Opinión

Los 85 años de la muerte de Gómez y el nuevo cesarismo democrático

El próximo 17 de diciembre se cumplen 85 años del fallecimiento del general Juan Vicente Gómez, quien impuso el régimen personalista más prolongado de la historia venezolana (1908-1935). Tuvo un poder total sobre el Estado: Congreso Nacional eunuco, fuerzas armadas personalistas, burocracia servil e intelectualidad apologista, que justificaban el autoritarismo como necesidad democrática. El abogado e internacionalista Luis Fidhel afirma que varios de esos aspectos persisten en la Venezuela actual

Oposición venezolana desde Gómez hasta Guaidó
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Se inaugura con los gobiernos de Cipriano Castro (1899-1908) y Juan Vicente Gómez (1909-1935) la denominada “hegemonía andina”, o predominancia de la región de Los Andes venezolanos –particularmente del estado Táchira– en la política nacional. Subsistirá hasta 1945, con los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita.

Encabezan los dos caudillos la denominada Revolución Liberal Restauradora de mayo de 1899, iniciada desde la ciudad de Capacho –en Táchira– y que finalizaría con la toma de Caracas en octubre y el subsecuente derrocamiento del gobierno de Ignacio Andrade, que en la práctica no ofreció resistencia. La consigna del movimiento: “Nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos”.

El alzamiento se justificaría por la agresión a las autonomías regionales promovida por el presidente Andrade. La guerra se hizo en defensa de los principios federales y su propósito fue “restaurar” los ideales genuinos del liberalismo establecido por el orden Constitucional Federal de 1893, promulgado por el presidente Joaquín Crespo.

Con la amnistía del 19 de noviembre de 1903, Andrade regresaría a Venezuela, colaborando con el gobierno de Cipriano Castro en calidad de embajador en Cuba y superintendente de Renta de Licores en el Distrito Federal. Posteriormente, fue funcionario del gobierno de Juan Vicente Gómez, ejerciendo como ministro de Relaciones Exteriores entre 1916 y 1917 y ministro de Relaciones Interiores entre 1917 y 1922.

Gobierno de Castro: 1899-1907

El bloqueo a las costas y puertos venezolanos a finales del año 1902 y principios de 1903, ejecutado por las armadas de guerra del imperio británico, el imperio alemán y el reino de Italia, consistió en un medio de presión para el pago inmediato o cobro compulsivo de las deudas contraídas por los distintos gobiernos venezolanos con las compañías connacionales de esos países.

La crisis se solventó con la suscripción del Protocolo de Washington, el 13 de febrero de 1903. El gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica actuó como mediador, acordándose que Venezuela pagaría a plazos sus deudas con 30 % de sus ingresos de aduana. El nacionalismo de Castro se puso de manifiesto con la proclama de diciembre de 1902: “Venezolanos, venezolanas, la planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria”.

Revolución libertadora

Gómez había sido designado por la Asamblea Constituyente de 1901, como segundo vicepresidente de Venezuela –el primero era Ramón Ayala–, además de reconocérsele sus habilidades militares y de “Gran Pacificador de Venezuela”.

Entre 1901-1903, se produce la denominada Revolución Libertadora. Se trató de una coalición de caudillos regionales encabezada por el banquero Manuel Antonio Matos. Estos se aliaron con empresas trasnacionales (New York & Bermúdez Company, Orinoco Steamship Company, y la Compañía Francesa de Cables Telegráficos, entre otras), que intentaron derrocar al gobierno de Cipriano Castro. Termina en marzo de 1903. Castro envía un fuerte contingente naval y terrestre al mando del general Juan Vicente Gómez, para someter a las fuerzas del caudillo de la región oriental, Nicolás Rolando Monteverde, atrincheradas en Ciudad Bolívar. Rolando Monteverde fue el primer gobernador militar de la Región de Guayana en el gobierno de Castro (1899-1900).

Tras un largo asedio naval, se escenifica la batalla de Ciudad Bolívar. El general Rolando se rinde junto a su Estado Mayor el 21 de julio de 1903, con lo cul se produce el fin oficial de la guerra civil. Rolando Monteverde es hecho preso. Fue liberado en 1906 y desterrado a Nueva York. Irónicamente, sería designado por Juan Vicente Gómez como integrante del Consejo de Gobierno entre 1909 y 1913.

