Opinión

Los arquitectos de la personalidad

La personalidad se compone de temperamento y carácter. Este último sí se puede modificar, y en ello los padres tienen una gran responsabilidad. El coach Ricardo Adrianza comparte tres claves para ayudarlos en el desarrollo de su forma de ser

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En días recientes tuve una conversación con una de mis hijas, en la que me mostraba el resultado de una prueba de personalidad que detallaba en forma minuciosa ciertas características que, en general, definían el conjunto de rasgos que componen su personalidad.

Este tipo de pruebas son muy útiles, pues permite a los líderes tener una referencia más cercana de sus empleados y planificar estrategias más acordes con ello. Además, permite cohesionar a los diferentes equipos bajo un esquema que, de alguna manera, los incluya a todos en proyectos específicos.

No es fácil pues cada personalidad es única, aunque exista una tendencia de los rasgos generales que se ofertan para una determinada compañía o empresa de servicios.

En este debate y análisis de los resultados de su prueba, surgió la inquietud de que los rasgos de personalidad de cada persona son inalterables. A lo que repliqué que esa aseveración no era completamente cierta.

Es verdad que el desarrollo de la personalidad finaliza en torno a los 21 años. Habitualmente, cuando hemos alcanzado esa edad, hemos llegado a nuestra inteligencia familiar, social y cultural. Conocemos nuestros gustos y tenemos más claro cuáles pueden ser las siguientes fases de nuestro desarrollo personal.

Foto de Карина Каржавина en Pexels

Sin embargo, soy fiel defensor de que, aun con los rasgos de personalidad bien definidos, siempre existe un margen que podemos maniatar a nuestro favor y ajustarnos a los diferentes entornos que nos propone la vida, principalmente, el profesional.

Recordemos lo que en varias oportunidades he escrito. En la construcción del bienestar personal, la influencia de la voluntad para imponernos a la genética y a las condiciones de vida representa un estimado del 40%. Por lo tanto, amoldar la personalidad después de los 21, en mi opinión – que me disculpen los psicólogos – es posible.

Temperamento y carácter

Por supuesto que puede resultar una cruzada cuesta arriba, es lógico, pues siempre habrá normas que contrasten con tu personalidad. De allí la importancia de incluir, para el mejor aprovechamiento del 40% referido, a la disciplina y seleccionar grupos y trabajos que coincidan con tus valores. De esa manera, el porcentaje planteado se potenciará de tal forma que te sorprenderás del predominio de aspectos positivos que tendrás en los factores que moldean tu personalidad.

Por otro lado –le explicaba a mi hija– que la personalidad, entendida como el conjunto de rasgos psicológicos individuales que definen nuestros comportamientos, sentimientos, emociones y acciones, se compone de dos elementos: el temperamento y el carácter.

Foto de Caleb Oquendo en Pexels

El primer elemento, el temperamento, es de origen innato. Nacemos con él y no puede ser modificable.

En cambio, el carácter, ese que vamos adquiriendo en función a nuestras experiencias, educación y hábitos, es modificable y se puede controlar. Y esto último me lleva a desarrollar la génesis de este artículo y el aporte que quiero plasmar en él.

Comúnmente, oímos expresar a los padres, con orgullo o resignación, los rasgos de personalidad de sus pequeños hijos, ignorando la vital influencia de sus aportes en su desarrollo como personas. Cierto que el temperamento no podemos modificarlo, pero el carácter es absoluta responsabilidad de los padres. Y por ello se impone la exigencia de convertirse en los arquitectos de la personalidad de sus hijos.

Entonces, ¿qué podemos hacer para contribuir a moldear los rasgos de personalidad de nuestros pequeños?

Diría que, primeramente, ejercer el protagonismo de la educación de nuestros hijos, enmarcados, en lo posible, en el desarrollo de las competencias emocionales de estos.

Foto Dimitri Dim / Pexels

Adicionalmente, incluyamos las siguientes acciones que, seguramente, les reforzará la confianza y garantizará relaciones más cercanas:

Da el ejemplo

No pretendas que tu hijo se comporte distinto a ti, si lo que oye y ve, le indica la vía contraria.

Si gritas ante una frustración, él gritará. Tu eres su mejor maestro, recuerda esto siempre.

Enséñale a expresar lo que siente

No hay mejor manera de contribuir con el desarrollo de su inteligencia emocional que enseñarles a expresar sus emociones y sus miedos.

Al igual que los adultos, los niños se debaten entre múltiples emociones que claramente son desconocidas. Acércate, conversa con ellos, explora lo que están sintiendo y explica con ejemplos lo que puede estar ocurriendo.

Ojo, no le asomes la solución, más bien acompáñalos a que ellos mismos la encuentren.

Refuerza las normas y actitudes positivas

Con esto me refiero, en general, a establecer normas y límites. Debes hacerles ver que sobrepasarlos tiene sus consecuencias.

Sé firme en esto último, aunque más importante es que una vez haya sucedido lo sucedido, le expliques con detenimiento lo ocurrido, lo acompañes en el análisis y admita su propio error.

Esto, te aseguro, lo mirará como un aprendizaje más que una reprimenda. Eso sí, no te olvides de premiarlo –con la palabra– cuando su comportamiento esté en línea con las normas y posturas positivas.

Foto Albert Rafael / Pexels

En resumen, si quieres influir en el éxito futuro de tus hijos, ubicarse en la tarima de no resolverles los problemas es tarea obligada. Obviar esta acción, o pasar por alto este consejo, puede traer consecuencias más tarde.

Por el contrario, enseñarles las herramientas de análisis que les permita resolverlos, es una dinámica que potencia la racionalidad y la autoconciencia. A esta fórmula, añádanle una dosis de disciplina pues no todo es color de rosa, ya que, generalmente, las cosas se consiguen invirtiendo tiempo y empeño.

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