Opinión

Nogales Bey: cuatro años bajo la media luna

En Armenia, uno de los oficiales genocidas fue el venezolano Rafael Nogales Méndez. Sus compañeros de armas turcos lo apodaron “el perro cristiano” para exaltar su innegable  lealtad a la bandera otomana durante la guerra que libró con feroz eficiencia en teatros tan dispares como la meseta anatolia, el Cáucaso y la península del Sinaí

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Nogales

Una de las muchas fuentes documentales del genocidio del que fueron víctimas millones de armenios hace poco más de un siglo, en abril de 1915, es el testimonio del militar venezolano Rafael Nogales Méndez.

Su testimonio ocupa un lugar preeminente en la historia de los genocidios del siglo XX porque Nogales Méndez fue oficial de alta graduación al mando de contingentes del ejército imperial otomano durante la Primera Guerra Mundial.

Las masacres de que el Imperio Otomano hizo víctima a todo un pueblo en un tiempo en que muchísimos armenios eran también nacionales turcos, prefiguran la deshumanización organizada que se haría presente menos de veinte años más tarde con el Holocausto.

Tanto más elocuentes son las denuncias del genocidio armenio recogidas en los escritos autobiográficos del coronel Nogales cuanto que no se advierte en ellos especial simpatía por el pueblo armenio. Se calcula que entre un millón y medio y dos millones de civiles armenios, por entonces súbditos turcos, fueron perseguidos, deportados y asesinados en masa por el gobierno de los militares llamados “Jóvenes Turcos” en el Imperio otomano, entre 1915 y 1923.

Sus compañeros de armas turcos lo apodaron “el perro cristiano” para exaltar su innegable lealtad a la bandera otomana durante la guerra que Nogales libró con feroz eficiencia en teatros tan dispares como la meseta anatolia, el Cáucaso y la península del Sinaí.

En abril del año que termina, en la ocasión que los armenios de todo el mundo consagran a la memoria de aquellas matanzas, Washington, por voz de Joe Biden, reconoció oficialmente el genocidio armenio dejando atrás para siempre los vergonzosos melindres estadounidenses ante la cuestión.

Esos melindres se fundaron, originalmente, en el hecho de haber sido Turquía un factor importante de la OTAN en la contención de la Rusia soviética durante la Guerra Fría.

La llamada “moderna Turquía” ha hecho siempre sonoras patalatelas diplomáticas cada vez que el tenebroso asunto recobra actualidad al reflotarlo la gran prensa cada cruel mes de abril desde hace décadas. Proactivamente, la comunidad armenia, regada por Estados Unidos y toda nuestra América, así como sus organizaciones en todo el mundo, tampoco han permitido que aquellas atrocidades se olviden.

En esta ocasión, la Angora de Recep Erdogan vociferó de nuevo: que las matanzas registradas en 1915 no fueron un plan ideológico, que en modo alguno se trató de una “guerra santa” clara y fríamente dirigida al exterminio de un vasto grupo humano no islámico, sino el fruto de excesos u omisiones de muy contados militares y funcionarios civiles locales, arrastrados por un conflicto bélico mundial.

Uno de esos oficiales genocidas era nuestro compatriota, Rafael Nogales Méndez, católico ferviente, gobernador de territorios provinciales del imperio otomano tan despiadamente sojuzgados por él que llegó a ganarse el título de Nogales Bey.

“Bey” es un cognomento de difícil traducción: entraña a la vez respeto y temor, es atributo protocolar de los grandes señores y supone, además de rango militar, señorío feudal sobre vidas y haciendas. El ejercicio de la crueldad no le es ajeno.

Nogales

Hombre de mediocres pero tenaces dones literarios, Nogales Méndez legó varios libros, y uno de ellos, titulado Cuatro años bajo la media luna, ha fascinado a generaciones de militaristas venezolanos, en especial a los civiles, y últimamente, a los historiadores afectos al chavismo.

En él, Nogales Bey narra con autocomplacencia moral su desempeño en el Ejército del Imperio otomano durante la Primera Guerra Mundial.

