Opinión

El rostro humano de la crisis

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La inflación, el desabastecimiento, el racionamiento, el desempleo y la pobreza, dejan cicatrices fibrosas en la trama social y en las formas de vida de la gente. Estamos en medio de la crisis económica  y social más aguda de la historia de Venezuela, una economía de guerra, una bomba lanzada en medio de la sociedad. Por ello, conviene pensar en el impacto que tienen las crisis económicas sobre las personas, en lo que el colapso económico le hace a la gente:

En lo familiar:

1.- Desestabilización de la estructura familiar. Desintegración familar por emigración de sus miembros. El empobrecimiento, el difícil acceso a una vivienda, el hacinamiento o el envío de los hijos a casas de familiares o amigos lejanos,  son  factores que afectan la estabilidad familiar. Las familias frágilmente unidas tienden a desintegrarse bajo la presión de la crisis.  Ocurre un aumento en el número de divorcios, matrimonios postergados y abortos.

2.- Conflictos de pareja.  La acumulación de tensión producto de la penuria económica es un multiplicador de conflictos entre las parejas.  El desempleo obliga a hombres y mujeres a tener que redefinir sus roles y formas de interrelación al pasar más horas juntos y tener muchas más limitaciones materiales. La depresión económica produce un efecto castrador sobre muchos individuos que al perder su rol como proveedores sienten menguada su capacidad sexual.

En lo personal:

3.- Ansiedad, pánico y angustia inmanejables. Los efectos de la crisis producen traumas psicológicos que amenazan el equilibrio mental de las personas quienes se ven desbordadas por la ansiedad y la angustia. La incertidumbre es fuente de múltiples miedos y temores que con mucha frecuencia se manifiestan en ataques de pánico. Prolifera, también, la depresión.

4.- Sentimientos de impotencia y desesperanza. La  incapacidad para cambiar la condición presente y la ausencia de un horizonte con salidas claras a la crisis destruye nuestras más íntimas aspiraciones y nuestra  capacidad creativa. La impotencia lleva a la desesperanza la que, a su vez, bloquea la progresión de la energía psíquica y el desarrollo de la personalidad.

5.- Baja autoestima. Inactivos, atribulados, hambreados, los seres que ven menguar rápidamente sus recursos económicos o que no logran producir en medio de la crisis e inflación  se sienten incapaces y débiles, amarrados a un indeseado destino. Las personas se sienten fracasadas, dejan de respetarse a si mismos y construyen una imagen negativa de su personalidad.

6.-  Daños a la identidad. El concepto negativo de si mismo, la adaptación forzada a situaciones indeseadas, la proliferación de problemas inmanejables, la necesidad de adaptarnos a los cambios radicales de nuestro entorno que alteran la  imagen de lo que hasta ahora habíamos sido, dañan la coherencia de nuestro sentimiento de identidad personal.

En lo orgánico:

7.- Aumento de la narco-dependencia.  Frecuentes problemas de insomnio y uso habitual de somníferos. La depresión, la ansiedad desbordada y la angustia, producen un aumento considerable del consumo de narcóticos, ansiolíticos y todo tipo de drogas. Las personas se hacen dependientes de los químicos para poder manejar la tensión producida por la crisis.

8.- Deterioro de la salud.  Las restricciones económicas frenan la inversión en medicina preventiva. Las personas postergan o descuidan su gasto en salud, lo cual da rienda suelta al avance de las enfermedades. Abundan las afecciones psico-somáticas producto del stress y la ansiedad.

9.- Lesión ambiental. Las condiciones de insalubridad asociadas a la economía informal, la expansión de la marginalidad, la precariedad de los servicios urbanos y el deterioro ambiental, tienen repercusiones en la salud y el estado anímico de las personas. El gobierno y las empresas deficitarias descuidan los programas de control ambiental y el relajamiento de las normas y costumbres aumenta la contaminación del entorno lo que incide en la sutil relación entre el ambiente y el organismo.

En lo social:

10.- Desbordamiento de la violencia. El empobrecimiento produce aumentos significativos de la violencia doméstica y comunitaria. No se trata solamente  de respuestas a la frustración colectiva o formas de descarga de la rabia e impotencia de la población sino que la delincuencia se convierte, para muchos, en la única manera  de obtener  bienes indispensables para la supervivencia personal y familiar.

11.- Anomia. Más pernicioso que el descalabro del bienestar material es la pérdida de fé en el futuro, la desintegración de los sistemas de valores de la comunidad. La anomia es “ese estado de ánimo del individuo cuyas raíces morales se han roto, que ya no tiene normas” ni sentido de pertenencia, continuidad  y cohesión social.

12.- Acentuación del síndrome fatalista. El fracaso de la economía refuerza los estereotipos culturales y la psicología del fatalismo: la resignación frente al propio destino, la pasividad ante los retos que plantea la vida y la concentración en el presente. Ocurre un trastorno en la identidad cultural; resalta la autoimagen negativa como rasgo dominante del carácter social.

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