Migraciones

Migrantes de Venezuela en Trinidad, entre la explotación y la esclavitud sexual

Autoridades de Trinidad y Tobago califican como "problema nacional" la ola de migrantes provenientes de Venezuela. Hay toda una industria dedicada al tráfico de personas, a la explotación de mano de obra barata y a la prostitución de mujeres jóvenes.

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Migrantes venezolanos explotados en Trinidad

«Triniveni» es el nombre que reciben los migrantes venezolanos en Trinidad y Tobago, pero también es sinónimo de explotación laboral y racismo. Oficialmente se cuentan 60.000 venezolanos en este archipiélago anglófono de 1,4 millones de habitantes, aunque varias ONG estiman que la cifra puede llegar a 130.000, el 10% de la población. Y solo 9.000 tiene estatus legal.

A continuación tres claves de esta migración, que las autoridades trinitenses califican de «problema nacional».

Explotación y racismo

«Si es duro y mal pagado, es para nosotros. Los trinitenses no aceptan lo que hacemos por estos sueldos», dice un exmilitar venezolano que trabaja en un lavadero de autos en Puerto España.

«Aquí hay que trabajar duro», indica otro compatriota con sus manos llenas de callos.

Construcción, limpieza, servicio: los «trinivenis» están todas partes que demanden mano de obra barata. Los salarios son bajos: 150 TT al día, unos 25 dólares, menos de 3 la hora. Poco pero mucho más que en Venezuela.

«A veces el jefe no te paga las horas que trabajaste porque sabe que no puedes denunciarlo, se aprovechan», apunta un obrero en una construcción.

El racismo además es cotidiano. «‘Venezolano de mierda’, ‘vete a tu país’, te gritan», lamenta otro.

Génesis Velásquez, camarera de 26 años, recuerda cómo estuvo a punto de dar a luz en la calle. «La ambulancia no me llevó por ser venezolana. Tenía contracciones en la calle. Al final, un hombre trinitense paró y me llevó».

«En el hospital me atendieron a regañadientes», añade la joven.

Travesía

Más de 7,7 millones de los 30 millones de venezolanos han emigrado del país como consecuencia de una crisis que provocó una reducción del 80% del PIB en 10 años.

La migración hacia Trinidad proviene principalmente de tres estados del este de Venezuela: Sucre, Monagas y Delta Amacuro, este último de los más pobres del país y apenas a unos 10 km del extremo suroccidental de la isla.

La península de Paria, en Sucre, está a unos 30 km.

Los viajes suelen costar unos 200 dólares por persona, aunque pueden variar entre $100 y $500.

Punta Icacos, en el suroeste de la isla de Trinidad, a 10 km de las costas de Venezuela, punto de llegada del tráfico de migrantes venezolanos. Septiembre de 2023. Foto: Patrick Fort / AFP

«Los buscamos en la costa venezolana», explica a la AFP bajo reserva un lanchero dedicado al transporte de migrantes. «Suele haber varias embarcaciones más. Pagamos a la Guarda Costa trinitense 1.500 dólares. Desconectan el radar, nos llaman y cruzamos».

Las embarcaciones suelen llegar a Icacos o Cedros.

Desde 2018, más de un centenar de personas murió en naufragios en esta zona. Los guardacostas también han disparado contra los motores de los barcos, lo que en 2022 ocasionó la muerte de un bebé.

Política

El gobierno ha endurecido su política migratoria. «Si aparentáramos ser un ‘vecino de fronteras flexibles’, seríamos invadido por decenas de miles de inmigrantes ilegales en un santiamén», ha expresado el primer ministro Keith Rowley.

Es un «problema nacional», señala por su parte el líder opositor David Lee, refiriéndose a un «riesgo a la seguridad» por bandas criminales venezolanas. Pero además, siguió, representa un tema de derechos humanos por la población vulnerable.

«El gobierno tiene que marcar la pauta y ocuparse de esta población inmigrante», dice a la AFP. «Esto añade otro nivel de preocupación y problemas a nuestro país».

La legislación ha quedado vetusta, según activistas, que han denunciado la deportación de inmigrantes con estatuto de refugiados, una violación a la ley.

Génesis Velásquez está ahorrando para algún día volver a su país, pero «de momento, es mejor vivir en Trinidad y Tobago», acepta resignada.