“El hombre bueno y fuerte”

Gómez fue designado primer vicepresidente de la República para el período 1905-1911. Quedó en ejercicio de la Presidencia en noviembre de 1908, cuando Castro debió abandonar el país por razones de salud. En diciembre de ese año, lideró un golpe de Estado desconociendo la presidencia de Castro. Conformaría un Consejo de Gobierno, integrando exiliados de la Revolución Libertadora y oposición pro-Castro. El 27 de abril de 1910, el Congreso Nacional lo designó presidente constitucional para el período 1910-1914.

La explotación petrolera, iniciada en Venezuela en la segunda década del siglo XX, implicó la incorporación a la división internacional del trabajo, trasmutó la vida rural a las primeras manifestaciones urbanas, sin incluir una transformación radical del inconsciente rural. Asimismo, originó un cambio socioeconómico, no político, que mantuvo la formalidad de una república sin separación de poderes ni orden democrático. Fue Juan Vicente Gómez el único y gran caudillo, calificado por José Gil Fortoul como “el hombre bueno y fuerte”.

Los positivistas

Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz, César Zumeta y Pedro Manuel Arcaya son las principales figuras del grupo rotulado como “Los Positivistas”. Postulan la infecundidad de la historia patria para la consecución de la “civilización y libertad”. De allí surge la tesis sobre “autocracias civilizadoras” o el “cesarismo democrático”, necesidad para la superación de la “entropía” o “desorden” a través de un “hombre fuerte” o “gendarme necesario”. Esta idea es promovida por encima de cualquier rasgo de institucionalidad opuesto a los ímpetus e instintos de las masas o el pueblo.

Interpretan por “despotismo”, en oposición a “tiranía”, una “relación política” similar a la filial. En esta, el gobierno se legitima como pater familiae frente al pueblo, haciéndose necesaria su orientación e incluso imponiéndose a través de rasgos autocráticos o absolutorios. El objetivo: lograr la mayoridad política y civilizatoria, lo que implica una transformación espiritual y material de la sociedad, reflejada en una promesa democrática. Destaca la tendencia del pueblo a aceptar y legitimar esta tutoría o dirección.

Cesarismo democrático

En la obra sociopolítica de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) destaca su libro Cesarismo democrático. En él, su autor asevera que “el sistema de Gobierno” se produce de acuerdo con la idiosincrasia y el grado de cultura del pueblo. La sociedad, como la naturaleza, no marcha a saltos. Es un organismo o un “superorganismo” regido por leyes semejantes a las leyes biológicas. Sigue una evolución análoga a la de todos los seres animados.

La mezcla de razas había originado el estado anárquico vivido por los hispanoamericanos. El caudillo se había constituido en “la única fuerza de conservación social”, cumpliéndose aún, en sus primeras etapas, el fenómeno de integración de las sociedades. Los jefes no se eligen: se imponen. La elección y la herencia constituirían un proceso posterior. El carácter típico del “Estado guerrero”, como concebían a Venezuela, la preservación de la vida social contra las agresiones incesantes, exigen la subordinación obligatoria a un “jefe”.

Del caos se debe llegar al “orden”, para lograr el progreso llevando a un “gendarme electivo o hereditario” al poder. Se habría comprobado que ello responde a una “necesidad fatal”, que está por encima de cuantos mecanismos institucionales se hayan establecido. Por vías de hecho, inspira temor; y por el temor, se mantiene la paz.

Vallenilla: el realista liberal

Vallenilla Lanz aseveraba que su obra no respondía a una inescrupulosa apología y filosofía de la dictadura, saliendo al paso a las calificaciones que sobre su tesis emitieran, entre otros, el político colombiano Laureano Gómez. Algunos estudiosos posteriores del tema califican a Vallenilla como un “realista liberal”.

En Venezuela, la preservación social no podía, de ninguna manera, encomendarse a las leyes, sino a caudillos “prestigiosos y más temibles”. En el “hombre o gendarme” está la superación de la sociedad venezolana y es “digno de tomarse en cuenta”. El hecho es que jamás los principios, ni las teorías, ni las formas de gobierno han determinado ninguna renovación.

En ciertos momentos de la evolución de los pueblos, se preconizó valientemente la necesidad de los “gobiernos fuertes”, para proteger la sociedad. Ello exige restablecer el orden, amparar el hogar y la patria contra los demagogos, los jacobinos –entiéndase liberales a ultranza o radicales-, los bolcheviques –comunistas-, o los anarquistas, que se “encumbran, medran, tiranizan, roban y asesinan” en nombre de la libertad de la humanidad.

