Cultura

Las librerías y el vivir libre

Publicidad
FOTOGRAFÍA: FABIOLA FERRERO

Como muchos ya saben, yo soy de Puerto Cabello y fijo residencia desde hace un montón de años en Caracas. Mi padre, que sí era caraqueño, nos traía con frecuencia a la capital. Visitábamos la librería Lectura, en Chacaíto, cuando todavía quedaba en el mismo nivel de El papagayo, fuente de soda que ya tampoco existe. Ésta fue mi primera gran librería. También visitábamos mucho la del Ateneo. Sepan, mis queridos jóvenes lectores, que hace años, en lo que alguna vez fue el Ateneo de Caracas, hubo una gran librería con café, club de video y maravillosas vitrinas del alucinado Jesús Barrios. Recuerdo incluso que en una época compré unos cómics con mi padre, unas mil revistas de la excelente Fierro argentina, y con una buena muestra de ellas fui a probar suerte a esa librería. Allí hablé con el librero Ángel García y él me recibió las revistas en consignación. Imagínense, ¡hasta (dizque) negocios tuve con la librería del Ateneo! Al final no me fue bien con las revistas, pero no importa. Por cierto, años más tarde, me reencontré con aquel librero. Hemos tomado café, me envió algunos libros y alguna vez me invitó a una charla sobre Tesla que estuvo muy sabrosa. Desde aquellos tiempos, ir a una librería había sido para mí un ritual necesario, fundamental para el espíritu, vivificador. Las librerías eran como un templo, el símbolo de una vida deseada, de una vida en la calle, en esa calle que deseábamos muchos, porque en ella —en esa calle— se podía vivir, se podía ser, se podía respirar y sentir que estábamos en el mundo haciendo algo con sentido y en conexión con los libros y con el espacio ciudadano del país. Las librerías, así lo creo, forman parte de ese entramado donde se unen la vida espiritual, intelectual y pública. Si, la vida pública. Estar en la calle, sentirse bien en la calle, viendo libros, tocando libros, leyendo libros, hablando de libros, compartiendo ese espacio con otros es categóricamente deseable en una nación libre en la que los ciudadanos viven y construyen participando en un espacio social que vale la pena, que te hace sentir vivo. Pero, ¿de qué me sirve ese pasado que ahora recuerdo? A mí, por lo menos a mí, me sirve para recordar que alguna vez yo conocí algo distinto, algo mejor, y si no mejor, algo que fue posible para mí y para muchos otros, algo que era además agradable y bueno. Así que lo siento, estimados negadores del pasado: yo viví en otro país distinto a éste, y lo añoro. No era el mejor país del mundo, no era el país que queríamos que fuese y nunca lo llegó a ser; pero era otro país donde usted podía ir a una librería sin sentir una profunda opresión porque el sueldo no te alcanza ni para un libro. Admiro a los libreros y a las librerías de hoy en día, admiro el gran esfuerzo que hacen. Me quito el sombrero, en Caracas, ante la gente de El Buscón, de Kalathos, de Estudios, de Lugar Común, ante las buenas amigas de Sopa de Letras; sé, por supuesto, que en otras ciudades del país también se hacen titánicos esfuerzo. A todos ellos mis respetos. Pero igualmente creo que no ofendo ni agredo a nadie al decir que ya no es igual. Ya no es igual. Antes uno iba a una librería y se paseaba con gusto entre los libros y se volvía loco mirando tanta variedad, tanta maravilla. ¿Pero acaso hoy día no hay variedad? Las librerías que he nombrado hacen el grandísimo esfuerzo por traer buenos libros. Pero cada vez son menos, y cada vez son más costosos. Hace poco estuve en Muchos Libros, una librería sin duda admirable, con una variedad asombrosa para estos tiempos. En la sección de filosofía encontré el Segundo tratado sobre el gobierno civil. No era una edición de lujo, para nada, así que dije, «Hoy me llevo al gran Locke para mi casa». Pero vi el precio y desistí. ¿Cómo ese libro podía tener un precio tan atrozmente escandaloso? En aquel momento, hace ya más de seis meses, costaba doce mil bolívares. ¡Doce mil bolívares! Y no es que Locke no se merezca que paguen por él doce mil bolívares, ¡pero, ¿cuántos compradores potenciales puede tener el Segundo tratado sobre el gobierno civil?! Pocos, muy pocos, y uno de esos pocos soy yo, un pobre profesor universitario. (Y, por favor, no me vayan ahora a acusar con la insólita vehemencia de siempre de ser un elitesco y un clasista que cree que sólo él puede leer a John Locke). Entiendo, por supuesto, que la poca demanda puede hacer que un libro sea más costoso. Eso también lo sé, pero, pero, ¡¿doce mil bolívares?! El hecho es que tuve ganas de llorar, profundas ganas de llorar. Para colmo, me consolaba tristemente diciendo: «No importa, este libro abunda en Internet, gratis y en PDF.» Pero qué triste, amigos, qué triste pensar que un PDF lo resuelve todo. Qué triste constatar, por ejemplo, que a la biblioteca de tu casa hace tiempo no entra un libro nuevo; qué triste estar al tanto que ya no puedes ir a una librería, pasearte entre los libros, seleccionar dos o tres o hasta cuatro e ir hasta la caja y pagarlos sin tener que poner a tope tu tarjeta de crédito, porque además esa tarjeta ya la tienes así, a tope, por causa de las facturas imposibles del mercado. La gente está en retirada del país, y cuando digo que la gente está en retirada del país, digo que lo están haciendo dentro del mismo país. Quienes pretenden ser nuestro gobierno nos han ido quitando todas las sutiles grandezas de la vida, una de ellas: la posibilidad de ir a disfrutar a una librería, de ir a sentir el vivir libre en una librería. Porque en realidad de eso se trata, del vivir libre, y el vivir libre es, precisamente, parte de lo que siempre han anhelado destruir ya ustedes saben quiénes… que ya hasta da miedo nombrarlos. Porque es así, lo contrario al vivir libre es el vivir en la ignorancia, y la ignorancia, fácilmente, lleva al miedo. Agradezco a los amigos libreros y dueños de librerías, se lo agradezco profundamente y sé que nada pueden hacer, que eso es lo que lamentablemente cuesta un libro. El mismo agradecimiento va para las editoriales venezolanas que hoy día siguen haciendo libros. Pero es así: cada día nos alejamos más de las librerías y de los libros. Cada día somos menos gente, menos país.]]>

Publicidad
Publicidad