Opinión

A palos, como las bestias

Si alguien se lanzara desde lo alto de un rascacielos, en el tiempo que dura su caída, tal vez hasta piense que eso ni es difícil, ni duele. Pero en cuanto toque el piso indefectiblemente se desbaratará y morirá… En Venezuela estamos en caída libre. No sé si vamos por el piso sesenta, por el treinta o el diez, pero cuando lleguemos al piso, nos volveremos puré… ¿Se puede hacer algo para aliviar el golpe?

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William Shakespeare dijo que “no hay otro camino para la madurez que aprender a soportar los golpes de la vida”. Pero hay golpes de golpes y hay quienes aprenden y maduran y otros quienes quedan apaleados y no levantan cabeza.

Hace unos días leí un post en Facebook que decía algo así como que “mi pobre Venezuela, lo que nos pasa es por haber empoderado a unos pata en el suelo”. Si a estas alturas no hemos aprendido que la médula del problema no es el origen de quienes nos mandan, estamos mucho peor de lo que pensamos y lo que nos pase nos lo mereceremos, tal vez no como individualidades, pero sí como sociedad. Esa misma persona que posteó la reflexión, contradictoriamente, se queja en la misma de que Maduro insulta por el origen, educación y aspecto de las personas. ¿No se dará cuenta de que ella hace lo mismo, o será que siente que ella sí tiene derecho a decirlo, pero otros no?

Yo estoy bien activa en el Twitter y converso con muchos chavistas. Casi en todas las ocasiones hay alguien que se mete a decirme “no converses con ese tierrúo”, “no le pares a ese marginal”, “no pierdas tu tiempo con tukkis”, “los ignorantes no te van a entender”. Primero, yo converso con quien me da la gana, no necesito árbitros ni consejeros. Segundo, que alguien que se considera “educado” se refiera a otra persona como tierrúo, marginal, tukki o ignorante lo que me hace ver es que el marginal mental es quien califica, no quien recibe el calificativo. Tercero, que quien se siente superior a otro por su cuna, academia o dinero no es más que un pobre de espíritu. Y esa pobreza nos está matando como sociedad.

Quienes quieren que los de “aquel lado” se vengan para “este lado” deben entender que nadie en su sano juicio va a pasarse al lado de quienes lo consideran inferior, por la razón que sea.

Yo no crecí en un país así. La Venezuela de mi infancia, los años sesenta, era el país más parejero del mundo. Y ésa era una bendición. Quizás el punto de inflexión fue el exceso de petróleo a principio de los años setenta, cuando el dinero fácil tergiversó los valores de nuestro pueblo. Un país en donde en ambos bandos hay humilladores y humillados es una bomba de tiempo. Aquí podremos salir de este régimen, resolver el problema económico y hasta el político. Pero si no se resuelve el problema social, nada servirá. Nos arriesgamos a tener, más temprano que tarde, un conflicto civil –por no hablar de guerra- de catastróficas consecuencias. Y tal vez entonces, solo entonces, aprenderemos, si es que aprendemos. A palos. Como las bestias.

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