Internacionales

Cuidado con la identidad! ¡Es peligrosa!

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Basta con asomar la cara por la ventana para cruzarnos con todo tipo de insultos, acusaciones y odios. No hay que ir muy lejos para encontrarnos en la encrucijada violenta entre identidades grupales, entre la exaltación de unos y la denigración de otros. Ya no tenemos que permanecer en la casa bolivariana. No es un rasgo exclusivo del chavismo revolucionario. Los enemigos del pueblo, los fascistas, los gusanos y los escuálidos pululan por todas partes. La polarización no es una herramienta castro-chavista de dominación, es un fantasma que aparece en cada esquina. La fractura y la disociación son el tema del momento. Como en las viejas películas de vaqueros, se trata de dividir el mundo entre buenos y malos. Y funciona. Los grupos identitarios, los partidos nacionalistas, xenófobos, populistas, se aprovechan de cada momento, se reproducen y crecen. Y como señala el filósofo Javier Gomá en una reciente entrevista sobre el referendo separatista en Cataluña, “la pasión caliente del nacionalismo moviliza a la gente mientras que la democracia se basa en la templanza, la cual es escasamente movilizadora.” Detrás de todos los fanatismos y nacionalismos está el tema de la identidad, el conjunto de rasgos propios que definen y caracterizan a una persona o a un grupo. Suponemos que tener una identidad es sano e importante. Hay quienes dicen de manera despectiva, “no le creas, esa persona no tiene identidad propia”. Pero la identidad es también un problema a tratar. El analista junguiano Rafael López-Pedraza pensaba que la patología del héroe residía en la identificación con su propia historia. Despersonalización e identificación son términos psiquiátricos. Y mucho de lo que llamamos locura es la identificación del complejo del yo con otro complejo o arquetipo. Pero si ya es difícil entender en qué consiste la identidad personal, cuánto más engorroso es intentar definir esa abstracción que llamamos identidad nacional. Por ello, lo que nos importa, sobre todo, es su uso como herramienta para fanatizar a las masas, como estrategia de dominación. La polarización política es, ante todo, una construcción discursiva, un entramado simbólico que exacerba emociones y subvierte la identidad personal con el propósito de configurar identidades colectivas antagónicas. Se sirve de categorías simples y totales, tan inclusivas como exclusivas. Las agrupaciones saturan emocionalmente al receptor del discurso y tiene la función defensiva de justificar a un grupo frente a la categoría contraria. Ocurre una demarcación dicotómica del espacio social que convierte al otro en el blanco de todo tipo de proyecciones que justifican el desprecio y el odio. Como le confesó Hitler a Hermann Rauschning, “se me ha reprochado de fanatizar a la masa. La masa no es manejable más que cuando está fanatizada.”]]>

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