Sospecho que los viajes y aventuras que, mentidos o verídicos, figuran en esas memorias, y el desenvuelto y latinoamericano cosmopolitismo d’annunziano que las animan, mitigan ante los adeptos al mostrenco militarismo criollo, hecho de montoneras y robo de ganado, la noción de ser Venezuela en aquel tiempo la atrasada comarca donde un bey andino, el bárbaro Juan Vicente Gómez, sojuzgó por más de un cuarto de siglo a sus paisanos.

Imparto ahora una breve noticia de aquel gallo canagüey criollo que, como nadie hasta hoy, logró encarnar los ideales de nuestro infausto militarismo.

Para empezar, Nogales Bey, nacido en el último cuarto del siglo XIX, nunca fue, sin embargo, hombre de montoneras. Vástago de una acaudalada familia tachirense, vinculada con grupos alemanes comercializadores del café, desde muy joven se formó en renombradas academias militares de Europa.

A los veinte años fue aceptado como alférez de infantería en el ejército español y en 1898 vio acción como fusilero en Cuba, durante la Guerra Hispanoamericana. Comandó con arrojo y fue condecorado.

Odió a muerte –por rastacouere, según decía—la dictadura de Cipriano Castro y llegó a ensayar una guerra de guerrillas llanera contra Juan Vicente Gómez, pero lo suyo eran las guerras “ de verdad”, guerras de movimientos, de grandes decisiones estratégicas, y por eso, al estallar la Primera Guerra Mundial, ofreció su experiencia a la Francia cuya gloria militar idolatraba y donde se había formado como oficial.

Quiso ser oficial en activo en la batalla del Somme, pero los franceses le dijeron, cortésmente, que para los suramericanos tenían ya la Legión Extranjera.

Con igual prescindencia lo trató Alemania, pero Nogales Méndez no aceptó jamás renunciar a su nacionalidad. Al cabo de muchas infructuosas diligencias para alistarse que lo llevaron por media Europa, una noche en Sofía, en la actual Bulgaria, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, un oficial de enlace local lo puso en tratos con el general alemán Otto von Sanders, legendario asesor militar del Imperio Otomano.

Turquía combatía en alianza con Alemania, Nogales tenía don de lenguas y era catire, así que von Sanders juzgó, muy racistamente, que Nogales brillaría entre la oficialidad turca.

Lo dejaron conservar su nacionalidad venezolana y lo enviaron a Anatolia, remota península en la que se funden Asia y Europa y es parte de la actual Turquía.

Nogales participó activamente en el tristemente célebre asedio a la ciudadela de Van, el enclave armenio de minoría cristiana, en el Cáucaso, que se defendió hasta morir de los designios exterminadores otomanos. Las matanzas de civiles inermes que siguieron figuran desde entonces en los anales de los peores genocidios del siglo XX.

Nogales

En sus memorias, Nogales Bey afirma lo que afirman todos los criminales de guerra: que hasta donde supo, sus hombres nunca se rebajaron a cometer atrocidades, que sus reclamos a la superioridad por los abusos contra los armenios nunca fueron atendidos y desencadenaron su relevo y envío a la Península del Sinaí.

Nogales se convirtió allí en el competente y denodado oficial de suministros bélicos a cargo del legendario ferrocarril del Hiyaz que Lawrence de Arabia y los beduinos de Faisal I dinamitaban quincenalmente.

Lawrence y Nogales se respetaban a distancia y dejaron constancia escrita de ello en sus libros. Al terminar la Primera Guerra Mundial, Nogales Bey había cosechado muchas medallas al valor, alemanas y turcas por igual.

En el ocaso de su vida, regresó a nuestra América y, soldado de fortuna en Centroamérica, combatió, con éxito y por poco tiempo, a los marines, por cuenta de Augusto César Sandino, en Nicaragua.

De joven, ya había sido vaquero en Arizona, contrabandista de armas en México y cateador de oro en Alaska. Pero se indignaba ante la palabra “aventurero” y mucho más ante la idea del soldado de fortuna. No se creía mercenario.

Prefería pensarse un idealista libertario, un seguidor, en cosmopolitismo y prestancia para la guerra, de don Francisco de Miranda.

Nogales Bey murió en Panamá, olvidado de todos, en 1936.

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