Las corrientes de inmigración serían el único medio eficaz de mejorar la raza, los hábitos y la condición moral y política del pueblo, convirtiendo en “verdadera nación” el repartimiento indio-afro-hispánico, en referencia específica a Venezuela.

El Estado guerrero

En un Estado guerrero, como lo era Venezuela, el ejército es la sociedad movilizada. Y la sociedad es el ejército en reposo. La igualdad se lograría bajo el mandato de un jefe. El poder individual surgirá del pueblo, y será puesto al servicio de esa gran igualdad colectiva, para lograr el tan anhelado progreso de las naciones latinoamericanas. El progreso político, surgido del orden establecido por el “gendarme necesario”, dará origen a un progreso global, que regirá todos los órdenes de la vida social.

Lo democrático

El mote de “democrático” se fundamenta en la defensa del caudillismo, que permitiría llevar al poder a “los hombres representativos, los exponentes genuinos de las masas populares sublevadas”. Su noción de democracia se basa en la posibilidad de que cualquier hombre, por humilde que sea, puede convertirse en caudillo.

La justificación del caudillismo como expresión genuina de la historia venezolana que existiría hasta que el medio social y económico, no se modifica. Resalta su matiz antioligárquico, junto con la consolidación de la “unidad nacional”. Concluiría en que el César democrático es siempre el representante y regulador de la soberanía popular. Es la democracia personificada, la nación hecha hombre. En él se sintetizan esos dos conceptos, al parecer antagónicos: democracia y autocracia.

Páez y Bolívar

Vallenilla considera a José Antonio Páez, engrandecido por sus legendarias proexas en el campo de batalla, como el “jefe nato de los venezolanos, el hijo legítimo de nuestra democracia igualitaria”. Llegó a ser un verdadero “hombre de Estado”, pues esta resulta ser una cualidad innata. El Libertador Simón Bolívar continuaba siendo, para el pueblo tanto como para la mesocracia realista o goda, el aristócrata, el mantuano, el gran señor. El superviviente de la “alta clase social” que, por siglos, había ejercido “la tiranía doméstica, activa y dominante”.

Godos y liberales, imbuidos de un radicalismo tan exótico como intransigente, solicitaban el remedio de “nuestros males profundos” en la libertad del sufragio y la libertad de prensa. Sin pensar que el poder ejercido entonces por José Antonio Páez en la república, lo mismo que el de los caudillos regionales, era intransferible, porque era “personalísimo”. No emanaba de ninguna doctrina política, ni de precepto constitucional alguno. Sus raíces “se hundían” en los “más profundos instintos políticos de nuestras mayorías populares”, y sobre todo en las masas llaneras, cuya preponderancia se forjó “en el candente crisol de la revolución”.

La democracia igualitaria

La democracia americana tiene un sentido completamente distinto al de la democracia europea. En América, democracia es igualdad, es nivelación, “es ascensión social y política sin selección ni esfuerzo depurador”. La democracia igualitaria y niveladora impone la necesidad de gobiernos fuertes. Que sean capaces de establecer la disciplina y el respeto a la autoridad emanada del pueblo mismo. Graduar la libertad que es patrimonio de todos. Requiere mantener el orden y sofrenar las ambiciones caudillescas.

Los europeos no conciben que dentro del sistema democrático se ejerza poderes superiores al de un monarca en el antiguo régimen. La democracia implica la debilidad, la nulidad del Poder Ejecutivo. La democracia en los Estados Unidos, como en muchas naciones iberoamericanas, es de un tipo distinto al de las democracias europeas,  calificadas como “autodemocracias o demo-autocracia”. En ellas,  el jefe posee, aun en tiempos de paz, poderes mucho más extensos que los de la mayor parte de los más “potentes soberanos”.

La razón de ese poder autocrático se halla, precisamente, en el imperio del igualitarismo. Impone reglamentaciones numerosas, que el liberalismo rechaza. Siendo la igualdad el principio fundamental de la “democracia”, afirma que la democracia favorable a la igualdad es enemiga de la libertad. “La victoria de la democracia igualitaria es la derrota de la libertad”.

