Opinión

Vinotinto Sub-20: sin juego, sin ideas y sin técnico

¿Cuántos jugadores de esta selección podemos asegurar que en este momento serían titulares en un partido de eliminatorias de la mayor o que serían el primer recambio? ¿Cuál es la responsabilidad del cuerpo técnico y de los jugadores? Estas preguntas deben responderse desde la madurez y no desde el populismo que busca sumar seguidores en las redes sociales

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Vinotinto
AFP

Los números no mienten. Este probablemente sea Suramericano-Sub 20 con el peor nivel competitivo que hayamos visto en la historia y no solo en cuanto a juego. Que selecciones con un punto o dos lleguen a la última jornada con opción de clasificar al Mundial de la categoría, es un reflejo de las limitaciones presentes en la cancha. Lo refrenda también el terrible arbitraje, potenciado por la ausencia del VAR.

El fútbol, como cualquier manifestación de nuestros tiempos, no escapa a la polarización. Las discusiones sobre la nacionalidad del cuerpo técnico, por ejemplo, suelen tener más repercusión en el análisis que la inexperiencia de Fabricio Coloccini; inexperiencia que ha quedado reflejada con la precariedad táctica de la selección venezolana. También incidió en que terminara dirigiendo desde las gradas en el partido clave contra Ecuador.

Una de las esquinas de polarización impulsa el discurso infantil. Se intenta salvaguardar a los jugadores de cualquier crítica, cuando ya están en edad de comprender las repercusiones de sus rendimientos. Existe un discurso que busca en las redes sociales sumar seguidores y es rápidamente identificable. Es el que desgarra las vestiduras por demostrar que debajo de la piel hay la más pura sangre vinotinto. Aunque parece inofensivo, esto genera un ciclo que impide el debate, tan necesario, como la preparación para competir. Es una manera de desinformar, de dejar de educar al fanático.

Por otro lado, es cierto que las selecciones de Venezuela, en cualquier categoría, parten con un gran handicap. Repasemos solo por ilustrar: equipos que desaparecen, sueldos cobrados a medias, estructuras no desarrolladas (los jugadores suben de categorías sin buena alimentación, por ejemplo), y un largo etcétera. Basta señalar que 2023, equipos históricos, como Estudiantes y Táchira, consiguieron jugar en primera división por milagros. Podríamos seguir enumerando los problemas, como los problemas de localía de Carabobo o la desaparición de Zulia o Lara.

Hasta cierto punto, el futbolista, en Venezuela, es un optimista. Pero comprender las pocas herramientas con las que crece, no evita evaluar su rendimiento. De lo contrario, simplemente asistiríamos a cada competencia como espectadores, sin exigir resultados, y, por lo tanto, sin evaluaciones. Esto no es solo ridículo: ejemplos recientes demuestran que desde el juego, desde lo táctico, desde una intencionalidad basada en el conocimiento de los jugadores (algo en lo que ha fallado el cuerpo técnico actual), se puede competir. Y subrayo: no hablo de resultados, sino de competencia.

Lo conseguido con César Farías y Rafael Dudamel, ambos técnicos con estilos semejantes pero con variables que les diferencia, indica que más allá de las condiciones y las desventajas, Venezuela puede competir desde el juego en esta categoría. Las herramientas están allí: el orden defensivo, la pelota a balón parado, el uso de las segundas oportunidades, los bloques cortos y despliegue de internos externos, por nombrar algunos, son movimientos que vimos en los técnicos mencionados. Esto no ha sucedido en el torneo que se juega en Colombia.

Hasta ahora, las mayores innovaciones de Coloccini son reiterativas: terminar con dos delanteros, juntar bloques cerca de Frankarlos Benítez y a defenderse como sea. Esta opción, con 30 minutos por jugarse, terminó pagándose caro contra Ecuador. Otro detalle que merece un análisis aparte es el pobre rendimiento físico, algo que diferenció a los equipos dirigidos por Dudamel y Farías y que precisamente le permitió a los meridionales empatar el juego en el descuento.

Cuando los resultados no son los esperados, se suele apuntar a momentos específicos: un remate que «debió» terminar en gol, como sucedió con Brayan Alcócer y Kevin Kelsy o una falla en marca o del portero. Pero es injusto. Es una fotografía que no muestra el paisaje porque no se puede cumplir con lo que no se «entrena» en la misma competencia. Es decir, si los delanteros fueran tan efectivos como pretendemos/queremos que sean, estarían fichando en este momento con en el Real Madrid.

El fútbol es tiempo y espacio, se ha dicho hasta la saciedad, pero también es una sucesión de relaciones entre seres humanos que comparten en un mismo lugar. Cada uno potencia al otro. La selección de Coloccini es todo lo contrario: islas. Alcócer se hizo un puesto como titular a punta de fe, no estaba como opción principal, ni siquiera secundaria. Sin embargo, se inventó todos los penaltis habidos y por haber, incluso su gol con la mano, ante Ecuador, es lo que le permite a Venezuela seguir soñando.

Contra Colombia, la Vinotinto necesita sumar. Ganar sería lo ideal. Desde el juego, parece un imposible. Pero esto es fútbol. Independientemente de si clasifica al Mundial o no, lo clave es una revisión profunda sobre lo que ha sucedido en este Suramericano. ¿Cuántos jugadores de esta selección podemos asegurar que en este momento serían titulares en un partido de eliminatorias de la mayor o que serían el primer recambio? ¿Cuántos se proyectan para serlo? Ya sea que estés en el polo que supura sangre vinotinto o de los críticos, por lo visto en el torneo, la respuesta es la misma: ninguno.

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