Opinión

Que te llame por tu nombre

Alumno, aprendiz a la distancia del libro, de la lectura. El narrador y poeta Fedosy Santaella recuerda su relación con Armando Rojas Guardia: las formas de establecer un lazo inagotable

Rojas Guardia
Composición gráfica: Yiseld Yemiñany
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Muchos tuvieron la suerte de conocerlo en persona. Yo no, yo sólo lo conocí a través de unos pocos correos, pero, sobre todo, de la lectura. Yo fui su lector, pero también su alumno. Más aún: seguiré siendo su alumno y su lector.

Hace unos días me afanaba de nuevo en mi intento de escribir poesía. Acudí a dos autores: a Mark Strand y a Armando Rojas Guardia. Pero sobre todo, a Rojas Guardia. A sus ensayos. Rojas Guardia era un pensador riguroso del cuidado de sí mismo y de la mística del cuerpo. Un pensador lleno de espiritualidad donde la filosofía, la teología y la poesía se hermanaban.

Era de los que escriben ensayos de verdad, tallados con estilo literario, buscando ideas propias, buscándose en la medida que se va escribiendo. El mismo Armando Rojas Guardia llegó a declarar que era un escritor radicalmente antiacadémico, y le creo, porque lo de él era original, lúcido y orientador, y no glosa académica de otras glosas académicas, o mejor, comentarios (académicos) sobre textos geniales que nunca se escribieron para la academia.

Su obra ensayística es inagotable. Un solo ensayo de él puede ser leído mil veces, en una de sus frases puedes detenerte y quedarte en ella por días y no hay ridiculez sesuda y soberbia que lo supere. Me maravilla su capacidad de darle imágenes a sus ideas (allí estaba en parte, su grandeza como ensayista), que a su vez son las imágenes que yo podría haber estado buscando sin éxito.

En ese mi intento de escribir poesía, fui a Rojas Guardia, como he dicho, de manera natural, instintiva, buscando ideas, imágenes para unos textos que intentaba sobre la carretera y el camino espiritual (perdón por la intensidad), y vengo así a encontrarme en El Dios de la intemperie con estas palabras:

«Podemos concebir el arranque de la experiencia espiritual como una salida, como un éxodo. El que se resiste al viaje, a un cierto nomadismo mental que implica una constante movilización interna y una ruptura con respecto a la fosilización del pensamiento a la que solemos fácilmente acostumbrarnos, no tiene el talante adecuado para emprender lo que, sin duda, es una aventura suprema. Muchos seres humanos carecen de densidad interior por mera carencia de espíritu de aventura».

Esta maravilla dice mucho de su estar en la vida y en el alma, pero también de su modo de escribir prosa ensayística.

Su poesía no ha dejado de ser menos fundamental para mi formación como escritor. Su poesía tiene profundidad de pensamiento y conocimiento, pero al mismo tiempo flota ligera en las palabras y en la belleza de sus analogías. Eso, creo yo, es uno de los grandes logros de los poetas místicos o de los que se acercan a la mística: convierten la densidad (para usar la misma palabra de Rojas Guardia) de lo espiritual en una estética, en una plástica de lo leve. La poesía que nace de lo místico pareciera así como la luz suave que se vislumbra luego de haber sido golpeado por el rayo de Dios.

Su poesía (y en sus ensayos lo deja patente) lleva además el temple de una ética del cuerpo. Nunca se separa Rojas Guardia de la carnalidad, del placer, del deseo, nunca deja de asentarse en el mundo y de insistir sobre una mirada distinta —o reorientada— sobre la realidad. Para Rojas Guardia los sentidos debían ser, de algún modo, reeducados con el fin de disfrutar, de gozar del universo de las cosas y del cuerpo. El éxtasis para Rojas Guardia era un asunto de todos los días, una búsqueda de la paz y la calma y del placer en los sentidos, donde incluso el yo podía diluirse en un suave y deseable vacío.

