Pero también es un espacio para escuchar a las personas hablar de libros, como comúnmente no lo hacen, del oficio de hacerlos, generar debates y desencuentros que mueven y definen a la literatura de un país. Hablar de libros siempre es sano; hablar bien o mal, eso es lo de menos.
Pero hablar de uno siempre resulta incómodo, pero necesario. Hablar de uno no como quién debe ser escuchado, sino como quien busca escuchar a los otros. Por eso el día de ayer estuvimos en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín hablando de Libros del Fuego. Quisimos hacerlo abarcando también el trabajo que vienen logrando nuestras editoriales hermanas en Venezuela, contando a una feria que promueve las editoriales independientes, nuestra experiencia como editores en un país cada vez más adverso para serlo.
Y la experiencia dio frutos: todas las personas que estuvieron (nacionales y extranjeros) abrieron el debate para confrontarnos y decirnos lo que pensaban, para recordar editoriales venezolanas maravillosas que alguna vez fueron punta de lanza en Latinoamérica (Ayacucho, Monte Ávila).
Vinimos a hablar de nosotros y terminamos escuchando a la gente hablar de libros. El experimento dio resultados. Eureka.
Pienso que hacer esto es dar un paso adelante para decir aquí estamos, somos un mercado que está creciendo y entendemos que en los libros de las editoriales que hoy están resistiendo, está albergándose este tiempo, al que otros podrán acercarse dentro de unas décadas y descubrir la literatura de ahora, la que aún está por verse, y la que otros olvidarán.
Ahora toca volver y seguir en silencio y hacer el trabajo por el que nos esforzamos día día: hacer libros que soporten el tiempo.