Internacionales

Xenofobia: otro obstáculo que enfrenta la migración venezolana

A principios de 2019 el futbolista chileno Nicolás Díaz le dijo “muerto de hambre” al defensor venezolano Pablo Bonilla durante un partido del Campeonato Sudamericano de Fútbol Sub20. La situación se viralizó en las redes sociales. La repudiable agresión no es un caso aislado, es vivida a diario por la diáspora venezolana.

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TEXTO: CAROL ÁLVAREZ y MANUEL TOVAR |FOTOGRAFÍA ARCHIVO: DIARIO CORREO DE PERÚ

En Venezuela no se hablaba de xenofobia hace 20 años. Es a partir del éxodo venezolano repartido en gran medida en Latinoamérica que el término se popularizó en nuestra nación. Hoy en día, y gracias a las redes sociales, los actos de xenofobia y discriminación toman mayor peso.

En países como Perú, Ecuador y Chile, es común que a los venezolanos los tilden de “muertos de hambre”.

Jender Lara es un venezolano como cualquier otro que se fue a Perú en busca de mejores condiciones de vida. Consiguió tener una lavadora, una nevera, un buen celular y una moto: logró su objetivo, estaba creciendo. Trabajaba en Coolbox, una tienda de aparatos electrónicos.

Allí, todas las peruanas estaban enamoradas de él, era el popular cuando entró porque era nuevo y le caía bien a la mayoría. Pero un día en una “echadera de broma” con un peruano, éste le dijo: «…qué vas a saber tú venezolano muerto de hambre que te viniste de tu país porque te estás muriendo de hambre».

Inmerso en la impotencia que le dio el comentario, Lara respondió: “sí, es verdad, yo me vine de mi país porque estábamos pasando hambre”.

Alejandro Lugo, un licenciado en Contaduría que trabaja en Perú como barbero, es otro de los venezolanos que denuncia discriminación por cierta parte de los peruanos: “Unos nos ayudan, nos prestan la colaboración, nos dan trabajo, si tenemos algún problema en la calle mucha gente nos defiende, ese es el 50%, el otro 50% nos trata mal en los medios de transporte, en la calle”.

Un día, Lugo fue tropezado por una ciudadana peruana en la calle, él reaccionó y le dijo que es una falta de respeto que lo tropezara y no le pidiera disculpas, pero por el simple hecho de que es venezolano la mujer se sintió con el derecho de tratarlo mal.

“Hay personas que defienden y reclaman que porque uno sea venezolano, el peruano no tiene derecho en pasar por encima de ti, a veces esas discusiones quedan en la calle y uno se va”.

Para Lugo, los medios de comunicación de Perú lo están haciendo mal. A su juicio, porque solo se limitan a informar los linchamientos a los venezolanos o cuando le sacan los colchones para quemárselos y no informan que esas torturas hacia los migrantes son actos penados por la ley.

“Si eres venezolano, no”

Andrea Bellotti vive en Ecuador, su esposo Félix fue a buscar trabajo en una venta de pollo crudo y lo primero que le preguntaron fue: “¿Eres venezolano? ah no, si eres venezolano no”.

Bellotti dice que la historia se ha repetido en autolavados y en la mayoría de los sitios.

Para las venezolanas la situación es diferente, son muy aceptadas en restaurantes ya que según Bellotti la mujer venezolana atrae mucho público.

Ella asegura que lo más cerca que ha estado de la discriminación fue el día que llegó a Ecuador, el 3 de diciembre del 2018; estaba en el terminal con las maletas junto a sus tres hijos y sintió cómo ecuatorianos la miraban con desprecio. “Ese día le pregunté a un señor una dirección y el señor ni me contestó, me miró de arriba a abajo y ni me contestó”.

Sin embargo, acepta que muchos venezolanos han migrado para delinquir, hecho que le incomoda ya que generalizan y dicen que todos los venezolanos salen del país a cometer crímenes: “A veces se les cierran las puertas a uno porque los demás venezolanos se ponen a pelear en la calle, a robar…”.

«Esos venezolanos vinieron para acá a hacer lo malo. Uno nunca fue para allá a hacer mal», le dijo en tono déspota un señor a Bellotti.

La venezolana indignada le respondió: “El crimen no está en la nacionalidad”.

Asegura que en Ecuador hablan muy mal de los venezolanos, hasta en los medios de comunicación: “Uno trata de evitar cosas porque aquí por todo nos señalan. En el autobús están hablando de venezolanos y a ti te provoca decirle sus cuatro verdades pero uno evita».

