Opinión

MLB ASG: ¡Paren el juego porque me quiero bajar!

El Juego de Estrellas de la MLB no es lo que era. Pero, ¿por qué ya no despierta tanto interés entre los competidores? Hay mucho para analizar y lo hacemos en estas líneas

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MLB
EFE

Nos referimos, por si cabía alguna duda, al Juego de las Estrellas del beisbol de Grandes Ligas.

Ese espectáculo que, desde épocas inmemoriales, generaba en nuestro fanatismo por la disciplina, la percepción de estar ante una especie de “evento sagrado”.

No existía la tecnología que hoy involucra al fanático. No se mostraba la sensación de que, finalmente, algo relacionado con el pasatiempo deportivo favorito de una gran cantidad de seguidores mostraba una rendija por la cual colarse para ofrecer una pizca de control a las graderías. Pequeña muestra, pero refrescante, al darle opción a los habituales seguidores de “quitar y poner” a su antojo a los abridores del evento de media temporada (aunque ya sabemos que no es la mitad matemática exacta, pero si una suerte de pausa psicológica que divide la temporada en dos).

Otra vez emerge el pasado

Desde hace muchos años, hemos sostenido muchas conversaciones con jugadores venezolanos y de otras nacionalidades que lograron experimentar la “gloria” de estar en uno o más eventos de esta índole.

Refieren su paso entre la crema y nata de cada edición, como un logro personal y el premio a un esfuerzo significativo que los diferenció de la mayoría, en las temporadas en las cuales fueron actores de alto nivel.

El “Rey”, David Concepción, muestra con particular orgullo su trofeo como Jugador Más Valioso del Juego de las Estrellas en 1982. Ese que se llevó a cabo en tierras canadienses y que le brindó el máximo honor al ligarle un vuelacercas al estelar Dennis Eckersley.

No es fácil llegar a esas instancias, sobre todo si tomamos en cuenta la cantidad de talento que año tras año impregna el escenario del Big Show. Mención aparte tendría, por tanto, el poder alzarse con la designación de ser el mejor entre los mejores. Simple.

Si vamos un poco más atrás, y nos ubicamos en el año 1970. Nos topamos con el momento cumbre de un juego, que, aun siendo de exhibición, todavía se comenta y se guarda como fiel reflejo de la intensidad con la que, en otros tiempos, trataban la responsabilidad de corresponder al fanático con entrega y buenas actuaciones en el terreno.

Ese año, por primera vez desde 1957, los fanáticos tuvieron el honor de escoger los ocho jugadores de posición de ambas ligas.

Era la parte final del encuentro (cierre del inning 12) y el legendario Pete Rose, estaba en circulación. Apareció un imparable al centro que desencadenó una de las más vehementes carreras hacia el home plate, custodiado en esa entrada por el joven receptor de los Indios de Cleveland, Ray Fosse.

Rose tenía en mente solo llegar a la tierra prometida. Si anotaba, la Liga Nacional saldría airosa y eso ya era un punto de honor.

Fosse se plantó como aguerrido cancerbero dispuesto a no permitir que el enemigo traspasara sus dominios. Sabía que venía algo fuerte, y con todo y el convencimiento de que no sería una colisión agradable, no se movió de su lugar. El resto, lo registra la historia como uno de los grandes finales en los Juegos de Estrellas del mejor beisbol del planeta: Rose casi se cae unos metros antes de llegar a la “zona de impacto” con Fosse, y no le quedaba una alternativa diferente a la de asumir el riesgo de “apartar” del plato a la muralla en la que se había convertido el careta de la Liga Americana.

El golpe se produjo. Casi se escuchó en todo el universo beisbolero el lamento de Fosse al recibir en su humanidad las intenciones de Pete Rose de anotar la de ganar. Al final, gracias a la rudeza del contacto, le fue imposible retener la bola en su mascota. Salió expelido y retorciéndose unos metros al lado del pentágono. El hecho estaba consumado, y la acción valiente del “cátcher” sólo sirvió para colgarse durante algún tiempo un yeso para reparar la clavícula que sufrió una inmediata fractura.

Rose no salió perjudicado, aunque confesó posteriormente que si le produjo una sensación de mareo, que se vio mitigada por la celebración y la satisfacción de que su apuesta (sin relación a las que posteriormente lo erradicaron del juego), había resultado un acierto.

Tal era la importancia de estar en ese clásico de media temporada, que poco importaban los deslizamientos agresivos en las almohadillas; las maneras fuertes de intentar de “romper” una doble matanza o la cantidad de innings que un lanzador fuese requerido.

Como hay cosas buenas, hay otras no tanto

Tiempo después, en la ciudad de Milwaukee, en el año 2002, presenciamos una decisión insólita en los anales de la pelota contemporánea: el juego estaba empatado 7-7 a la altura del inning once y ya se había utilizado la nómina de lanzadores disponibles. La necesidad de cuidar brazos y no “sobre utilizarlos” desde el montículo, terminó por asestarle un duro golpe a la historia del evento. Contrario a la naturaleza del deporte de las bolas y strikes, decidieron dar por terminado el cotejo y registrar en la historia lo que otras disciplinas distintas al beisbol contemplan en sus reglamentos. Si… el Juego de las Estrellas, no tuvo un ganador. Y eso estuvo, está y estará reñido siempre con los principios de un juego en el que no hay reloj y mucho menos un empate.

