Opinión

Hasta pronto, Xavi

Ver jugar al fútbol a Xavi Hernández permite comprender a Óscar Cano Moreno, cuando en relación a la ausencia del 6 en las alineaciones, decía que unos juegan al fútbol y otros a hacer jugadas. El catalán se fue, con un homenaje a su altura y con el respeto del mundo entero. La película perfecta.

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(Albert Gea/Reuters)

El fútbol es un juego. Independientemente de las responsabilidades, el dinero, la prensa y los trofeos, sigue siendo un juego. De niños nos acercamos a la pelota para pegarle, hacerla correr, buscarla y volver a pegarle. Hasta que un buen día nos dimos cuenta que con compañeros la pasábamos mejor. Xavi Hernández entendió eso hace muchos años y por eso, para él, esto siempre fue un juego, que al fin y al cabo significa aprender, con amigos, pasándola bien.

El 6 del Barça -su retiro debería ir acompañado con su dorsal para que nadie lo usurpe jamás- juega a otra cosa. Las emociones enturbian el juicio, pero hágame caso cuando le aseguro que el de Terrassa tiene un cerebro privilegiado. Se equivoca poco, dicen algunos; yo le diría que más allá de esa estadística, es impresionante verlo como mira antes de recibir la pelota, o como, sin que entendamos sus razones, sabe cuando y como moverse. ¡Nunca repite un sólo movimiento! Gira, pica, amaga, se queda, retrocede.

Su último partido en el Camp Nou de Barcelona por la Liga -aún puede jugar la final de la Copa del Rey en ese mismo estadio- fue una de esas maestrías que tanto impartió durante su carrera. No corrió más que nadie; no disparó ni creó mayor peligro que sus compañeros, de hecho, el partido no tuvo mayores «emociones» que los goles… y Xavi. En cada ocasión que la pelota llegaba al 6, el público aplaudía, a sabiendas de que en su poder, esta iba a encontrar después el mejor de los destinos.

Varios entrenadores declararon en su momento que el Barcelona era un equipo contracultural, motivado a que a pesar de los tiempos y las urgencias que describen perfectamente nuestra actualidad, no hacía de la prisa y el miedo sus principales características, pero también porque la hinchada aplaudía los pases hacia su portero. No estoy en posición de asumir que la totalidad del público que asiste al Camp Nou comprende la intención de cada entrega, pero sí me atrevería a afirmar que muchos, aquellos que van con cierta continuidad a los partidos del Barça, saben que Xavi no es un talibán de la posesión sino el mejor de los ejecutantes del juego de posición. Y así ha sido hasta su último partido.

Cada balón, cada pase, cada desmarque y cada conducción suya tenía una misión más compleja a la simple tenencia de la pelota; lo suyo era generar superioridades posicionales que le permitiesen a un compañero sacar ventaja. Eso lo consiguió con la pelota, y aunque caigamos ante la tentación de hablar de posesión, es necesario rebelarse a esos datos que invitan a la ceguera y comprender que lo de Xavi pasó por llevar al equipo contrario al caos, a arenas movedizas de las que no iba a salir jamás. Ese caos, casi como el aleteo de una mariposa, iba a generar un hermoso desorden cerca del área rival que luego debía ser disfrutado por sus compañeros, mientras él, que segundos hizo de agitador, se divertía observando las consecuencias de sus pensamientos.

A eso jugaba Xavi y a eso jugó ayer. Sus compañeros lo buscaron más que nunca e hicieron todo lo posible por dejarlo cerca del área. Pero ese plan era conocido por todos y carecía de un pequeño ingrediente: la dinámica de Hernández. Que él generase ocasiones para sus compañeros o que estos lo hicieran por él nunca fue lo mismo, ni en el Barça ni en la selección. Pero era su partido y todos querían que él fuese el protagonista, el finalizador de una obra que siempre fue suya.

El hincha aplaudió a rabiar los goles de Messi y se molestó con un segundo tiempo que tuvo a un Barcelona conformista y sin sorpresa, casi un Barcelona sin Xavi, aunque éste siguiese ofreciéndose y manejando la pelota. Pero los suyos estaban hipnotizados, o quien sabe si de duelo por el olor a nostalgia que hacía unas horas se apoderó del Camp Nou. Lo cierto es que la emotividad era tal que uno de los más aplaudidos fue el belga Thomas Vermaelen, demostrando que aún en el fútbol se puede ser sensible sin disimular.

Xavi se fue cuando el partido terminaba. Entró Iniesta por él cuando más bien han debido compartir esos últimos minutos juntos, para que el público disfrutase de la transmisión de mando, de la entrega de las llaves, del Know How blaugrana. No fue así. Luis Enrique, ganador e innovador, prefirió mantener su plan y uno entró por el otro. La grada explotó en aplausos y no dejó de hacerlo hasta que después de la entrega de la copa que acredita al Barça como campeón de la liga, los discursos y las fotos sobre el terreno terminaran. Me quedé hasta el final. Las piernas no me dejaban irme. Me acompañó un señor de 78 años, proveniente de Albacete, que me insistía en que esto es un juego, y que sin el cerebro de Xavi, el Barcelona puede sufrir situaciones similares a las que vivió en la etapa de Gerardo Martino, en las que se olvidó que es un juego pero de oposición directa. Así empató el Depor. En esas está Luis Enrique, en la búsqueda de pequeños shocks de electricidad que mantengan a su equipo enfocado y hambriento.

Xavi sonrió, lloró, se abrazó con sus compañeros, rivales y árbitros. Pero por encima de todas las cosas, jugó. Dijo adiós, consciente de que volverá, quien sabe cuando, pero lo hará. Hasta el hijo pródigo regresó a casa. Y un buen día, el 6, el de Terrassa, el guardián de la esencia, el dueño de todas las respuestas, retornará para agrandar su leyenda. Es el primer ídolo blaugrana que recuerdo se haya despedido así. Su heredero natural está en Múnich por una muy mala gestión de una junta directiva que se empeña en destruir con las manos lo que construye con los pies. Pero el mapa del tesoro tiene otros templarios dispuestos a cuidarlo. Iniesta, Busquets, Samper, Rafinha y Sergi Roberto deben abrocharse el cinturón y dar un paso hacia adelante. El legado de Xavi obliga a la valentía y al sentido común.

Le quedan dos partidos al equipo catalán. Ganen o pierdan, la noticia es que Xavi se fue, y nada de lo que venga será igual. El fútbol no será el mismo. Mejor o peor, pero será distinto.

Adeu capità, moltes gràcies per tant futbol…

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