Opinión

De la subestimación a la sobreestimación

No hay punto medio. No lo hemos encontrado. Al menos en nuestra autopercepción: los venezolanos o nos subestimamos o nos convencemos de que "estamos condenados al éxito". Carolina Jaimes Branger reflexiona al respecto

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En estos días he recordado a mi querido amigo Don Pedro Mendoza Goiticoa, con quien tuve largas e interesantes conversaciones sobre Venezuela y los venezolanos. Uno de esos días llegamos a la conclusión de que nosotros, así como nos subestimamos, nos sobreestimamos. No tenemos un término medio.

El humorista español Enrique Jardiel Poncela decía en su libro «Máximas mínimas» que si uno quería ser amado por sus hijos, tenía que decirles que eran hijos de otro. Podemos establecer un paralelo con lo que nos sucede a los venezolanos con respecto a nosotros mismos: se nos dificulta enormemente reconocer nuestros logros. Tendemos a no reconocer nuestras virtudes, lo que ocasiona que, en muchos casos, la confianza en nosotros mismos, como individuos o como nación, sea prácticamente nula. ¿Cómo puede prosperar un pueblo que no confía en sí mismo, en sus potencialidades, creatividad y talentos?

Quizás eso pueda explicar por qué el pueblo venezolano siempre ha estado a la sombra de un caudillo. No nos sentimos capaces de resolver nuestros problemas, sino que necesitamos a alguien, siempre un mesías, que lo haga por nosotros. ¿Resabios de la Conquista? Tal vez… Las Leyes de Indias consideraban a los indígenas como menores de edad, tuvieran la edad que tuvieran. Y por eso había que protegerlos. De allí surgió el paternalismo de Estado, que el socialismo moderno ha explotadoad nauseamy que tanto daño nos ha hecho.

Don Pedro Mendoza Goiticoa escribió con insistencia sobre el tema, pues le preocupaba que nosotros «subestimamos todo lo atinente a Venezuela y al pueblo venezolano».

Amigos lectores, les pregunto: ¿nunca se han preguntado por qué en las tiendas cuando quieren vender algo nos dicen que es importado? ¿No es acaso una manera de desvalorizar, despreciar y desestimar lo hecho en Venezuela? Antes de la diáspora obligada que hemos vivido, muchos profesionales, sobre todo jóvenes, prefirieron escoger el difícil camino de la emigración para realizarse. Ya en aquel momento decenas de miles de venezolanos excelentes engrosaron las filas de lo que Francisco Kerdel Vegas llamó «la diáspora del talento». Ahora es mucho peor, porque el país nos lo volvieron leña. Antes, irse era una elección. Ahora es casi una obligación. Me sacudió el video de una familia venezolana cruzando el Río Bravo, donde el papá llora y grita “¡35 días, pero lo logramos, ya estamos aquí!”.

Sin embargo, toda moneda tiene dos caras. Y nosotros los venezolanos, así como nos subestimamos, nos sobreestimamos. Contradictoriamente, no tenemos un término medio. Pasamos de la depresión a la euforia y de la desolación a la esperanza en un abrir y cerrar de ojos. Y eso también representa una tragedia para un pueblo. Porque creemos que «Dios es venezolano». Que a pesar de todo lo que hemos vivido, “somos el mejor país del mundo”. Afirmamos que «estamos condenados al éxito»… ¿habrase visto mayor ridiculez?… Hay una enorme cantidad de personas que juran que, de verdad, “Venezuela se está arreglando”, porque estamos convencidos de que las cosas se resuelven por un golpe de suerte o un rapto místico. O por unos meses en los que las cosas no están tan malas como usualmente están. Estamos tan acostumbrados a que nada funcione, que cuando algo es bueno o sirve, vehementemente proclamamos lo “mejor” que estamos. La reciente devaluación ha bajado de las nubes a muchos.

Muy esporádicamente hablamos de eficiencia, responsabilidad y trabajo. No tenemos un justo medio que nos permita identificar y explotar nuestras capacidades y reconocer y enmendar nuestras debilidades.

Y si seguimos así continuaremos siendo manipulados por caudillos, caudillitos, caudillotes y caudillejos… Unos porque creen que no pueden. Otros porque creen que con esperar el milagro es suficiente.

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