Para muchos, estar en ese evento, significa mucho. La gran mayoría atesora recuerdos de infancia que vivieron en un estadio o a través de las pantallas de televisión. “Si algún día llego a las Grandes Ligas, quisiera estar en el juego con los mejores de la temporada”, afirmaban jugadores en entrevistas relacionadas con su presencia en el show.

Con el paso del tiempo, y la factibilidad tecnológica de ser escogidos por los fanáticos como finalistas y, posteriormente, abridores del match, se forjaba aún más la relación con el seguidor. Con esa “masa” que los odia a ratos y a la vez los ama la mayor parte del tiempo.

Con quienes sufren las derrotas y sueñan año tras año con un campeonato para el club de sus amores.

Con los que se detuvieron a votar frente a una computadora todas las veces que el sistema les permitía.

Sin embargo, y luego de trasladarnos con estas líneas a tiempos distintos, con protagonistas y circunstancias particulares, llegamos al “All Star Game” de 2022.

Sería útil contextualizar, de nuevo…

En 2020, explotó un desagradable “affaire”, protagonizado por los Astros de Houston: se llegó a confirmar que empleaban elementos externos y hasta tecnológicos de alerta para determinar los pitcheos que les serían enviados por cada lanzador contrario, cada vez que jugaban en casa.

Si al final fue cierto o no, o se involucraron jugadores que nada tenían que ver con ese intento fraudulento de sacar ventaja con elementos “extra terreno”, sería materia de otro análisis. Uno más de los tantos que se han escrito en ese particular. Recordemos que los jugadores señalados no fueron sancionados, a diferencia de managers, coaches y hasta gerentes, que sí vieron afectadas sus careras.

Entonces, apareció el Juego de las Estrellas de 2021. Los jugadores cuestionados de los campeones del 2017, decidieron ausentarse del clásico estelar, argumentando lesiones que precisaban tiempo de recuperación, de cara al resto de la zafra.

Mucho se habló entonces del grado de oportunidad que dejaron pasar, porque el ser escogidos, mostraba al menos una intención reivindicativa por parte de los fanáticos, que sin importar rumores, señalamientos o sanciones, seguían considerándolos como sus estrellas favoritas.

La imposibilidad de lidiar con abucheos, adicionales a los que recibían cada vez que visitaban parques de fanaticada exigente y dura, lució más grande que el compromiso con los aficionados.

Llegado el resultado de los ganadores del voto popular para ser abridores en 2022, y cuando cada vez se mostraban más lejanos los recuerdos del 2017, vuelve un grupo a argumentar lesiones y necesidad de tiempo para recuperarse, tomando en cuenta la difícil prueba que aún les toca en el empeño por clasificar. Y, partiendo de ese núcleo, desde otras latitudes aparecieron también las excusas disfrazadas de cansancio, lesión o trabajo reciente, en el caso de algunos lanzadores.

Existen, claramente, razones argumentativas de peso, que bien pudieran esgrimirse como suficientes para ausentarse del compromiso.

El mismo contrato colectivo las señala y determina como argumentos de sobra para tomar una decisión de tal naturaleza. Pero igualmente las puntualiza y delimita la manera en la que deben procesarse.

Consultamos con el scout certificado de MLB, Félix Luzón, quien nos ratificó que el nuevo CBA (Collective Bargaining Agreement), que aún no ha sido publicado, muy poco muestra en materia de cambios relacionados con la obligatoriedad de los jugadores de asistir al Juego de las Estrellas.

Si leemos el apartado específico, observamos que, probablemente, esas disposiciones no son tomadas a “rajatabla” y que, en esencia, no representan un obstáculo para entorpecer el deseo de no estar presente en el evento.

Tenemos, en consecuencia, un show organizado por MLB, orientado a la posibilidad de que el fanático escoja a sus favoritos (generalmente basados en la popularidad), que contempla matices de obligatoriedad, pero que, aun así, es “despreciado” por un buen número de jugadores año tras año.

Ya no importan los bonos contractuales por ser seleccionados, ni la idea de interactuar sin presiones ante un público ávido por ver a sus ídolos en el terreno de juego.

La voluntad propia, pesa más que el deseo de las gradas.

No es el “coletazo” del caso de Houston el responsable. Pero, cada vez más, se evidencia la debilidad del compromiso, que pende de la más mínima incomodidad para forzar la sustitución de elegidos. Eso, es un mal precedente de cara al futuro del evento.

No sabemos si estamos ante el declive de un evento del cual se “bajan” temporada tras temporada y con mucha facilidad, los únicos capaces de devolver el brillo a la relación con las masas, poseedoras estas de la potestad de creer si, al fin y al cabo, los fanáticos dejaron de agradarle a los jugadores.

Amanecerá y veremos. Y quieran los “Dioses del beisbol”, que no les juegue en contra en los tiempos por venir, esta constante idea de separación de la “voluntad popular”.

Falta mucho aún… pero falta menos

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