saber cómo podrían mudarse a España y Portugal acogiéndose a sus nuevas leyes que conceden la ciudadanía a los descendientes de judíos sefardíes expulsados de la Península Ibérica en el siglo XV.
Mejía cree que las reticencias de las autoridades israelíes hacia no derivaba del temor a un éxodo masivo de venezolanos hambrientos, sino del descontento con la idea de que en la era de internet y los cambios de fe muchos se vean atraídos por una de las religiones más antiguas del mundo.
«No estamos acostumbrados a esta popularidad», bromeó Mejía, que se convirtió al judaísmo cuando estudiaba filosofía en Colombia.
La misión última de Israel como estado judío es proporcionar refugio a los fieles en peligro — tanto a los que lo son de nacimiento como a los conversos, agregó.
«Yo no puedo salvar a todo el mundo, pero estos son mis estudiantes y estoy muy aliviado porque tanta gente se haya juntado para hacer algo», concluyó Mejía.