Opinión

Charlie Hebdó y los dilemas de la libertad

Debajo del sedimento amargo y el espanto que producen los atentados terroristas en contra de los trabajadores del semanario satírico Cherlie Hebdo, parece estarse gestando, de nuevo, un nuevo debate en torno al significado y el contenido de la libertad de expresión. 

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Si Charlie Hebdó se burlara de los homosexuales, estigmatizara el adulterio femenino, si vomitara burlas en contra de un drogadicto, todo aquello que suponemos es “la humanidad” (que en este caso es Occidente) profesara contra ellos un odio visceral y militante. Occidente habla mucho sobre el respeto y la tolerancia, pero eso sí: sólo con las cosas que le gustan a los occidentales. El islam nos queda demasiado lejos; es una realidad excesivamente problemática y compleja como para andarse tomando la molestia de estarla respetando.

La figura de Mahoma no tiene casi equivalencias con la ya casi deportiva aproximación a la imagen de Jesucristo que existe entre los sectores dominantes del aparato cultural de Occidente. En muchas naciones del mundo, en sus sociedades y familias, el culto por el profeta es sencillamente sagrado. Tan sagrado, o más, como comienza a ser en Occidente el respeto por la mujer y la igualdad de género.

Por supuesto que esta reflexión no invalida la fundamental, la del espanto que produce comprobar que algún lunático se sienta con derecho a asesinar a sangre fría, alegando motivos divinos, a unos creativos que, después de todo, sólo están cometiendo una tremendura. Coincido plenamente con la reflexión que postula que la separación de la Iglesia y el Estado es una conquista de la humanidad, a partir de la cual ha comenzado a progresar, y que en consecuencia, el derecho a blasfemar, para aquel que lleve gusto, es un atributo personalísimo e intransferible.

Pienso, sin embargo, que sería una total hipocresía no escribir estas salvedades en calidad de reflexión. En las trágicas circunstancias hay cosas que rescatar. El humor impropio, reiterado y ofensivo de Charlie Hebdo parece que anidara un profundo malestar cultural y político en una parte de la sociedad francesa Un malestar con carácter europeo y dimensiones globales.   Probablemente, en Francia, la comparte mucha gente que no lo dice por temor a ser señalado como fascista. Se expresa en las posturas de Michelle Huellebecq, uno de los escritores más exitosos de ese país y de Europa, en este momento en la tormenta por su novela Sumisión, en la que imagina a su país tomado y gobernado por una mayoría islámica.

Pienso, por último, que el dolor que produce la muerte de estas personas no puede privarnos de atizar una conclusión fundamental. El ejercicio de la libertad de expresión, como el ejercicio de la libertad,  es un poco más serio de lo que parece. La libertad no es una banderita que yo agito cuando me molesto: es un ejercicio cotidiano que se ejerce en sociedad y que se desarrolla ante realidades políticas y culturales muy complejas. La libertad es un atributo que se fortalece con el respeto. Ese, que se supone que profesamos por los demás quienes nos creemos tolerantes.

La libertad, y dicho sea con perdón, no debería tener estas aproximaciones tan onanistas y narcisas. No con temas tan complejos y delicados.

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