Opinión

¿Retrasado quién?

A finales de 2011, la Asamblea General de la ONU estableció el Día Mundial del Síndrome de Down que se celebra cada 21 de marzo, una fecha para crear conciencia sobre el valor y el respeto a las personas con discapacidad intelectual

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El 21 de marzo se celebra el Día Mundial del Síndrome de Down. Las Naciones Unidas en 2011 instauraron este día para «aumentar la conciencia pública sobre la cuestión y recordar la dignidad inherente, la valía y las valiosas contribuciones de las personas con discapacidad intelectual como promotores del bienestar y de la diversidad de sus comunidades». Básicamente se trata de “generarles autonomía, independencia individual, libertad para tomar las decisiones propias y crearles ambientes inclusivos” a personas que poseen esta condición. Es un desiderátum no sólo para quienes tienen Down, sino para los millones de personas con habilidades distintas.

Quienes no tienen en su núcleo familiar cercano a una “persona con habilidades especiales” no saben de las proezas que estas personas logran todos los días. Lo que para alguien resulta “normal”, para ellas resulta un esfuerzo titánico. Cosas tan “simples” como hablar, caminar, pensar, comer, vestirse… se convierten en verdaderas hazañas.

Soy mamá de una de esas personas. Y aunque en un par de semanas cumplirá treinta y siete años, será siempre una niña. Más que una niña, un ángel. Porque alguien que cree que todo el mundo es bueno, que no siente envidia, que no tiene ni pizca de malicia, mucho menos de maldad, está muy por encima del común de los seres humanos. Este artículo va dedicado a la memoria de uno de esos seres, que partió de este plano hace casi dos meses: María Daniela, una querida amiga de mi hija Tuti.

Tuti, que cree que las personas cuando mueren se transforman en estrellas, la noche que murió María Daniela y salimos a buscarla en el cielo, señaló un planeta y dijo “ahí está: es esa estrella gordita”.

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En marzo de 2009, el entonces presidente Barack Obama visitó el muy popular programa de TV “The Tonight Show” conducido por Jay Leno. Al responder una pregunta de Leno sobre si había mejorado su juego de bowling, ahora que practicaba en la cancha de la Casa Blanca, Obama dijo que su estilo era “como de Olimpíadas Especiales”. El comentario causó indignación a todo lo largo y ancho de los Estados Unidos. ¿Cómo podía Obama, recién encargado y en el pico de su popularidad, ser tan insensible al usar un símil tan desafortunado? El presidente, con humildad, se disculpó públicamente ante Tim Shriver, presidente de las Olimpíadas Especiales, e invitó a varios de los bolicheros con algún tipo de discapacidad a jugar con él en la Casa Blanca.

Siete meses después en Venezuela tuvimos la muestra viviente de que nadie escarmienta en cabeza ajena: Hugo Chávez, para insultar a Gabriel Silva, entonces ministro de Defensa colombiano, dijo “ése, por lo menos, es retardado mental”. ¿“Por lo menos”?

Durante años luché denodadamente para que mis alumnos no se descalificaran entre ellos llamándose “mongólicos”, como en ocasiones lo hacían cuando alguno cometía un error. “¿Cómo crees que se sentiría la mamá de un muchacho con Síndrome de Down si te oyera”? les preguntaba. Y añadía: “Y yo tengo a Tuti, a quien tú conoces bien”. Un silencio sepulcral seguía a la pregunta. Muy pocos reincidían en el error.

Obama pidió disculpas públicas y trató, en lo posible, de enmendar su metida de pata. Chávez no. Chávez no retiró la ofensa, sino que la intensificó: “No, no es retardado; él sabe lo que hace; está siguiendo instrucciones del imperio”. Cambió la supuesta desventaja mental por una moral, la de ser «esclavo» o «lacayo» del imperio. Si de todos modos la intención era insultarlo, ¿para qué entonces lo llamó “retardado”?

Hay una leyenda que dice que Dios escoge a los padres de quienes vienen al mundo y son distintos. Quiero pensar que es cierta.

En memoria de María Daniela Silva Fernández, una estrella gordita

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