Sin embargo, ella y su familia consiguieron a un ángel en su etapa de migración. Una señora ecuatoriana que le dio refugio a su familia durante varios meses hasta que lograron independizarse.

“La señora nos brindó apoyo y cuando nos vinimos de allá la señora se puso a llorar. Ella no quería que nos viniéramos de allá. La señora nos compró un colchón nuevo matrimonial y ortopédico, una cocina nueva, la compró el día que nos veníamos, platos, ollas… Ella siempre viene a visitarnos”, asegura.

Panamá es otro de los países latinoamericanos donde los venezolanos han denunciado casos de xenofobia. El 11 de julio, un video se viralizó en las redes sociales donde la diputada del Parlamento panameño por el Partido Revolucionario Democrático, Zulay Rodríguez, promueve la discriminación a los venezolanos con la propuesta de ley que endurecería las condiciones de los venezolanos de obtener el estatus migratorio legal en Panamá

El origen de la xenofobia

En la América colonial (Siglo XVI a principios del siglo XIX), la sociedad implantada por España era estamentaria, clasista y claramente dividida en razas. Los blancos a la cabeza, pardos (mezclados) en el medio de la pirámide junto a los indios y en la base de los grupos sociales los negros.

De acuerdo a la división político administrativa de la época, los territorios del reino de España se dividían en virreinatos –territorios de mayor importancia política y riqueza económica- y capitanías generales –bases políticas-militares para el control de la sociedad que se desarrollaba–. El territorio venezolano pasó a ser Capitanía General en 1777.

En los virreinatos las clases estuvieron muy presentes y marcadas y de hecho en la actualidad en los países que fueron virreinatos se ve una marcada diferencia racial, que hoy en día permanece pero no por origen racial, sino socioeconómica.

En Venezuela, primero Capitanía General y luego República, no hubo tal separación, las castas existieron, pero las razas se mezclaron. La sociedad venezolana es producto de un gran mestizaje que se evidencia en costumbres, alimentación, cultura, ritmo y por supuesto el fenotipo que no es homogéneo. En esta tierra negros y catires salen de la misma familia y las parejas interraciales no son problema, pues es parte del ADN de la sociedad venezolana.

Sin embargo, los venezolanos también fueron muy influidos por las ideas del positivismo europeo. Esas ideas de ciencia y de una investigación eurocéntrica y eurófila del siglo XIX caló en la psique de los venezolanos que consideró a la inmigración europea -su esfuerzo y trabajo-, como la posibilidad de desarrollo y del progreso social de un país agrario, palúdico, analfabeta y que vivía bajo el caudillaje y la guerra.

Fue bajo esta tónica que Venezuela pasa a ser una nación receptora de inmigrantes. Ciertamente todo el continente recibió inmigración, pero Venezuela siempre tuvo un flujo de inmigrantes que venían para empezar de cero luego de que en sus tierras no tuvieran fortuna.

Este flujo de inmigrantes creció desde 1870 y aumentó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. La estabilidad y bonanza política y económica de la nación en el siglo XX permitió a esta sociedad, ya abierta a la inmigración, que se hiciera más abierta. Fue esa llegada de europeos huyendo de la guerra y la pobreza, y de latinoamericanos huyendo de las dictaduras militares y la crisis económica que hicieron a Venezuela un crisol extraordinario de costumbres, culturas y personas.

Venezuela era uno de los grandes receptores de extranjeros y era casi inconcebible dejar el país. Pero una larga crisis que se gestó hace 30 años, se materializó hace 20, y explotó en principio en 2015 la que llevó a por lo menos a 4 millones de venezolanos a salir de su tierra. Es en esta condición en la que el venezolano debe ir a otras tierras.

Salieron del país personas que previamente no hablaban de emigrar, no lo concebían, y no sabían lo que era vivir en un lugar donde el clima cambia constantemente. Que tuvieron que adaptarse a otras reglas, idiosincrasias y culturas, que debieron acostumbrarse a ser el invitado y no el anfitrión. Algunos que llegaron con opulencia y arrogancia han debido aprender el valor de la humildad. Otros más humildes han debido exigir respeto a quien lo desea explotar, pero todos llevan consigo el mismo bagaje, el de una tierra que dicen haber dejado atrás, pero siempre brinca en la memoria con un detonante principalmente afectivo.

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