Opinión

Netanyahu si, Netanyahu no

Las elecciones en Israel tuvieron lugar hace pocos días. El bloque Likud, el partido de derechas que, con Benjamín “Bibi” Netanyahu, Ehud Olmert y Ariel Sharon, ha pasado 14 años ejerciendo el gobierno, intentaba retener el poder ante una coalición de partido de izquierda y centro izquierda, que, encabezadas por el Laborismo, intentaba detenerlo.

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Al momento de escribirse estas líneas, Netanyahu obtenía una mínima ventaja sobre sus rivales. Es posible que, de acuerdo a los mecanismos parlamentarios establecidos en este país, les toque a ellos, en primer término, intentar formar gobierno, presumiblemente con algunas formaciones minoritarias ultraortodoxas como el movimiento Shas.

La lleva laborista podría intentarlo a continuación, si es que Likud no puede concretar un pacto para formar gobierno, buscando socios en los partidos árabes, o en el minoritario Meretz

La consulta Israelí despertó, de nuevo, interés en la comunidad internacional, en un momento en el cual el proceso de paz con los palestinos luce particularmente estancado. Sectores dentro de Israel, y en el extrarradio, particularmente en Europa, parecían esperanzados en que con la llegada del laborista Herzog pudiera reactivarse un dialogo honesto en torno a una hoja de ruta para la paz, proceso que, indefectiblemente, tendría que transitar el camino que hace casi dos décadas habían labrado Yitzhak Rabin y Yasser Arafat: el de tierras por paz, para hacer posible la creación de dos estados que puedan convivir.

Netanyahu, un dirigente que ha ocupado varias veces el cargo de Primer Ministro, ha sido cuestionado en varios ámbitos en su gestión, pero ha sido especialmente eficiente al momento de activar la tecla nacional-religiosa en su país. En Israel hay muchas personas dispuestas a acordar un pacto racional con los palestinos, sobre la base de decisiones políticas concretas; pero también subsiste una poderosa franja de personas, sobre todo religiosas, que considera este camino absolutamente sacrílego y que opina que su país tiene derecho a ocupar con holgura todos los espacios en disputa.

Hace poco Netanyahu ha vuelto a afirmar que, mientras dependa de su voluntad, no tendrá lugar Estado Palestino alguno. Mientras esto sucede, los árabes que habitaron estas zonas antes de la creación de Israel viven apiñados en los ghettos que componen la actual Autoridad Palestina, el malogrado ente nacional que los agrupa, y en el cual sobreviven víctima de muchísimas privaciones.

Parte de las recurrentes y comentadas tensiones entre Barack Obama y Netanyahu consisten en ese detalle: mientras a los palestinos se les alienta a negociar, y la comunidad internacional, de manera casi unánime, se pronuncia a favor de su soberanía, sobre las tierras que compondrían su hipotética nación, el gobierno de Natanyahu construye de forma incesante nuevos asentamientos que perforan los espacios que a los árabes corresponderían, y que colocan en entredicho, entre otras cosas, su continuidad e integridad territorial.

Mientras en Israel puede imponerse de nuevo la derecha liberal y sus socios religiosos, en Palestina también pierden terreno los partidarios de salidas negociadas que reconozcan la existencia del adversario para poder sellar un definitivo acuerdo de paz. Al Fatah, la formación de Arafat, promotora de los acuerdos de Oslo, se debilita agobiada por su inoperancia administrativa y la corrupción de sus funcionarios. Es Hamas, movimiento yihadista e integrista, la formación que controla la mayoría de las simpatías palestinas, particularmente en la hacinada y atormentada Franja de Gaza. El enemigo perfecto que necesita Netanyahu para imponer la ley del más fuerte.

Tiene Israel una democracia envidiable, como lo reconocen, incluso, los voceros más críticos de sus procedimientos militares. Una sociedad estable y próspera, que protege los derechos de sus minorías nacionales; con un poder judicial autónomo y con prestigio y un entramado legal que constituye todo un faro en la lucha de la civilización sobre la barbarie.

La continuidad excesiva de las formaciones conservadoras, sin embargo, han invisibilizado en esa sociedad el contenido moral del drama humano palestino. Circunstancia que plantea un serio problema, para toda la región, y para su propio país, en este momento objeto de duras críticas en todo el mundo a causa de la actitud arrogante y unilateral de sus gobernantes actuales

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