«Voy a este juicio muy confiado porque no soy un traficante de personas. Yo no iba a traficar con mi propio niño, eso no tiene sentido», dijo a la AFP Ali Ouattara, de 45 años, en vísperas de comparecer ante la justicia del enclave bajo administración española de Ceuta, en el norte de Marruecos.
Fue allí donde el 7 de mayo de 2015 en un puesto fronterizo, una joven marroquí llamó la atención por llevar una pequeña maleta extrañamente pesada.
Al pasar el equipaje por los rayos X del escáner, los agentes de la Guardia Civil se quedaron boquiabiertos al descubrir la silueta del niño acurrucado en posición fetal.
Una vez abierta la maleta, el niño saludó con un «bonjour» en francés y un «me llamo Adou», según relató el periodista Nicolás Castellano en un libro publicado en 2017 en el que detalla la historia.
«La gran reflexión que hay que hacer es qué ocurre en la legislación española con la reagrupación familiar para que se tenga que acudir a estas vías desesperadas», indicó la responsable del servicio de menores en Ceuta, Antonia Palomo, citada en el libro.
La fiscalía pide tres años de cárcel para el padre de Adou Ouattara, por facilitar la entrada irregular del niño poniendo en peligro su vida.
Luego del suceso, Adou -sano y salvo- se reunió con su familia en España.
Sin embargo, a los pocos meses, en agosto de 2015, un marroquí de 27 años murió asfixiado en una maleta dentro del maletero de un automóvil a bordo de un ferry que viajaba a España.
Ali Ouattara fue arrestado en el mismo puesto fronterizo de Ceuta horas después de que fuera hallado su hijo dentro de la maleta, que era arrastrada por una mujer de 19 años. Aseguró que fue engañado por los traficantes de personas y que nunca se imaginó que el niño iría en una pequeña maleta. Según dijo Ouattara, el hombre al que le pagó 5.000 euros había prometido llevar al menor en avión hasta Madrid, para luego decirle que finalmente sería ingresado en automóvil por Ceuta.
Para el padre, «era en todo caso una obligación que el niño viniera».
«No podíamos vivir sin él, pensábamos en eso todo el tiempo», indicó. «Si se quedaba en Costa de Marfil, no tenía a nadie allí para ocuparse de él tras la muerte de su abuela».
«Soy respetuoso de la ley pero cuatro veces la administración española le negó la posibilidad de venir. Yo ganaba más de 1.300 euros en una lavandería en (el archipiélago español de) las Canarias, pero me decían que no era suficiente para mantener a mi familia», explicó.
Ali, un exprofesor de filosofía y francés en Abiyán, llegó en 2006 de forma clandestina a España en una precaria embarcación, al igual que miles de africanos que todos los años se lanzar al mar para llegar a Europa poniendo en peligro su vida.
Asegura haber tenido la oportunidad de abandonar Costa de Marfil, país sumido en plena crisis político-militar, cuando tener su apellido era peligroso, ya que era el mismo del ex primer ministro marfileño Alassan Ouattara, que se convertiría en presidente en 2011.
En Canarias, Ali obtuvo una tarjeta de residencia, un empleo estable, un hogar, logró traer a su mujer Lucie y luego a su hija de nueve años, pero no a su niño pequeño, porque le faltaban «56 euros» para alcanzar el mínimo exigido para hacerse cargo de todos los miembros de su familia.
Tras haber pasado un mes en prisión en 2015, este hombre residente actualmente en Bilbao (País Vasco, norte) con prohibición de salir de España, sabe que corre el peligro de volver a la cárcel. Su esposa, su hija y Adou viven en Francia, a la espera de la decisión de la justicia.
El conocido como «niño de la maleta» tendrá que asistir al juicio.
«Hubiera preferido que él se mantuviera al margen porque es un tema del que no quiere hablar. Ninguno de nosotros ha asumido esta historia, que es un agujero negro en nuestro viaje», dice el padre, quien repite su deseo: «Que toda la familia pueda vivir junta».