Finalidad de la política

Cipriano Castro y Gómez basaron su proyecto político en el “ideal nacional” como “único partido”. Lo oponían a las facciones o partidos que disgregaron el concepto de “nación”. Consecuente, bajo este dogma desarrollado por el positivismo venezolano desaparecen los partidos políticos como asociaciones u organizaciones con aspiraciones de poder.

Incluso en el gomecismo, no se fundó ni constituyó un partido oficialista que le sirviera de reclutamiento y apoyo. La accuión se centró en los mecanismos represivos del Estado, particularmente la policía política –La Sagrada– y el Ejército, administrados de manera nepótica. Eran instituciones altamente burocratizadas y privilegiadas, cuyas cabezas o mandos eran casi exclusivamente de origen andino.

Los partidos históricos, surgidos de la guerra de independencia, considerados de carácter “civil” por el positivismo, no profesaron “doctrinas políticas definidas”. Se negaba la existencia de “partidos políticos doctrinales”, con tendencias opuestas, algo imposible en una sociedad signada por la barbarie. Las luchas internas no se ocasionaron por “cuestiones constitucionales”. Por el contrario, respondían a ambiciones personales, contrarias al “ideal de nación”. Eran tildados de antipatrióticos, lo que justificaba la necesaria gendarmería del gomecismo.

La democracia social

Con ocasión de la reforma de la Ley de Tierras Baldías, en 1924 –promovida por el gomecismo como afianzamiento de la era de “paz y el trabajo”– se encausaba a la Nación por la amplia vía del “progreso”. Dicha reforma se justifica por favorecer a los compatriotas pobres, honrados y laboriosos, para asegurarles su independencia económica.

En esa ocasión, Vallenilla Lanz comenta que la democracia impone cierto grado de independencia económica. Aunque sea aquel en que el hombre posea lo suficiente para subvertir las necesidades de la familia que ha creado. Predicarle derechos políticos a quien ni siquiera tiene asegurados los medios de alimentarse, de abrigarse, de llenar necesidades más rudimentarias, no es más que una irrisión o una locura.

Mientras exista una sociedad de clases privilegiadas y en la cual las altas posiciones sean inaccesibles para “los hijos del pueblo”, la verdadera “democracia social” será completamente utópica. En ciertos momentos críticos, en la subversión del orden social surgen de las más bajas capas de la sociedad “los hombres necesarios”. De otra manera, el sovietismo de Moscú no habría encontrado prosélitos.

El antagonismo por las diferencias trajo como consecuencia que el principio fundamental de la democracia, que todas las “carreras” o “saberes” como forma de ascenso social deben hallarse abiertas a todos los ciudadanos, fuera letra muerta. El “Estado social” más deseable sería aquel en el que todo individuo que posea aptitudes para ejercer una función cualquiera no encuentre ningún obstáculo que le impida ejercerla.

Apología del gomecismo

Describe Vallenilla Lanz una Venezuela en donde no existen clases sociales, ni perjuicios de razas; donde todos los caminos se hallan abiertos para todos los hombres actos; donde todas las posiciones han sido, son y serán siempre accesibles para todo el que se sienta capaz de ejercerlas; donde el régimen de propiedad permite que el pobre de hoy sea el capitalista de mañana, que el peón se convierta en propietario.

De allí que lo que necesitaba el país era lo que se le estaba dando: paz, orden, disciplina, garantías de trabajo, vías de comunicación, repartición legal de la tierra, exención de todo impuesto oneroso, higiene, protección y asistencia social, instrucción y educación. Concluía: “Y es fácil comprobar que, aun dentro de las democracias latinoamericanas, Venezuela ocupa una situación excepcional”.

Una crítica actual

De acuerdo con Juan Carlos Rey, abogado, profesor universitario y politólogo, los intentos de justificar las distintas expresiones dictatoriales latinoamericanas, entre ellas el “Cesarismo democrático”, ponen de manifiesto sus debilidades teóricas. En su defensa se ha utilizado materiales ideológicos de procedencia muy diversa, por lo que difícilmente podría resumirse en una teoría única.

Existe un conjunto de ideas que constituyen su núcleo racional. Con él se trata de dar una respuesta simple y contundente –y por ello atractiva para muchos- a un complejo asunto real, teórico y práctico no resuelto de manera satisfactoria hasta nuestros días: el problema de la construcción de un orden político democrático.

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