Balseros del Líbano huyen de la pobreza y se encuentran con la muerte
La emigración ilegal desde las costas libanesas ha aumentado en septiembre debido a la agudización de la crisis. Pero, muchas veces, las olas engullen a los balseros antes de poder llegar a Chipre
El día en que su marido se echó al mar en una barca clandestina para huir de la pobreza que azota al norte de Líbano, Suad Mohamad no esperaba que fuera engullido por las olas antes de llegar a Chipre. Shadi Radamán, su esposo, fue uno de los tantos balseros del Líbano que buscaba una mejor suerte en otro país.
«Ahora espero el cadáver de mi esposo», dice, llorando, la mujer de 27 años.
Según su familia, su esposo, Shadi Ramadan, de nacionalidad siria, montó a bordo de un barco clandestino con destino a Chipre, un país de la Unión Europea, a 160 km de Líbano. Pero el bote se perdió en el mar.
La emigración irregular ha aumentado recientemente en Líbano, un país en plena zozobra económica, agravada por la pandemia de covid-19, la inestabilidad política y la explosión en el puerto que destruyó prácticamente todo el centro de su capital.
Según el Banco Mundial, más de 50% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, en un contexto de fuerte depreciación de la moneda, hiperinflación y despidos masivos.
A principios de septiembre, las autoridades de Chipre afirmaron haber interceptado cinco barcos en varios días, con más de 150 migrantes a bordo.
Bloqueados en el mar
«Shadi tenía diabetes y convulsiones. No tenía ni padre ni madre. Había huido de Líbano a causa de la pobreza, para enviarnos dinero», explica Suad.
En Trípoli, una de las ciudades más empobrecidas del país, este padre de dos hijos, de 35 años, trabajaba como vendedor ambulante y ganaba unas 20.000 libras libanesas (2,2 euros, 2,5 dólares en el mercado negro) al día.
Decidió probar suerte y emigrar con unos familiares de su esposa, incluidos dos niños que murieron por la falta de comida y de agua y cuyos cuerpos fueron arrojados al mar, según explica Ziad al Bira, un pariente de Suad, que afirma que tanto Shadi como otro hombre desaparecieron.
El barco partió del puerto de Minieh el 7 de septiembre, previo pago de cinco millones de libras (560 euros, 660 dólares en el mercado negro) por pasajero a un «traficante», según Ziad.
De las personas rescatadas posteriormente por las autoridades marítimas libanesas, 25 eran sirias, 8 libanesas y tres de otras nacionalidades, según la Agencia de la ONU par los Refugiados.
«Les prohibieron llevar consigo su equipaje, donde llevaban agua, alimentos y leche para los niños», agrega Ziad.
Los pasajeros se quedaron «bloqueados en el mar sin guía», mientras que se interrumpió todo contacto con ellos hasta que las autoridades libanesas los detectaron.
Según él, el marido de Suad habría nadado para intentar encontrar la forma de salvarse tras la muerte de los dos niños «pero no volvió».
El traficante les mintió todo el tiempo
Otro miembro de la familia, Mohamad, de 27 años, habría hecho lo mismo y también desapareció.
«Mi hijo no tenía trabajo. Se fue a mis espaldas», cuenta su padre, Jaldun, de 54 años.
«El traficante nos había estado diciendo todo el tiempo que el barco había llegado a buen puerto hasta que descubrimos, al cabo de tres días, que nos había engañado», añade, entristecido.
Los familiares han intentado ponerse en contacto con el traficante, un vecino de Trípoli que está completamente desaparecido. La familia ya ha presentado tres denuncias contra él.
Huir de nuevo
Pese a los riesgos que implica, decenas de personas se hicieron a la mar en septiembre para intentar escapar de la creciente miseria que asola al Líbano.
Jaled Abdalá y Mohamad al Janji decidieron, junto con un grupo, comprar una barca.
Tras pasar 40 horas en el mar, su barco fue interceptado por la Marina chipriota y devuelto a Líbano.
Jaled, de 47 años, trabajaba «17 horas diarias» como vigilante en una escuela, por unas 25.000 libras al día (casi 3 euros, 3 dólares).
Con todo, asegura que quiere «intentar escapar de nuevo, a cualquier precio».
Mohamad, un vendedor ambulante de 37 años y padre de dos hijos, es otro de los balseros del Líbano. Decidió irse tras constatar que era «incapaz» de satisfacer las necesidades de su familia.
«Vimos la muerte delante de nuestros ojos cuando los niños lloraban todo el tiempo», dice a la AFP.
Lo volverá a intentar. «O llegamos o morimos rápidamente», afirma Mohamad, quien ve «imposible» quedarse en Líbano. Aquí «nos morimos lentamente».
Pospuso su visita a Líbano, prevista para junio, y en la carta enviada al gobierno anfitrión le notificó que estaban suspendidas todas las visitas al extranjeros por los problemas del pontífice con sus rodillas y su cadera
Simpatizantes de los movimentos chiítas protestaban contra el juez que investiga la terrible explosión de agosto de 2020, cuando comenzaron a disparar contra ellos desde distintos flancos. Los manifestantes respondieron, lo que generó un intenso tiroteo. Una de las víctimas falleció de un disparo en la cabeza cuando estaba en su casa
El veredicto llega 15 años después del asesinato de Hariri, uno de los políticos musulmanes sunitas más destacados del Líbano, y en un momento de profunda crisis política en el país. El espectacular atentado contra el ex primer ministro Rafic Hariri es para muchos libaneses el equivalente al asesinato de Kennedy para los estadounidenses: todos recuerdan qué estaban haciendo ese fatídico 14 de febrero de 2005.