Opinión

La estatua de Jorge

Virtudes como escritor, las tenía todas. Una y muchas estatuas más merece este Jorge, opina Carolina Jaimes Branger

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Jorge

“La vida de los muertos se encuentra en el corazón de los vivos” dijo Cicerón. Por eso buscamos honrar a quienes honor merecen: para que sigan viviendo a través de la memoria.

Hay personas que se merecen esas dedicaciones por sus logros extraordinarios, sus virtudes, su moralidad, su integridad, su genio. Hay otras que no. Y esas estatuas caen -por lo general derribadas en una suerte de furia iconoclasta- por quienes en su momento las aplaudieron. En el siglo XX vimos caer las estatuas de Hitler, Mussolini, Stalin, Franco, Marx, Lenin, Engels… En el siglo XXI ya hemos visto caer otras cuantas, no solo de políticos como Saddam Hussein o Muamar el Gadafi, sino de Cristóbal Colón, de los héroes de la confederación estadounidense, del rey Leopoldo II de Bélgica y muchos otros, como una manera de borrar la historia del racismo, la esclavitud y otros abusos y desafueros. La Historia, sin embargo, no se puede borrar: lo que hay es que aprender de ella.

El historiador español Alfredo González-Ruibal, arqueólogo y etnoarqueólogo especializado en investigación de la arqueología del pasado contemporáneo, dijo una frase muy cierta tratando de describir esos movimientos reivindicadores o historiográficos: “Las estatuas no tienen que ver con la historia, tienen que ver con el poder”. Y ciertamente, hay estatuas que se erigen solo porque tienen que ver con el poder, no por causa de méritos, ni grandes obras, ni proezas dignas de alabarse…

En nuestra Caracas se ha inaugurado una estatua. Una estatua de alguien que merece tener una en todas partes del mundo. De alguien que tiene las virtudes para ser reconocido, aplaudido, homenajeado. Su obra, su maravillosa obra, es patrimonio de la humanidad. Su pensamiento vanguardista, su vasta erudición, su manejo del lenguaje, su infinita capacidad para construir universos en donde uno puede perderse entre lo fantástico y lo real, sus ficciones cargadas de conocimiento humano, su prosa limpia e impecablemente construida, sus prístinas traducciones, sus críticas literarias, sus sublimes poesías, su maestría en el uso de los símbolos… en fin… Todas estas razones y muchas más, lo hacen acreedor de una estatua en nuestra capital.

Me refiero, por supuesto, al escritor argentino Jorge Luis Borges. Una estatua de medio cuerpo realizada por el escultor Carlos Jairran, fue inaugurada en el Parque Vizcaya de Caracas, donde también se instalará una biblioteca y una sala de lectura en forma de laberinto, diseñadas por el arquitecto Gregory Vertullo. Esta fue una iniciativa conjunta del alcalde de Baruta, Darwin González, y del Encargado de Negocios saliente de la Embajada de Argentina, Eduardo Porretti.

Tal vez usted, si es un acucioso lector, se preguntará por qué a Borges no le dieron el Premio Nobel si tenía todos los méritos para que se lo otorgaran. Un ferviente antiperonista, Borges cometió el desliz de aplaudir la dictadura de Videla por haber derrocado a Perón. Eso le costó caro. Y aunque se reunió con Videla -acompañado por Sábato y otros escritores- para exigirle noticias de sus colegas escritores “desaparecidos” por la brutal represión de su régimen, sus prematuras declaraciones enfurecieron a la Academia Sueca, sobre todo alacadémico sueco Artur Ludkvist, quien manifestó públicamente que “el Premio Nobel de Literatura jamás recaería sobre Borges, por razones políticas”. Y lo cierto es que nadie se lo merecía más que él.

Por eso celebro la estatua de Jorge, la del Parque Vizcaya. Porque él sí se la merece. Algo de civilización en medio de esta barbarie de estatuas horrendas e inmerecidas en la que vivimos…

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