Opinión

El 104 bordado en la memoria de un país

La última camiseta que vistió Jesús Alejandro Lezama en el estadio Universitario llevaba bordado el 103 en su espalda. La cifra estaba asociada a cada año que llevó el beisbol en la sangre. Una historia que comenzó en San Agustín

Ilustración: Daniel Hernández
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La última camiseta que vistió Jesús Alejandro Lezama en el estadio Universitario llevaba bordado el 103 en su espalda. Llegó a usar el 104 por un breve momento en la pasada Serie del Caribe, en La Rinconada. Más que un número, esas tres cifras representaban cada año de vida y de pasión por el beisbol, una historia que comenzó en San Agustín, llegó a Los Chaguaramos y se hizo un lugar en la idiosincrasia del venezolano.

“Chivita”, como se le conocía popularmente, era una figura respetada por la afición, no sólo de Leones, sino de cualquier equipo. Nacido en Tucupita, la capital más oriental de Venezuela y criado en la vecina isla de Trinidad y Tobago, donde el fútbol y el cricket se disputan la preferencia de los locales, Lezama encontró su verdadera pasión en el beisbol.

En la época en la que la pelota comenzaba a ganar seguidores en Venezuela, gracias a la gesta del equipo que obtuvo el campeonato mundial de la disciplina en 1941, Lezama solía frecuentar el estadio de San Agustín y ligar los juegos del Cervecería, nombre original de la franquicia de Caracas.

El país cambió, desde aquel lejano 1942, han pasado 18 presidentes, alternándose entre periodos democráticos y autoritarios.

El club también fue rebautizado como Leones y se mudó del parque “La Yerbera” a la Ciudad Universitaria. Lo que sí se mantenía era la presencia en las tribunas de Lezama, con su gorra, su camisa y su característica corneta, con la que animó al equipo en cada uno de los 21 campeonatos del club, desde el primero obtenido en la temporada 1947-1948, hasta el más reciente celebrado en la edición 2022-2023.

Tanto tiempo en el estadio, tantas anécdotas le granjearon ya no sólo el respeto de la afición, sino de los propios jugadores. Sus pupilas habían visto pasar por un diamante ídolos de distintas épocas, de Jose Antonio Casanova a Antonio Armas, de Omar Vizquel a Gleyber Torres. Lo que era común, era el cariño y el respeto con el que los peloteros lo saludaban cada vez que lo veían sentado en el pasillo que lleva al Clubhouse de la izquierda del estadio Universitario, donde cada tarde a eso de las 3 solía sentarse a esperar que comenzara la práctica.

En los últimos años, su andar era más pausado, más de un centenario a sus espaldas ya pesaba. Lo que sí estaba intacto era su ímpetu, ese que esperaba con ansias que llegara octubre para que comenzara lo que según él era: “La cura de todos sus males”. También lo estaban su mente y su memoria, que le permitían registrar y recordar cada episodio del equipo, cada momento, cada triunfo y cada derrota, cada título, del primero al último. Por sus ojos pasaron 81 años de historia caraquista, una de la que él también fue parte fundamental. El pasado febrero cumplió 104 años y aunque no alcanzó a vestir ese dorsal, el número quedará bordado en la memoria de cualquier aficionado al beisbol venezolano.

Por César Márquez (@CesarAMarquez), periodista que ha cubierto beisbol fuera y dentro de Venezuela

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