Siempre me ha traído un poema suyo que creo ejemplifica con claridad esa idea ética de lo estético. “Todo está soportado por la risa” es un poema místico que expresa, tal como dice el epígrafe de San Francisco de Asís, el “buen humor del Espíritu”, pero que también nos habla de cómo deriva ese humor, esa risa en nosotros, tan humanamente, tan del cuerpo, tan del placer, de las sensaciones y los sentidos contra esa “masa selvática de cosas” que acecha en el poema. La risa, como ingravidez, la risa que en lo humano, desde el cuerpo, vuelve al espíritu.

La obra de Armando Rojas Guardia es excepcional, está a la altura de Rafael Cadenas, de Eugenio Montejo, de Elizabeth Schön o de Yolanda Pantin, tan sólo para hablar de otros grandes poetas de Venezuela. Rojas Guardia, permítanme que lo diga, merecía honores tan grandes como los que se han brindado a Cadenas o publicaciones tan magníficas como las que han merecido Eugenio Montejo o Igor Barreto en editoriales como Pre-Textos o Visor.

Hay que reconocer que sí fue admirado más allá de las fronteras del país. Sin embargo, siempre pudo ser más, porque más, sin duda, merecía. Queda de parte de nuestros gestores culturales y de todos nosotros los venezolanos darlo a conocer aún más, publicarlo en el extranjero, hablar de él, escribir sobre él. Y cuando digo gestores culturales, hablo de los que están por fuera del círculo del poder tirano que, ya sabemos, no se ocupa ni se ocupará de ninguno de nuestros magníficos artistas.

Lo cierto es que nunca conocí a Rojas Guardia. A Armando, como con justicia lo llaman quienes lo conocieron. Recuerdo que una vez estuve cerca.

En cierta ocasión me tocó presentar en una feria del libro de Altamira una recopilación de poemas de Charles Wright de Bid & Co. realizada por Adalber Salas. Se me dijo en la editorial que me acompañaría en la presentación Armando Rojas Guardia. Enterado, preparé una lectura para el libro que pocas veces me ha quedado tan inspirada. Todo porque estaría Rojas Guardia. Qué vergüenza con ese señor, me decía, debo hacer algo medianamente decente.

Con Cadenas también me pasaría: tendría que presentar un libro de un amigo escritor con Rafael Cadenas allí en el público, y luego, en otra ocasión, leer mis versos junto al gran poeta. Y pues, con Rojas Guardia la vergüenza era la misma. Nadie puede ser tan caradura para venir a hablar de literatura —y peor, de poesía— frente a monstruos como estos. No obstante, aquella tarde Rojas Guardia tuvo un inconveniente y no apareció. Me sentí aliviado, debo confesar.

Unos años más tarde publiqué Tatuajes criminales rusos con Oscar Todtmann editores. El libro llegó a manos de Rojas Guardia. Por fortuna lo leyó e intercambiamos algunos correos donde hablamos de mis poemas. Aunque no es la idea alabarme a mí mismo, me asombró que me dijese que el libro era una “lección magistral de altísima poesía”. Al tiempo, le encargó a Marlo Ovalles, quien pasaría por México, buscarme para hacer la entrega de su último libro, el diario El deseo y el infinito, publicado por Planeta. Agradezco a Ovalles el gesto de cumplir el mandado y de tomarse un grato café conmigo.

Aunque no lo conocí en persona, no puedo estar más agradecido de estos dos gestos que tuvo Rojas Guardia: el haber leído mis Tatuajes y luego encargarme su libro hasta México. Si hablamos de lecciones, aquí Rojas Guardia dictó cátedra de humildad, aprecio y generosidad.

Yo fui su alumno, yo soy su alumno.
Lo seguiré leyendo, seguiré aprendiendo de él.
Un gran abrazo, Armando, si me permites que te llame así, por tu nombre.

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