Migrantes provenientes de Venezuela hacen fila frente a la oficina de Migración, en Puerto España, para tramitar sus permisos de residencia. Septiembre 26, 2023. (Foto: Robert Taylor / AFP)

conx

Puerto España,Trinidad y Tobago|AFP|jueves 28/09/2023 – 11:45 UTC-4|616 palabras

por Patrick FORT / Prior BEHARRY

Venezolanas bajo explotación sexual

Apoyadas contra la pared del ruinoso burdel, prostitutas esperan por clientes: la mayoría son migrantes venezolanas, que terminaron en Trinidad y Tobago presas en redes de trabajo sexual.

La luz es lúgubre y la música está muy alta en este bar de Puerto España, donde los proxenetas no le quitan el ojo a las muchachas en ningún momento.

Viven encerradas, sin derecho a salir hasta no canelar con trabajo la deuda contraída para poder salir de su país, sumergido en una profunda crisis.

En este burdel no hay sillas, un trago se toma de pie. El objetivo es que el cliente elija rápido y termine en una de las habitaciones del establecimiento.

Media hora cuesta entre 30 a 60 dólares estadounidenses, explica una de las chicas. Una hora, el doble.

En otro establecimiento, las jóvenes, entre 20 y 30 años, se pasean por una pasarela con sugerentes escotes, aunque llevan ropa corriente, nada extravagante.

¿Cuánto reciben por cada cliente? «No sé exactamente», dice una de ellas. «Depende de la chica» y el tiempo que lleva trabajando, pero entre 12 y 25 dólares.

Si un cliente quiere llevarse a una prostituta a casa o a un hotel, un proxeneta debe acompañarla. El servicio cuesta entre 150 y 300 dólares.

Al terminar la jornada, duermen en dormitorios dentro de los mismos burdeles o en otras casas adonde las llevan proxenetas. No tienen permiso de circular libremente.

«Volver a Venezuela»

Algunas son atraídas con ofertas de trabajo «normal» por redes sociales, que luego terminan en prostitución.Otras son conscientes de lo que les espera, como María, de 25 años y oriunda de un pueblo en el este de Venezuela.

Madre de un niño pequeño, incapaz de mantenerse en un país en profunda crisis, hizo la diligencia para viajar a Puerto España, una amiga hizo el contacto.

Los proxenetas pagan la travesía clandestina a la isla, unos 200 dólares, un monto que elevan a entre 500 y 1.000 y que cobran con trabajo.

«Tengo que devolver 500 dólares. Espero hacerlo en uno o dos meses. Luego trabajar uno o dos meses más y volver a Venezuela con el dinero para abrir un negocio», cuenta a la AFP esta mujer, cuya identidad fue cambiada por seguridad.

Además de esa deuda, tiene que cancelar 50 semanales «por alquiler».

«Todo está bien», dice con voz serena, aceptando su situación.

De repente saca su teléfono y el proxeneta salta y la reprende con firmeza. «Nada de teléfonos», zanja en inglés –las jóvenes no tienen permitido guardar ningún contacto de sus clientes.

«Clima de impunidad»

«La trata de seres humanos es muy preocupante, las cifras son muy elevadas, y en su mayoría se trata de explotación sexual», alerta por su parte Denise Pitcher, directora del Caribbean Center for Human Rights.

Un proxeneta lo niega. «Las oenegés tienen una sola palabra en la boca: trata de seres humanos, pero no es así. Las chicas saben lo que vienen a hacer, vienen voluntariamente».

«Vienen, pagan su deuda, ya sea prostituyéndose o trabajando de camareras o lo que sea, y después hacen lo que quieren», añade.

Son al menos 21.000 víctimas entre 2015 y 2020, según el informe «Esclavas sexuales venezolanas: una industria en auge en Trinidad» de la ONG Connectas, que se basa en datos de inteligencia trinitense.

El informe además destaca que esta actividad movió unos 2,2 millones de dólares los últimos cuatro años.

Todo esto, según Pitcher, en un «clima de impunidad» generado por la corrupción y la pasividad de la justicia y la policía.

«Se aprovechan de la población inmigrante», destaca el diputado opositor David Lee. «Están realmente a merced de la población de Trinidad y Tobago».

Es medianoche, un posible cliente llega y María le pide que le compre una cerveza para conversar.

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